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De Que Hablamos Cuando Hablamos De Educacion

nicolas21 de Julio de 2015

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De qué hablamos cuando hablamos de educación?

La educación: un fenómeno de toda la humanidad

Todos nos educamos; a todos nos enseñaron cosas, dentro de la escuela y fuera de ella. Hay educación cuando una

madre enseña a su hijo a hablar, cuando el maestro enseña a escribir y cuando un amigo indica qué ropa usar en una

determinada ocasión. Desde esta perspectiva, todos sabemos de educación, porque todos vivimos la educación.

Si se reuniera a un grupo de personas de diferentes edades y se les preguntara, rápidamente, qué entienden por

educación, es probable que asocien este concepto con los de escuela y enseñanza. En muchos casos, hablarían

también de buena y mala educación. En otros, podrían llegar a responder, también, que ella tiene que ver con el

desarrollo de las potencialidades humanas o de la personalidad.

Tal sería la variedad de las respuestas —y todas ellas verdaderas, por lo menos, en cierta medida— que se generaría

la sensación de que el concepto educación significa algo más abarcador que cada una de esas respuestas en

particular. En este primer capítulo, nos proponemos, entonces, presentar algunos aspectos básicos para comprender

el fenómeno educativo, y revisar algunas definiciones y cuestiones que se han escrito sobre el tema.

¿Por qué educamos? La necesidad social de la educación

Seguramente, alguna vez, a lo largo de nuestras vidas como estudiantes, en especial, frente a algún examen, nos

apareció este pensamiento: “Si tal filósofo, científico o artista no hubiera existido, yo no estaría estudiando esto”, o

frases como la siguiente: “Si Platón no hubiera nacido, yo estaría haciendo otra cosa”. Estos pensamientos nos

inquietan porque, a veces, nos es difícil entender por qué estudiamos algo determinado; a veces, realmente, parece

no tener ningún sentido. Pero todo eso que hacemos o estudiamos posee un origen, una genealogía: es el producto

de múltiples procesos, por lo general, desconocidos por nosotros. Si tal o cual filósofo, científico o artista no hubiera

existido, no estaríamos estudiando su obra. Esto es cierto; sin embargo, careceríamos de algunos descubrimientos o

ideas que hacen nuestra vida más confortable o interesante. Y además, probablemente, estaríamos estudiando otra

cosa o educándonos de otra manera.

La educación es un fenómeno necesario e inherente a toda sociedad humana para la supervivencia de todo orden

social. Sin educación, cada individuo, cada familia o cada grupo social tendría que reconstruir por sí solo el

patrimonio de toda la humanidad: volver a descubrir el fuego, inventar signos para la escritura, reconstruirla fórmula

para elaborar el papel, reconquistar los saberes para edificar una casa o para curar ciertas enfermedades. Hacer esto,

en lo que dura una sola vida, es materialmente imposible.

Si bien, por razones éticas, no se realizan experimentos sobre los efectos dela carencia de educación en un individuo,

a lo largo de la historia, entre los siglos XIV y XIX, se conocieron más de cincuenta casos de niños que vivían

completa-mente aislados de la sociedad, niños abandonados en selvas que lograron sobre-vivir a las inclemencias de

la naturaleza, llamados niños lobos. A partir de ellos, fue posible observar algunas consecuencias de la falta de

educación.

Por ejemplo, en 1799, en los bosques del sur de Francia, a orillas del río Aude, se encontró a un niño de 11 ó 12 años

completamente desnudo, que buscaba raíces para alimentarse. Tres cazadores lo atraparon en el momento en que

se trepaba a un árbol para escapar de sus captores. Este niño fue llevado a un hogar, al cuidado de una viuda. Se

escapó, fue recapturado y conducido a París, a la Escuela Central del Departamento de l’Aveyron para ser estudiado;

por eso, se lo conoce como el salvaje de Aveyron.

Los primeros informes indicaban que este niño se encontraba en un estado muy inferior al de algunos de los

animales domésticos de la época. El médico francés, Jean Marc Gaspard Itard, realizó el siguiente diagnóstico:

Sus ojos sin fijeza, sin expresión, erraban vagamente de un objeto a otro sin detenerse nunca en

ninguno, tan poco instruidos por otra parte, y tan poco ejercitados en el tacto, que no distinguían un

objeto en relieve de un cuerpo dibujado; el órgano del oído, insensible a los ruidos más fuertes como

a la música más conmovedora; el de la voz, reducido a un estado completo de mudez y dejando

solamente escapar un sonido gutural y uniforme; el olfato, tan poco cultivado, que recibía con la

misma indiferencia el aroma de los perfumes y la exhalación fétida de los desechos que llenaban su

cama; por último, el órgano del tacto, restringido a las funciones mecánicas de la aprehensión de los

cuerpos (Merani, 1972: 94).

En un principio, quienes lo investigaban creyeron que este niño, abandonado en el bosque por sus padres, era

sordomudo y sufría de idiocia. Durante un tiempo, fue tratado como a un incurable. No obstante, Itard reconoció

que el problema de este niño era de educación, en la medida en que había sido privado, desde su infancia, de

cualquier contacto con los individuos de su especie. A partir de este nuevo diagnóstico, Itard comenzó a trabajar con

el niño y llegó a una serie de conclusiones. Aquí transcribimos dos de ellas:

• (...) el hombre es inferior a un gran número de animales en el puro estado de la naturaleza, estado de

nulidad y de barbarie que, sin fundamentos, se ha revestido con los colores más seductores; estado en el

cual el individuo, privado de las facultades características de su especie, arrastra miserablemente, sin

inteligencia, como sin afecciones, una vida precaria y reducida a las solas funciones de la animalidad.

• (...) esta superioridad moral, que se dice es natural del hombre, sólo es el resultado de la civilización que lo

eleva por encima de los demás animales con un gran y poderoso móvil. Este móvil es la sensibilidad

predominante de su especie (Merani, 1972: 139).

Las reflexiones de Itard muestran que el ser humano no posee una genética que lo diferencie del resto del mundo

animal. De hecho, el ser humano, alejado de la influencia de sus congéneres, vive muy cercanamente al mundo

animal. Los niños lobosno sabían hablar, apenas emitían algún sonido, pues el lenguaje, es decir, el reconocimiento

verbal de los objetos culturales, es una construcción histórico-social. El lenguaje es histórico, porque se hace, se

mejora, se perfecciona y cambia a lo largo del tiempo, y a través de generaciones y generaciones de seres humanos

que se suceden. Es social, porque sólo se construye en el contacto con otras personas. Es posible afirmar, entonces,

que la educación es un fenómeno necesario y que posibilita tanto el crecimiento individual, como la reproducción

social y cultural.

Si bien la educación no es el único proceso que permite la supervivencia en los seres humanos, es uno de los más

importantes. Lo que caracteriza a la especie humana se basa en su aprendizaje social, y no en la transmisión

genética, la que sí ocupa un lugar destacado en el mundo animal.

¿Para qué educamos? La educación entre la producción y la

reproducción social

Ahora bien, la educación sola tampoco alcanza. Una sociedad y sus miembros, para su supervivencia, necesitan de

tres tipos de reproducción:

1. La reproducción biológica. Una sociedad crece cuando la cantidad de nacimientos es mayor que el número

de muertes, y decrece cuando se produce el fenómeno inverso. Con una muy baja cantidad de nacimientos, una

sociedad tiende a desaparecer.

2. La reproducción económica. Para subsistir en el tiempo, una sociedad necesita producir, al menos, lo que

consumen sus miembros en alimentación, vestimenta y vivienda.

3. La reproducción del orden social o cultural. Esta depende de la cantidad de producción y de la forma de

distribución de los saberes adquiridos. La educación es el fenómeno por el cual se transmiten aquellos saberes

considerados socialmente valiosos a los nuevos miembros de esa sociedad que aún no los han obtenido.

Cuando las prácticas educacionales tienden a conservar un orden social establecido (conocido como statu quo),

estamos ante fenómenos educativos que favorecen la reproducción. En la familia, se puede encontrar esta situación

cuando sus prácticas educacionales incentivan que el hijo estudie o trabaje en la misma profesión que el padre, o

incluso, que ambos trabajen juntos, que escuchen la misma música, que vivan en el mismo barrio, que tengan una

vestimenta similar y conductas sociales parecidas.

Sin embargo, la enseñanza y el aprendizaje social en sus distintas formas no son meramente reproductivos. A

diferencia de lo que acontece con la conducta y con el aprendizaje instintivo de los animales, no hay en el hombre

posibilidad de una reproducción pura, total o completa. En primer lugar, porque las condiciones de vida cambian

constantemente y exigen nuevas habilidades de adaptación: vivir en diversos climas, en variadas regiones

geográficas, en desiguales ambientes sociales e históricos. Para ello, las personas

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