El Hombre Como Misterio Y Como Problema.
2197CRISTINA1 de Abril de 2013
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El hombre como Misterio y como Problema.
"El hombre es el Sistema"*. Pues bien; si el Sistema, es decir, "el orden político, social y económico (preferible) es el que sirve mejor al hombre (y le ) ayuda a afirmar y cultivar su propia dignidad" ("Gaudium et Spes", nº 9), sería frívolo y contraproducente construir un Sistema, que es preciso "empezar por el Hombre"*, sin tener antes una idea exacta del hombre, al cual el Sistema ha de ordenarse.
¿Qué es el hombre?
Si el hombre es el eje y tiene, por tanto razón de fin, y el Sistema se refiere al hombre y debe estar a su servicio, teniendo, por lo tanto, razón de medio, para ser coherentes y no actuar "contra natura", sino "secundum natura", tendremos que proyectar primariamente nuestra atención sobre el Hombre.
"¿Quid est homo?", "¿Quid est autem homo?", se pregunta por dos veces la Constitución pastoral "Gaudium et Spes" (Núms. 10y 12). Y la pregunta es tan lógica como antigua, pues ya la formulaba el Salmo 8 en su versículo 5º.
Alexis Carrel, en "La incógnita del Hombre", ha dicho que "es necesario que los hombres mediten acerca del hombre". Pero cuando Max Scheller, en "El saber y la cultura", comienza la meditación, asegura que del hombre tenemos un conocimiento tan defectuoso, que cuando, con la filosofía en las manos, nos hacemos la pregunta, la vacilación se impone, siendo necesario contestar que se trata de un verdadero problema. En tal sentido, Maritain, en su "Humanismo Integral", estudia el "problema del hombre".
Ahora bien; la pregunta no tiene una contestación filosófica, pues escapa, como ha escrito Karl Rahner, a la pura reflexión racional porque el hombre no sólo es un problema, como pueda serlo el que hoy sigue planteando la electricidad, sino que es un problema porque es, ante todo, un misterio, y del "mysterium hominis" habla con valentía la Constitución pastoral citada (nùm. 22).
El misterio del Hombre
Conviene aquí dilucidar la distancia entre el hombre como mito y el hombre como misterio. La confusión entre los místico y los mistérico puede llevarnos por caminos sin luz. Lo mítico es lo legendario y lo fabuloso, producto de la fantasía. Lo misterioso es la realidad oculta e invisible. La diferencia entre el mito y el misterio es tan grande y tan esencial como la que existe entre lo imaginado y lo cierto. Lo mítico no se ve porque no existe. lo misterioso o mistérico, existiendo, no se percibe con nitidez, porque la razón no basta para captarlo, o al menos captarlo con la nitidez necesaria.
La negación del "mysterium hominis" conduce a soluciones falsas del problema planteado por el hombre; soluciones en las que ha jugado mucho la imaginación y, por ello, lo mítico o mitológico. Por eso, las respuestas no son otra cosa que opiniones que el hombre da sobre sí mismo; respuestas "distintas e, incluso, contradictorias, que suponen su exaltación como regla absoluta, o su hundimiento hasta la desesperación" ("Gaudium et Spes" nº 10), es decir, la marcha supervitalista y ascendente al superhombre de Nietzsche, o la marcha desvitalizante y decadente a la categoría de infrahombre o de náusea, como diría Sartre.
El hombre, ¿máquina/ animal?
La observación inmediata del hombre le define por, por razón de su semejanza con los animales, como un animal que parece más desarrollado biológicamente que los otros. Esta observación primaria no goza, sin embargo del asentimiento general, pues algunos afirman que el grado de indefensión del hombre es tan grande que puede ser definido como un animal ontológicamente frustrado y desamparado. Su gestación prematura -llega a sostenerse- le obliga a una larga dependencia protectora una vez ha saludo del claustro materno.
Ahora bien; tanto si el hombre es un animal biológicamente más desarrollado que los otros como si es un animal frustrado ontológicamente, la pregunta inmediata ha de ser la siguiente: "¿qué es un animal?, puesto que aquello que nos revela la esencia del animal pondrá de relieve la esencia del hombre. En esta línea de pensamiento Descartes sostenía que el animal es una máquina viviente, y La Mettrie, (en "el Hombre-máquina" e "Historia natural del alma"), llegando a las últimas consecuencias de la identificación animal máquina, definió al hombre, en tanto en cuanto animal, como una máquina que se destruye por el uso o el accidente.
La diferencia entre la máquina y el animal como máquina viviente, estaría en que la máquina funciona en virtud de una fuerza exógena que actúa sobre ella o de un motor ajeno que se coloca en la misma (su fuente de actividad es heterónoma), mientras que la fuerza o el motor vivificante del animal forman parte de su estructura y constitución y están incorporados , o mejor, corporizados con ella (su fuente de actividad es autónoma).
La teoría de la evolución.
Dejando al margen la identificación del hombre con la máquina y fijándonos en el hombre como animal, la corriente evolucionista entiende que el hombre, tal y como hoy le vemos, es el producto de un largo camino de superación. Carlos R. Darwin, en su obra "sobre el origen de las especies por medio de la selección natural" (F. Sempere y Cía., Editores, Valencia), ha expuesto, a través de la entrada en juego de dos leyes, la ley de la degeneración del tipo primitivo y la ley de la superación de los mejores, su teoría de la hominización de los antropoides. El hombre, según la tesis evolucionista, tiene una genealogía simiana y procede del mono o del gorila o del chimpancé o el orangután.
Lo que importa es demostrar que la teoría es cierta, y a tal objeto una pléyade de investigadores y arqueólogos se han puesto a trabajar en busca de lo que se llama el "missing link" o sea, el eslabón perdido, el animal que, por un proceso de hominización o de tránsito de los antropoides a los homínidas, ha empezado a dejar de ser simio ("homo simius") y ha comenzado a ser hombre ("homo primigenius").
Hasta ahora la infatigable tarea no ha tenido éxito, e, incluso, se ha visto despreciada por los fraudes escandalosos como el del cráneo de Piltdown o los homúnculos patagónicos. Esta búsqueda infructuosa del eslabón perdido, del "proanthropos", puede deberse, o bien a que existiendo aún no ha sido encontrado, o bien, a que su hallazgo es de todo pinto imposible porque la teoría de la Evolución es falsa.
Tanto en un supuesto como en el otro, el misterio del hombre sigue planteado, puesto que llega un instante en que sobre la faz de la tierra aparece el hombre diferenciado plenamente del simio; y de ese hombre nos interesa saber que es en realidad.
El hombre por sus cualidades
En este plano de la investigación al hombre se le define, quizá eludiendo el problema, por su forma de presentación o por sus cualidades. se habla así del "homo erectus", del "homo habilis", del "homo sapiens", como decía Linneo, que puede ser contemplado como "homo faber", porque construye; como "homo pictor" o "aestheticus", porque tiene dotación artística; como "homo ludens", o que es capaz de divertirse; como "yo social" (Aristóteles y Santo Tomás: "homo est naturaliter animal sociali", Summa I.ª-II.ª, 94.ª), porque por su propia naturaleza está destinado a vivir en comunidad; y, a un tiempo, como "homo lupus", pues en ella se comporta, como decía Spengler, al modo de un animal de presa.
El problema del hombre.
Las respuestas citadas dejan sin resolver el problema del hombre. En realidad, lo escamotean. Para dar con la respuesta adecuada hemos de subir a un nivel superior, a un nivel teológico. El "lumen sensibus" y el "lumen rationis" no bastan para disipar la tiniebla exterior y la confusión intima. Hemos de solicitar la ayuda clarificante de otra luz con fuerza iluminadora suficiente par barrer las tinieblas y sensibilizar nuestro ser. Esa luz es la "luz vera" de que habla San Juan, el "lumen Dei", que por la revelación se hace "lumen fidei", y que, como el propio evangelista asegura, "illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum" (1.9). A esa luz hace referencia de algún modo Vintila Horia en su breve trabajo "Ciencia y Religión ("Punto y Coma, nº 1, 1983/84, págs. 25 y 26), aunque aludiendo a un tema distinto, cuando recuerda que preguntando a un astrónomo inglés sobre "los orígenes del mundo", le dijo: "Para contestarle, tendría que reunirme con unos teólogos".
Lo que importa es que recibamos gustosos la "lux vera" y experimentemos la alegría que supone pasar del puro tanteo sensible o especulativo a la aparición nítida de las cosas; de la oscuridad de la noche, con sus sombras, incertidumbre y angustias, a la diáfana transparencia del mediodía, con sus clarividencias, seguridades y definiciones.
Bajo este cono de la "lux vera", es decir, de la antropología metafísica y teológica, el hombre se nos muestra como un ser integrado en el orden natural, pero más perfecto ("homo sapiens creatorum operum perfectisimum", dice Linneo) y superior al mismo (rey de la creación), en el que se dan cita, como se ha escrito con dureza, el bruto y el ángel,
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