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Sociedad, Familia Y Educacion

mpmelero31 de Octubre de 2012

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Desde sus comienzos, la sociología ha estado interesada en la educación como fenómeno social, en las relaciones entre educación y sociedad. Es algo perfectamente comprensible, ya que la educación y la escuela tienen, por una parte, la función de transmitir los valores, creencias y comportamientos propios de la sociedad en la que se dan, actuando como un aparato socializador. Por otra, la educación tiene como finalidad formar y seleccionar para el trabajo, lo cual dependerá del sistema productivo imperante en cada sociedad. Queda pues legitimado el estudio desde una perspectiva sociológica de la educación. La sociología de la educación es la rama de la sociología encargada de estudiar este fenómeno educativo y su dimensión social, con la intención de explicarlo desde un punto de vista científico. A la hora de enfrentarse a su estudio se tomarán en consideración no sólo los las instituciones y los contenidos que se transmiten (ideas, valores, técnicas), sino también los procesos que se dan dentro del aula.

Podríamos decir, de manera muy general, que esta cuestión se ha enfocado desde dos puntos de vista: uno que denominaríamos funcionalismo estructuralista, donde la educación, además de transmitir la cultura, seleccionaría el lugar que los individuos ocupan en las diferentes escalas sociales. Considera la educación como neutral, de manera que los individuos parten de una situación de igualdad de oportunidades, y el triunfo o fracaso dependerá del esfuerzo y la capacidad de cada persona. La educación, como el resto de los elementos que componen las estructuras sociales, se vería influida por cualquier cambio que afectara a alguno de estos elementos.

El otro enfoque parte del marxismo, y considera a la educación como reproductora cultural de las relaciones de producción de cada sociedad. Partiendo del concepto de la lucha de clases, la principal función de la educación es el control de la sociedad mediante la impartición de la ideología dominante. Al considerar el fracaso del individuo como responsabilidad del mismo se consigue su alienación.

De esta manera, a partir de mediados de los 60, el enfoque funcionalista pierde protagonismo y se empieza a estudiar el papel que los condicionantes socioculturales tienen en el individuo y en su desempeño educativo.

Surgen nuevos enfoques más interesados en estudiar lo que ocurre dentro de las aulas, las interrelaciones entre los individuos y el propio proceso educativo, analizando cómo se transmiten los conocimientos, y las relaciones de poder subyacentes en el hecho educativo.

La cuestión de la relación entre el estatus socioeconómico y el éxito escolar ha sido verificada en numerosos estudios. Se ha investigado desde diferentes enfoques esta relación: atendiendo a las disparidades socioculturales, a las prácticas educativas en el seno de las familias, a la sociolingüística y, cómo no, a la propia institución escolar, sin que se sepa todavía, a ciencia cierta, por medio de qué mecanismos se traduce la pertenencia a determinada clase social en éxito o fracaso escolar. Son muchas las teorías al respecto, y todas tienen su parte de verdad, aunque ésta sea estadística, lo que no hace sino confirmar el carácter propio de una ciencia como la sociología donde para un mismo fenómeno, como el que nos ocupa, encontramos una diversidad de teorías que posibilitan el que ese mismo fenómeno pueda ser estudiado desde diferentes puntos de vista, y de esa manera comprenderlo y explicarlo también de manera diferente, enriqueciendo su comprensión.

En nuestro país se han realizado diversos estudios sobre este particular, que han gozado de cierta repercusión mediática en un momento, como el actual, en el que se cuestiona nuestro modelo educativo. Las puntuaciones de nuestro alumnado en el conocido informe PISA han sido motivo de no pocas crónicas informativas y debates. Puede decirse, pues, que es un tema que interesa, y mucho. En este contexto es de reseñar el estudio llevado a cabo por el profesor de Sociología en la Universidad de La Laguna, José Saturnino Martínez “Fracaso escolar, clase social y política educativa”. En este trabajo se aborda la cuestión del fracaso escolar (que cuenta en nuestro país con una tasa del 30,8%, según datos de 2009) desde una perspectiva centrada en las disparidades socioculturales, llegando a la conclusión de que para superar este fracaso escolar tendríamos que superar primero las desigualdades sociales, ya que son estas las que determinan, en última instancia, el rendimiento escolar de los estudiantes, más que las políticas educativas. No pasa por alto el autor que la buena formación de los docentes y la motivación de los alumnos, junto con un buen clima escolar, propician unos buenos resultados, pero no existe ninguna fórmula mágica e infalible para crear ese clima, y los esfuerzos de las administraciones por conseguirlo sólo consiguen burocratizar más el trabajo de los docentes.

Volviendo a la cuestión de las desigualdades socioculturales, parece alinearse J.S. Martínez junto a aquellos sociólogos de la educación que consideran que es el componente cultural, más que el económico, el que determina un mayor o menor éxito escolar (Bordieu y Passeron, Bernstein). En nuestro país la obligatoriedad de la enseñanza secundaria, junto con la prohibición de trabajar para los menores de 16 años, resta valor al componente económico, en el sentido de que la relación coste-beneficio que la escolarización puede suponer para determinadas familias y para los propios jóvenes queda de esta manera más difusa, aunque sí que tiene su peso, y bastante, a la hora de estudiar el abandono escolar temprano: aquí la percepción que los jóvenes tienen sobre el mercado laboral (y más en los últimos años de bonanza económica de la burbuja inmobiliaria, donde la cualificación profesional no era en absoluto indispensable para trabajar y ganar un buen dinerito) sí que tiene un peso específico, más en los chicos que en las chicas, ya que estas prefieren seguir estudiando, pues todavía, al emplearse, los sueldos son más bajos para ellas que para ellos. A lo dicho anteriormente podrían sumarse otros factores que pueden incidir en este abandono escolar temprano, como es el hecho de que apenas hay diferencias, a efectos económicos, entre los que tienen el título de ESO y los que tienen el Bachillerato. Todas estas consideraciones estarían en la línea de las explicaciones que da Boudon sobre las diferencias en la demanda de educación según la pertenencia a una u otra clase social, centrándolas en las diferencias coste-beneficio que tienen para unas y otras, constatando que las ambiciones a la hora de continuar los estudios son menos elevadas en las clases populares debido, no a una especie de ethos de clase, como señala Hyman, sino más bien a una percepción mucho más ajustada a la realidad de los obstáculos a superar.

Una cuestión a analizar, también relacionada con el rendimiento escolar, sería las diferencias entre los equipamientos y recursos de los diferentes centros , y cómo influyen en un mayor éxito escolar. A este respecto parece que las diferencias en los resultados obtenidos por alumnos de escuelas públicas y privadas, si se tienen en cuenta los factores socioeconómicos, no son tan grandes como para pensar que estos mejores equipamientos y recursos (en el caso de las escuelas privadas) influyan demasiado. Es más bien el hecho de que los centros privados acogen en su mayoría a niños y jóvenes que proceden de clases sociales que gozan de un gran capital cultural lo que hace que los resultados obtenidos en las calificaciones estándares sean mejores.

En este sentido el último informe PISA, publicado a finales de 2010, viene a confirmar todo lo expuesto: en referencia a las puntuaciones obtenidas y la titularidad de los centros, se observa que los resultados son mejores en los de titularidad privada, aunque las diferencias no exceden de 37 puntos, que representan medio nivel de rendimiento. Sin embargo, si descontamos el efecto del índice ESCS de los alumnos (Estatus Social, Económico y Cultural) y el ESCS acumulado de los centros la cosa cambia, pasando de una diferencia de 37 puntos a 7, y observando que en muchos países son los centros públicos los que salen ganando. Esto se explicaría porque, como dice J.S. Martínez, no son los centros privados los que tienen calidad, sino más bien son los padres que mandan allí a sus hijos los que tienen calidad

Analizado el rendimiento escolar a la luz del índice ESCS se constata que el nivel educativo de los padres, así como la ocupación que desempeñan, influye poderosamente en la puntuación obtenida. De la misma manera, el número de libros que hay en los hogares influye en las puntuaciones obtenidas en comprensión lectora.

Como puede observarse, el peso del capital social y cultural que cada alumno lleva consigo va a determinar, en gran medida, sus resultados académicos. No entra J.S.M. a cuestionar, cosa que han hecho otros desde la sociología radical, la institución escolar ni su “envenenado” carácter democrático, donde se trata como iguales a los que no lo son de hecho, desplazando la responsabilidad del fracaso de la institución al individuo. Ni tampoco cuestiona el concepto mismo de éxito escolar, dependiente de conocimientos que, en más de un caso, podrían discutirse. Ya puestos, podrían considerarse igualmente necesarios otros conocimientos mucho más ligados a la realidad que los jóvenes viven. Habría que ver entonces cuáles serían los índices de fracaso escolar. Lo que hace es poner el dedo en la llaga sobre la verdadera cuestión: la solución no puede fundamentarse en las reformas idealistas y sus bondades, ya que vivimos en un mundo en el que, desgraciadamente,

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