Estudios Culturales
Yadyreal27 de Febrero de 2015
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Instituto de Estudios Sociales y Culturales,
Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.
Si tuviera que formular una definición de los Estudios Culturales como un campo de estudio, ¿cuáles son los rasgos específicos y distintivos que usted señalaría como constitutivos de su proyecto y visión?
Desde una perspectiva antropológica, uno estaría tentado de zanjar las a veces interminables disputas por la especificidad de los estudios culturales con un argumento de corte etnográfico.
Esto es, los estudios culturales serían lo que hacen en su nombre quienes se reconocen como sus practicantes, así como lo que les es atribuido por parte de académicos que no se consideran ellos mismos haciendo estudios culturales. Desde esta perspectiva, los Estudios Culturales serían función de juegos de discursos y prácticas situados, que definen institucional y socialmente los contornos de un campo que pueden ser objeto de unas etnografías e historizaciones específicas. Esta manera de abordar la especificidad de los Estudios Culturales tiene grandes ventajas, pero también algunas desventajas.
Una de las ventajas es escapar a lo que podríamos denominar el chantaje fundacionalista de que hay una especie de identidad compartida que definiría cuasi transhistóricamente y más allá de los contextos concretos, de una vez y para siempre, lo que los Estudios Culturales serían y lo que definitivamente no serían. Se evitaría así el trazado de muros insalvables y de aduanas de autenticidad, donde las posiciones policiales y autoritarias florecen fácilmente. Ninguna entidad metafísica, cuasi esencial, sería garante último de lo que serían o no los Estudios Culturales.
Otra ventaja de esta perspectiva es tomar seriamente en consideración las representaciones y las prácticas institucionalmente articuladas de los actores mismos, lo que permitiría un abordaje contextualmente específico y en su densidad de lo que en un lugar y momento dados pueden constituirse (o no) como Estudios Culturales.
Dos son las principales desventajas de este abordaje. Primero, el nominalismo que implica. Esto es, se considera que la etiqueta de Estudios Culturales, la palabra, es criterio necesario y suficiente para que estos existan. Por tanto, no sólo cabe cualquier cosa con tal de que quien la haga considere que eso es Estudios Culturales, o alguien distinto lo considere así, sino que trabajos que nadie reivindica como Estudios Culturales no lo serían por esta sola razón. Segundo, que una posición tal abandona los Estudios Culturales (o cualquier otro campo intelectual) al relativismo epistémico y a su apropiación por parte de agendas grises, de personajes interpelados por sus carreras académicas y microprestigios.
Finalmente, está el hecho de que algunos personajes (que se imaginan dentro o fuera del campo) definan el trabajo de otros como Estudios Culturales, como ha sucedido con aquellos que desde sus posiciones profesorales en los Estados Unidos embuten en la categoría de Latin Amerian Cultural Studies cualquier trabajo o autor latinoamericano de su parecer desde el siglo XIX hasta hoy. Jesús Martín Barbero, Daniel Mato y Nelly Richard, entre otros, han señalado diferentes implicaciones de esta violencia epistémica apuntalada en una geopolítica del conocimiento que atraviesa las relaciones entre el establecimiento académico estadounidense
y las prácticas intelectuales en los distintos países latinoamericanos1. Aunque los Estudios Culturales deben considerase como un campo plural en el que múltiples vertientes y disputas son constitutivas, esto no significa que no pueda establecerse su especificidad.
Y la definición de esta especificidad es un asunto de disputa política en el terreno mismo de los Estudios Culturales. Implica un cerramiento arbitrario, aunque provisional, de lo que pueden significar en un momento y lugar determinado. A diferencia de las disciplinas académicas, la especificidad de los Estudios Culturales no se plantearía en términos epistemológicos, teóricos
o metodológicos. La especificidad de los Estudios Culturales es una preocupación política, pero una preocupación que no significa la cancelación de la labor teórica en nombre de un sujeto político o moral determinado de antemano.
Recogiendo una expresión de Lawrence Grossberg, los Estudios Culturales serían una permanente politización de la teoría y una teorización de lo político. La politización de la teoría no consiste en reemplazar el ejercicio teórico (el forcejeo con las categorías, autores e investigaciones de lo concreto), por reproducir una serie de enunciados osificados y moralizantes derivados de la “posición política correcta”. La politización de la teoría supone,
al contrario, que el conocimiento tiene sentido en tanto es impulsado por una voluntad de intervención y transformación sobre el mundo. La teorización de lo político refiere, a su vez, a que el trabajo intelectual serio examine permanentemente los bemoles de la actividad política en aras de entender mejor sus articulaciones y limitaciones. En esta manera de entender el trabajo intelectual se puede percibir la inspiración gramsciana del “pesimismo del intelecto” y del “optimismo de la voluntad”.
Su apuesta por la pluralidad, las tensiones y disputas, como criterio de vitalidad intelectual, no significa que todo cabe dentro de los Estudios Culturales. Si los Estudios Culturales pueden ser
caracterizados como antireduccionistas, como un pensamiento sin garantías para retomar la sugerente y acertada formulación de Hall, es porque no caben posiciones reduccionistas independientemente de la autoridad que las predique. Unos estudios que no se preguntan por su relevancia e implicaciones políticas a la vieja usanza del positivismo o a la más reciente del nihilismo postmodernista, no sólo están lejanos sino que son antagónicos con la idea de la necesaria voluntad política en el proyecto de los Estudios Culturales. La flexibilidad y pluralidad no es lo mismo que celebrar una ausencia de criterio sobre su propia especificidad. Tampoco es falta de perfilamiento de un proyecto intelectual que, por amplio que sea, no puede ni pretende incluirlo todo.
De manera general, la apuesta que orienta mi disputa por la especificidad de los Estudios Culturales se podría formular de la siguiente manera: los Estudios Culturales refieren a ese campo transdisciplinario que busca comprender e intervenir, desde un enfoque contextual, cierto tipo de articulaciones concretas entre lo cultural y lo político. Campo transdisciplinario en el sentido de que los Estudios Culturales son necesariamente antireduccionistas, es decir, sus explicaciones no son reducidas a una dimensión o variable definida de antemano ya sea esta el discurso, el sujeto, la cultura, la sociedad o la economía. Sus abordajes suponen poner en juego no sólo un pluralismo metodológico, sino enfoques conceptuales anclados a diversas tradiciones disciplinarias. Comprender e intervenir porque los Estudios Culturales no operan como conocimiento ostentoso, cuyo único fin sería el atesoramiento de conocimiento sin mayor razón que la satisfacción de la curiosidad intelectual o el engrosamiento de las carreras académicas de
sus practicantes. Comprender e intervenir significa que los Estudios Culturales se imaginan como un conocimiento-herramienta, situado y puntual en el forcejeo teórico y empírico por evidenciar y transformar condiciones concretas de explotación, dominación y sujeción.
Los Estudios Culturales no son una disquisición eminente o predominantemente teorética sobre el mundo desde genialidades que tratan de explicarlo en su coherencia de sistema, sino estudios de lo concreto: de elementos, de amarres, de relaciones entre cultura y poder concretas. De ahí que los Estudios Culturales sean situados, es decir, que adquieren determinadas características
e inflexiones dependiendo de los contextos intelectuales y políticos en los que se articulan.
Enfoque contextual porque los Estudios Culturales no son solipsismo ni especulación de carácter metafísico, sino estudios empíricamente orientados sobre amarres concretos de cultura como- poder pero también de poder-como-cultura en el mundo históricamente existente. Los Estudios Culturales son contextuales teóricamente porque no están garantizados por la citación de ciertos autores, ni se derivan mecánicamente de la utilización de unas teorías sobre la cultura y el poder. Son contextuales políticamente ya que lo que en un contexto determinado puede ser políticamente progresista, en otro puede ser abiertamente reaccionario (o, tal vez más fácilmente encontrable, mezclas de ambas al tiempo), por lo que hay que hacer el trabajo de investigar los ensamblajes de fuerzas concretas en aras de orientar las intervenciones políticas relevantes. Esto no significa que los Estudios Culturales sean la única forma de articular voluntad política en la academia, como tampoco significa que sea necesariamente la mejor.
Cierto tipo de articulaciones concretas entre lo cultural y lo político, en tanto la problemática de los Estudios Culturales se constituye en las intersecciones entre la significación y las relaciones
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