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El desarrollo de la comunicación en la infancia temprana


Enviado por   •  10 de Junio de 2020  •  Resúmenes  •  17.411 Palabras (70 Páginas)  •  168 Visitas

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EL DESARROLLO DE LA COMUNICACIÓN EN LA INFANCIA TEMPRANA

La psicología del desarrollo es nuestro marco de trabajo. Las siguientes consideraciones son un preámbulo para enfocar la evolución de los recursos comunicativos en el niño pregramatical. El panorama teórico presentado a continuación despliega un mínimo conjunto de nociones que, dentro de la ontogénesis, están relacionadas con el progresivo dominio de la acción semiótica y sitúan al lector en posición de poder apreciar los argumentos de la discusión concerniente a.

  1. LAS INTERACCIONES NEONATALES Y TEMPRANAS                                                                                                  

Desde los ya lejanos tiempos de Wallon, Piaget, Gesell y otros pioneros en la observación del niño, los debates en torno de la naturaleza humana, esto es de los aspectos psicológicos dados en el origen mismo de la vida del sujeto, se han visto considerablemente renovados durante el último medio siglo (para un racconto de jalones importantes: Dornis, 1993; Mehler & Dupoux, 1990; Rochat; 2001; Slater & Lewis, 2007). En los años 70, Meltzoff y Moore descubrieron una habilidad reflejo-imitativa en los neonatos que ha azuzado el contrapunto sobre las habilidades humanas innatas. Sometidos a un estímulo de ciertas muecas (apertura de la boca, exhibición de lengua, protrusión de labios), los bebés mostraron poder replicar la misma acción a pocos días (12-21) de haber nacido (Meltzoff & Moore, 1977). Más adelante, Meltzoff y Moore obtuvieron resultados semejantes con recién nacidos de en promedio 32 horas de vida, incluyendo un caso extremo de 42 minutos de nacido (Meltzoff & Moore, 1983, 1989). El posterior hallazgo de las neuronas espejo (Gallese, Fadiga, Fogassi & Rizzolatti, 1996), pretendidamente decisivas en materia de la sintonía que puede establecerse entre dos individuos (pues se activan durante la ejecución de una conducta y también a su sola percepción en otro), fue un aporte de nueva evidencia para debatir cómo el sujeto humano (y el de otras especies próximas) tiene aptitud, quizá desde un momento inaugural, para forjar enlaces con conespecíficos[1].

Como atestiguan los estudios de la imitación neonatal, los bebés no nacen absolutamente ciegos (sí son miopes y un poco astigmáticos - Mehler & Dupoux, 1990) y su corto alcance de visión (20 cm. aprox.) es funcional para entablar con el estímulo del rostro humano una determinada especularidad imitativa. Otros sentidos más maduros en el nacimiento verifican un discernimiento muy precoz y sensibilidad para identificar con quién se está ligado de manera prenatal (por ejemplo, horas después del parto, los bebés son capaces de discriminar “los olores del cuerpo, de la leche y del líquido amniótico de su madre de los de otra mujer” - Rochat, 2001/ 2004, p. 122). La experiencia acústica intrauterina se hace evidente en la pronta identificación de voces familiares (DeCasper & Fifer, 1980) o de formas melódicas (Cooper & Alsin, 1989; 1990). Con sólo dos días de vida los recién nacidos ya revelan preferir su lenguaje nativo (Moon, Panneton Cooper & Fifer, 1993).

La audición humana, tan sutilmente desarrollada en el momento de nacer, va a combinarse con una aptitud oral no menos destacable. A diferencia del resto de los primates, en nuestro aparato fonatorio la laringe se halla descendida, lo que condiciona ventajosamente la ductilidad de la garganta humana para la emisión de diferentes tipos de sonido. Se ha comprobado que, además del hombre, otros primates hacen uso de señales de sonidos en las que inclusive pueden describirse contornos melódicos (por ejemplo gibones - mencionado en H. Papoušek, 1996), pero en ellos los sonidos son harto estereotipados, mientras que en el individuo humano en cambio, con más vasto repertorio, permiten el habla. Es indudable que, antes de capitalizar como habla las habilidades de la oralidad, el niño debe modelarlas sucesivamente en diferentes planos técnicos (prosodia, fonemas, unidades de significado de extensión variable: palabras, sintagmas), y aprender a usar este instrumento en su constante vínculo con otros individuos. En las dos primeras semanas de vida han podido identificarse tres formas del llanto del neonato: llanto de hambre, llanto de cólera y llanto-dolor, cada uno con características reconocibles, y algo más tarde (tercera semana) surge un llanto de atención, que reclama al adulto más allá de las necesidades básicas (Wolff, 1987). Fuera del llanto, en los primeros meses el recurso de la vocalización sirve al bebé para llamar al semejante, para coordinar con él conductas (alternar, en turnos, emisiones asemánticas [sin código]), para ir en pos de un objetivo o meta (alocuciones imprecisas que contextualmente sirvan para requerir del otro cierta mediación) y para ubicarse en con-sonancia con el otro por el mero gusto de ello (emisiones destinadas a copiar las del adulto, a vibrar o estar con él).

Ambas destrezas del bebé, la fina discriminación de los sonidos procedentes de otros sujetos humanos y aquella emisión oral en circunstancias de intercambio, se alimentan recíprocamente según un patrón que ha de situarse como facilitador del proceso de adquisición lingüística. Las vocalizaciones preverbales (aquellas que el niño balbucea antes de la proferencia de palabras), junto a la capacidad temprana para procesar el habla del adulto, conforman una herramienta que armoniza escenas de intercambio fonatorio entre el bebé y su madre (protoconversaciones - Beebe, Stern & Jaffe, 1979; Trevarthen, 1980) y han llevado a la noción de musicalidad comunicativa  que designa el cuerpo de elementos de sonido y movimiento que el niño pequeño aprende a percibir y modular, conforme con variables que definen decisivamente a las actividades musicales (altura, intensidad, timbre, ritmo y melodía - Malloch & Trevarthen, 2009[2]). Esta primera musicalidad se halla en los fundamentos de las relaciones intersubjetivas, moldea los patrones de intercambio, nutre la mutualidad de los participantes y desarrolla del lado del niño una experticia, en términos vocales, que allana el terreno para el desembarco del lenguaje, esto es, para la semantización de los sonidos[3].  

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