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De Que Hablamos Cuando Hablamos De Educacion


Enviado por   •  1 de Julio de 2015  •  9.400 Palabras (38 Páginas)  •  173 Visitas

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De qué hablamos cuando hablamos de educación?

La educación: un fenómeno de toda la humanidad

Todos nos educamos; a todos nos enseñaron cosas, dentro de la escuela y fuera de ella. Hay educación cuando una

madre enseña a su hijo a hablar, cuando el maestro enseña a escribir y cuando un amigo indica qué ropa usar en una

determinada ocasión. Desde esta perspectiva, todos sabemos de educación, porque todos vivimos la educación.

Si se reuniera a un grupo de personas de diferentes edades y se les preguntara, rápidamente, qué entienden por

educación, es probable que asocien este concepto con los de escuela y enseñanza. En muchos casos, hablarían

también de buena y mala educación. En otros, podrían llegar a responder, también, que ella tiene que ver con el

desarrollo de las potencialidades humanas o de la personalidad.

Tal sería la variedad de las respuestas —y todas ellas verdaderas, por lo menos, en cierta medida— que se generaría

la sensación de que el concepto educación significa algo más abarcador que cada una de esas respuestas en

particular. En este primer capítulo, nos proponemos, entonces, presentar algunos aspectos básicos para comprender

el fenómeno educativo, y revisar algunas definiciones y cuestiones que se han escrito sobre el tema.

¿Por qué educamos? La necesidad social de la educación

Seguramente, alguna vez, a lo largo de nuestras vidas como estudiantes, en especial, frente a algún examen, nos

apareció este pensamiento: “Si tal filósofo, científico o artista no hubiera existido, yo no estaría estudiando esto”, o

frases como la siguiente: “Si Platón no hubiera nacido, yo estaría haciendo otra cosa”. Estos pensamientos nos

inquietan porque, a veces, nos es difícil entender por qué estudiamos algo determinado; a veces, realmente, parece

no tener ningún sentido. Pero todo eso que hacemos o estudiamos posee un origen, una genealogía: es el producto

de múltiples procesos, por lo general, desconocidos por nosotros. Si tal o cual filósofo, científico o artista no hubiera

existido, no estaríamos estudiando su obra. Esto es cierto; sin embargo, careceríamos de algunos descubrimientos o

ideas que hacen nuestra vida más confortable o interesante. Y además, probablemente, estaríamos estudiando otra

cosa o educándonos de otra manera.

La educación es un fenómeno necesario e inherente a toda sociedad humana para la supervivencia de todo orden

social. Sin educación, cada individuo, cada familia o cada grupo social tendría que reconstruir por sí solo el

patrimonio de toda la humanidad: volver a descubrir el fuego, inventar signos para la escritura, reconstruirla fórmula

para elaborar el papel, reconquistar los saberes para edificar una casa o para curar ciertas enfermedades. Hacer esto,

en lo que dura una sola vida, es materialmente imposible.

Si bien, por razones éticas, no se realizan experimentos sobre los efectos dela carencia de educación en un individuo,

a lo largo de la historia, entre los siglos XIV y XIX, se conocieron más de cincuenta casos de niños que vivían

completa-mente aislados de la sociedad, niños abandonados en selvas que lograron sobre-vivir a las inclemencias de

la naturaleza, llamados niños lobos. A partir de ellos, fue posible observar algunas consecuencias de la falta de

educación.

Por ejemplo, en 1799, en los bosques del sur de Francia, a orillas del río Aude, se encontró a un niño de 11 ó 12 años

completamente desnudo, que buscaba raíces para alimentarse. Tres cazadores lo atraparon en el momento en que

se trepaba a un árbol para escapar de sus captores. Este niño fue llevado a un hogar, al cuidado de una viuda. Se

escapó, fue recapturado y conducido a París, a la Escuela Central del Departamento de l’Aveyron para ser estudiado;

por eso, se lo conoce como el salvaje de Aveyron.

Los primeros informes indicaban que este niño se encontraba en un estado muy inferior al de algunos de los

animales domésticos de la época. El médico francés, Jean Marc Gaspard Itard, realizó el siguiente diagnóstico:

Sus ojos sin fijeza, sin expresión, erraban vagamente de un objeto a otro sin detenerse nunca en

ninguno, tan poco instruidos por otra parte, y tan poco ejercitados en el tacto, que no distinguían un

objeto en relieve de un cuerpo dibujado; el órgano del oído, insensible a los ruidos más fuertes como

a la música más conmovedora; el de la voz, reducido a un estado completo de mudez y dejando

solamente escapar un sonido gutural y uniforme; el olfato, tan poco cultivado, que recibía con la

misma indiferencia el aroma de los perfumes y la exhalación fétida de los desechos que llenaban su

cama; por último, el órgano del tacto, restringido a las funciones mecánicas de la aprehensión de los

cuerpos (Merani, 1972: 94).

En un principio, quienes lo investigaban creyeron que este niño, abandonado en el bosque por sus padres, era

sordomudo y sufría de idiocia. Durante un tiempo, fue tratado como a un incurable. No obstante, Itard reconoció

que el problema de este niño era de educación, en la medida en que había sido

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