FAMILIA Y SOCIEDAD REFLEJADAS EN EL NIÑO
aimmesantos21 de Octubre de 2013
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Familia y sociedad reflejadas en el niño *
Antoine Prost
Presentación de SEP a esta edición.
¿Por qué estudiar este texto?
“Los sistemas educativos de nuestro tiempo son el resultado de la convicción de que los niños son seres humanos con identidad y con derechos propios y de que la sociedad está obligada a proporcionar a todos ellos una educación de buena calidad, respetuosa de las características de la infancia.
Estas ideas nos parecen tan claras e indiscutibles, que pocas veces nos detenemos a considerar que se trata de criterios relativamente nuevos que sólo a principios de este siglo empezaron a difundirse y a convertirse en principios rectores de las políticas públicas y de las prácticas educativas. Estas ideas no son el resultado espontáneo de la reflexión de algunos educadores, sino un producto histórico de complicados cambios en la cultura y en las formas de la vida social.
El artículo de Antoine Prost, historiador francés contemporáneo, es una interpretación de los cambios históricos que en el caso de Francia condujeron a una escuela de masas, cuyos referentes centrales son la identidad y las necesidades de los niños. Aunque se trata de un estudio nacional, muchos de los procesos analizados por Prost se han presentado también, con matices distintivos, en gran parte de las naciones del mundo a lo largo de este siglo. Por eso este artículo es una lectura útil que nos sugiere hipótesis y pistas para analizar en nuestra propia historia las transformaciones de la noción de infancia y de las formas adecuadas para atender la educación y el desarrollo de los niño.
Al estudiar el artículo de Prost y analizarlo como elemento de una reflexión sobre el caso mexicano, es conveniente tener presentes algunas de las diferencias entre Francia y México que son más relevantes para el análisis educativo. Francia es evidentemente un país más rico, cuya modernización económica fue temprana. La distribución de la riqueza es más equilibrada y mucho mayor el grado de homogeneidad cultural. En cuanto al sistema escolar, en ambos países el sector público es fundamental, pero mientras en Francia la educación básica ya se había generalizado a principios de este siglo, en México no es sino hasta 1921, con la creación de la SEP, que se inicia una acción sostenida y aún inconclusa de universalización de ese nivel educativo”
El niño en la sociedad anterior a los cambios actuales.
Interrogarse acerca del niño en una sociedad que se encuentra en profunda transformación es preguntarse tanto acerca de esa transformación. En efecto, el niño no es una entidad autónoma. El lugar que ocupa le ha sido asignado rigurosamente por el conjunto de las condiciones sociales. Es bastante fácil hacer el inventario de este hecho. En cambio, es más fácil llegar a entender la interacción que en él se establece.
Las condiciones económicas y demográficas
El lugar del niño dentro de la familia está determinado ante todo por las condiciones económicas. En este sentido y aunque en todas las sociedades occidentales sigan existiendo capas de miseria, el hecho más significativo ha sido el paso de la escasez a la abundancia. El nivel de vida se ha elevado considerablemente y los recursos disponibles para el consumo en cada hogar han aumentado.
A esta bonanza, de la cual antes no se gozaba, se sumó una mayor seguridad brindada por el crecimiento económico. A principios de siglo, con la excepción de algunos países la protección social era inexistente. La enfermedad y la vejez eran auténticas desgracias. Muchas actividades productivas eran de temporada, lo cual volvía inevitable el desempleo.
En Francia, por ejemplo, una investigación realizada en 1891 por la Oficina del Trabajo registra en promedio 100 empleos permanentes para 130 obreros.1 Como la indemnización por desempleo no se había inventado todavía, la mayoría de los hogares obreros vivía amenazada por la falta eventual de trabajo. En el medio rural, el tamaño reducido de muchas de las propiedades, la baja productividad, el peso de los arrendamientos y de las deudas hacía que las malas cosechas se convierten en verdaderas catástrofes domésticas. Ni unos ni otros tenían el pan cotidiano asegurado.
Esas sociedades de escasez, en donde la satisfacción de las necesidades básicas exigía la movilización de toda la familia, se caracterizaban también por una alta mortalidad.
Ciertamente, desde mediados del siglo XVIII se habían hecho grandes progresos. Sin embargo, la revolución de la pasteurización empieza apenas a tener efectos a principios del siglo XX. El uso de los antibióticos se extiende al terminar la segunda guerra mundial. Hasta muy recientemente, la muerte era una amenaza inminente. Pesaba doblemente sobre las familias.
Por un lado, los niños eran lo más golpeados. En Francia, a principios del siglo (1898-1903), de 100 recién nacidos, 21 no llegaban a los cinco años, contra nueve antes de la segunda guerra mundial y dos en la actualidad. Esta situación modificaba inevitablemente la actitud de los padres hacia los hijos. Sin embargo y éste es el segundo especto de la situación, la esperanza de vida de los padres, a su vez, era menor. De esta manera, traer hijos al mundo era correr un doble riesgo: el de perderlos rápidamente y el de morir antes de poder educarlos. Por eso el dicho de Péguy sobre los padres de familia, los “grandes aventureros” del mundo moderno, se limita a una época definitiva.
Familias malthusianas y familias numerosas
Esas condiciones, por un lado económico y por otras demográficas, determinan la actitud de las familias frente a los hijos, y sobre todo en cuanto a su número. Ciertamente hay otros factores en juego, como el papel de la religión y sería interesante hacer la relación entre la influencia de los factores materiales y la de las diferentes ideologías. Digamos, para abreviar, que se yuxtaponían dos modelos familiares: un modelo maltusiano y un modelo de familia numerosa.
El primero es una respuesta de adaptación a dificultades previsibles: educar niños es una pesada carga que muchas parejas dudan en asumir, ya que aún la mayor voluntad del mundo y la mayor valentía no los protegerían contra todos los peligros.
Esa mentalidad calculadora, que supone cierto nivel cultural y la voluntad del uso de la contracepción, se encuentra allí donde los patrimonios están en juego, sobre todo los pequeños. Cuando se construye un proyecto de vida alrededor de la adquisición de una pequeña propiedad agrícola o de un comercio, es realmente absurdo arruinar ese proyecto par la siguiente generación, dejando varios hijos que tendrían que repartirse el bien adquirido a duras penas: resulta lógica la política del hijo único, excepto por razones religiosas opuestas. Pero muchas parejas van aún más lejos al no tener hijos: el futuro no es lo suficientemente seguro y protegen una comodidad conquistada tras largo tiempo. En Francia, 23% de las parejas formadas en 1930 no tuvo hijos y 32% uno solo: el modelo maltusiano es mayoritario.
El modelo de la familia numerosa se encuentra en los dos extremos de la escala social: allí donde las fortunas son suficientes para que una familia numerosa resulte una carga soportable e inversamente, en donde se es tan pobre, que contar ya no tiene sentido.
En las familias proletarias-señalemos de paso que el término que usamos para designar a los obreros hace referencia no a la explotación capitalista, sino a la carga familiar- los hijos son incluso una ayuda material, más que una carga. Por supuesto, son bocas que alimentar, pero también son brazos que trabajan desde muy pequeños. Por eso constituyen, en cierto sentido, un seguro contra riesgos de la existencia. Cuando el padre se enferma o está desempleado, se saca de la escuela al niño de nueve o 10 años para ponerlo a trabajar; naturalmente, gana mucho menos que en un adulto, pero por esa misma razón logra colocarse y con lo poco que gana, al menos se puede comprar el pan para poder subsistir. En el caso de los campesinos, el niño aporta desde muy pequeño una valiosa ayuda: cuida los animales, recoge leña, etcétera. De todas maneras, a partir de los 13 o 14 años, los jóvenes son productivos y su trabajo, o su salario, cuenta para los recursos de las familias populares.
Un estudio realizado en 1913, muestra que cerca de 20% de los recursos de los hogares obreros provenía del trabajo de los niños.2
Entre las familias numerosas, con tres hijos por lo menos y las familias maltusianas se encuentra un número muy reducido de familias de dos hijos a comienzos del siglo XX: en esa época dos eran demasiado para quienes sopesaban la carga y demasiado poco para quienes no calculaban. El resultado es un marcado contraste: la mayoría de las familias eran maltusianas, pero la gran mayoría de los hijos vivían en familias numerosas. Estadísticamente, es raro que aparezcan hijos solos; aparecen agrupados en cohortes.
Actitudes hacia los niños y prácticas educativas
Estos datos explican, al mismo tiempo, las actitudes hacia los niños y las tradiciones educativas que las justifican. Se caracterizan ante todo por una represión de la afectividad.
El amor de los padres tienen también una historia que en ese contexto no podía desarrollarse: amar demasiado a hijos que pueden perderse significa exponerse a grandes sufrimientos, así que más vale ser duros de antemano. Émillie Carles, nacida en 1900, cuenta que de pequeña se cayó de lo alto del granero. A pesar de haberse encontrado de coma, nadie llamó al médico y su padre que tenía que ir a buscar un toro al pueblo, a pesar
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