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Estudios Culturales

claudiahenry30 de Noviembre de 2014

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Apuntes sobre estudios culturales

(borrador 18/07/2009)

Eduardo Restrepo

“No pienso que el conocimiento es cerrado, pero creo que la política es imposible sin lo que he denominado un ‘cerramiento arbitrario’ […] Es un asunto de posicionalidades”

Stuart Hall (1992: 278).

Introducción

Estudios culturales es un término que cada vez más circula entre académicos y, en general, aparece asociado (positiva o negativamente) junto a otros como ‘posmodernidad’, ‘posestructuralismo’, ‘teoría postcolonial’ o ‘estudios de la subalternidad’. No en pocos casos, esta creciente circulación del término de ‘estudios culturales’ ha estado marcada por posiciones abiertamente encontradas entre sus más fervientes defensores y quienes no les encuentran mayor relevancia. No han faltado quienes les atribuyan un lugar epistémico privilegiado para las ciencias sociales del país y quienes los consideran simple y llanamente como una pasajera moda importada que apuntala el colonialismo intelectual asociada a las extravagancias de la jerga deconstructivista. Entre estas posiciones extremas, se han ido incubando no pocos malentendidos. Una caracterización de lo que constituye los estudios culturales permitiría abordar de forma más productiva estas pugnas y malentendidos.

No obstante, la caracterización de los estudios culturales no es tarea fácil ya que se encuentra plagada de múltiples disputas sobre cómo entender su especificidad, cómo trazar legítimamente su genealogía o cuál la relación con otras propuestas teóricas que circulan hoy en el mundo académico. Estas disputas no son sólo internas, esto es, entre quienes dicen hacer estudios culturales, sino también se han establecido por académicos e intelectuales que se posicionan por fuera (y, no pocas veces, abiertamente en contra) de los estudios culturales. Aunque no son exclusivas de los estudios culturales, estas disputas evidencian no sólo que internamente los estudios culturales no están tan osificados como otros saberes que se imaginan a sí mismos desde un naturalizado canon, sino que también colocan al descubierto cuan ‘molestos’ pueden ser para ciertas posiciones atrincheradas en supuestos epistémicos, teóricos o metodológicos que los estudios culturales ponen efectiva o imaginariamente en cuestión.

Existen al menos dos formas de encarar la caracterización de los estudios culturales. Una, que podríamos llamar programática, consiste en defender desde unos criterios argumentados su especificidad. Esta forma de proceder tiene la ventaja de perfilar claramente las distinciones de los estudios culturales con respecto a formaciones disciplinarias, a corrientes académicas y a elaboraciones teóricas con las que tiende a confundirlos. No obstante, realizar este ejercicio de caracterización puede ser problemática porque fácilmente tiende a confundirse con una posición prescriptiva que impone una particular concepción que se toma como paradigmática, obliterando la pluralidad y contextualidad que, como veremos, se considera una de sus características. Igualmente, un enfoque programático puede tender a idealizar prácticas que son mucho más complejas y sobre las que se presentan no pocas contradicciones y tensiones. La otra forma, que se podría llamar etnográfica, consiste en prestar más atención a las prácticas concretas, a los tópicos estudiados, a las publicaciones realizadas, a las intervenciones políticas desplegadas por quienes esgrimen hacer estudios culturales. Esta forma de proceder permitiría entender los estudios culturales en su complejidad y contrariedad, dimensionando las disputas y disensos desde los contextos de su enunciación.

Inclinándome por la forma programática, pero sin desconocer algunos elementos de orden etnográfico, trataré de cartografiar la especificidad del terreno de los estudios culturales, sin obliterar su contextualidad. En términos expositivos es quizás más acertado empezar, entonces, por aquellos rasgos sobre los que existe un mayor consenso, para adentrarse progresivamente en los terrenos movedizos de las disputas más airadas. Esta manera de proceder implica ir construyendo una cartografía de los estudios culturales a medida que se imagina su territorio. Cartografía ésta que no pretende domesticar los disensos, ya que en estos se encuentra uno de los aspectos más interesantes y fecundos de los estudios culturales. Más aún, el rechazo a establecer una definición cerrada y definitiva de los estudios culturales hace parte de uno de sus rasgos más preciados: “[…] una de las características distintivas de los estudios culturales es su antipatía a las definiciones congeladas que reemplazan el pensamiento creativo y previene la aplicación flexible” (Agger 1992: 75).

No obstante, la multiplicidad de versiones de lo que pueden ser los estudios culturales o su resistencia a una definición totalitaria y cerrada, no significa que cualquier cosa que se haga en su nombre cabe dentro de los estudios culturales: no todo vale como estudios culturales. Como se sostendrá más adelante, hacer estudios culturales es más complejo que citar a un grupo de autores o referirse a unas determinadas temáticas.

En Colombia, como en otros lugares antes y hoy, se puede registrar un creciente ‘oportunismo’ en el ‘río revuelto’ de los estudios culturales. Por un lado están quienes alegremente se piensan haciendo estudios culturales por el hecho de estudiar la ‘cultura’, de ser ‘transdisciplinarios’, o por elucubrar sobre la ‘globalización’, las ‘industrias culturales’ o la ‘gestión cultural’. Por el otro, no faltan aquellos que, indignados, se van lanza en ristre contra lo que se imaginan que son los estudios culturales desde su herida disciplinar. Aquí se encuentran antropólogos que sienten que les ha sido arrebatado ‘su’ objeto o que consideran que los estudios culturales están de más (que son redundantes), porque desde su propia disciplina se ha hecho o puede hacerse lo que estos pretenden; o los sociólogos e historiadores que, mirando por encima del hombro, se les ocurre que eso de los estudios culturales es demasiado light o postmoderno. También literatos, curadores y demás profesionales de la ‘alta cultura’ que consideran profanada la esteticidad y superioridad civilizacional de los objetos culturales que han cautivado su atención, por parte de unos estudios culturales que los articulan con sus contextos de producción (haciéndoles no más, pero tampoco menos, que cualquier otro producto cultural) y que los reconducen al mundanal escenario de las luchas de poder.

No tanto como reacción a este creciente oportunismo, sino por la convicción de que la especificidad del proyecto intelectual y político de los estudios culturales importa y tiene mucho que aportarnos a nosotros en un país como Colombia, es pertinente clarificar que (precisamente por su apuesta por la pluralidad y contextualidad) “no todo vale”, “ni todo es igual” en los estudios culturales. Los estudios culturales no pueden ser lo que el capricho de cada quien establece que sean. Y aunque, como acertadamente es señalado por Mignolo, “Los estudios culturales no pueden identificarse con una agenda intelectual sea esta la de Raymond Williams o la de Stuart Hall, la de Larry Grossberg o de Néstor García Canclini” (2003b: 53), de ello no se deriva que cualquier agenda cabe dentro de los estudios culturales. Como lo argumentan Grossberg, Nelson y Treichler en su introducción a una de las primeras y de las más visibles compilaciones en este campo, publicada en los Estados Unidos:

“Todavía pensamos que importa cómo son definidos y conceptualizados los estudios culturales. Aunque la pregunta de ‘qué son realmente los estudios culturales’ podría ser imposible de especificar para todos los tiempos y lugares, consideramos que en un contexto dado, los estudios culturales no pueden ser simplemente cualquier cosa” (1992: 3).

Los planteamientos adelantados en este artículo son el resultado de años de discusiones con estudiantes y colegas del primer programa de postgrado de estudios culturales en Colombia en el cual me desempeño como docente. Debates sobre la especificidad y pertinencia de los estudios culturales también han sido recurrentes con colegas (que se imaginan dentro o fuera de los estudios culturales) de otras universidades del país y de otros países de América Latina. Por tanto, el presente artículo lo entiendo como una puesta en limpio de una posición con respecto a estas discusiones y debates que espero contribuya a clarificar los términos de la disputa sobre los estudios culturales en el marco de su creciente presencia y consolidación institucional en Colombia.

Perfilando consensos

Un paso importante en la caracterización de los estudios culturales consiste en identificar aquellos rasgos que sean más ampliamente compartidos por las diferentes vertientes y sobre los que habría mayor consenso como criterios que definirían el terreno de los estudios culturales. Es importante tener presente, sin embargo, que no todos los que se imaginan haciendo estudios culturales estarán de acuerdo en identificar estos cuatro rasgos. Tal vez pueden proponer otros más, o considerar que alguno (o varios) de los identificados hace parte más de una vertiente o un conjunto de vertientes de los estudios culturales. No obstante, los estudios culturales, como cualquier otra formación discursiva y dispositivo institucionalizado, no son simplemente cualquier cosa que los individuos se representen, incluso aquellos que supuestamente operan dentro

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