Fabula EL NIÑO ESCONDIDO
Emi ValenciaTrabajo11 de Octubre de 2021
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Alba Marcoli
IL BAMBINO NASCOSTO
Favole per capire la psicologia nostra e dei nostri figli*
EL NIÑO ESCONDIDO
Fábulas para entender nuestra psicología y la de nuestros hijos
- (*Traducción libre del italiano, de Diego Tapia Figueroa)
-La pérdida-
EL PRINCIPITO QUE NO SABÍA PERDER
Hace mucho tiempo, en el pueblo de los humanos, existía un pequeñísimo reino completamente rodeado de montañas e inaccesible a todos, en el que vivía feliz un lejano pueblo, gobernado por su rey y su reina.
Sin embargo, la única cosa que le faltaba a este reino era un principito, que todos esperaban y que no llegaba nunca.
Imagínense, entonces, las fiestas que se organizaron cuando el principito, finalmente, nació. Todo el pueblo le llevó todo tipo de regalos, y cada uno competía para tratarlo como mejor podía.
El principito creció pensando que esa era la única condición posible en la que se podía vivir y esperaba que hubiese durado para siempre, ya que a un cachorrito, tanto más si había nacido en un reino, generalmente se le concede todo lo que quiere.
Y fue así que el principito continuó permaneciendo pequeño, a pesar de que el tiempo pasaba, los días sucedían a las noches, las estaciones pasaban una después de la otra y el agua del río continuaba bajando.
Era como si él no quisiera crecer para no perder todos los regalos que se tienen cuando se es pequeño.
Al inicio, también sus padres lo respaldaron, inclusive en el fondo estaban contentos, porque también para ellos era un regalo tener un hijo pequeño en la casa, que les hacía sentir jóvenes y olvidarse de los problemas. Sin embargo, conforme el tiempo pasaba, también el rey y la reina se dieron cuenta que estaban envejeciendo, y que entre sus cabellos ya aparecían algunos blancos; y fue entonces que comenzaron a preocuparse. “Pero si Tomás” - este era el nombre del principito- no quiere crecer, se convertirá en alguien muy infeliz un día, cuando nosotros ya no estemos y no podamos cuidar de él “, dijo un día el rey, y la reina también estuvo de acuerdo, porque este pensamiento había comenzado a preocuparla desde hace un tiempo a esta parte.
Decidieron llamar, para consultarles, a los sabios de todo el mundo. Y tres mensajeros del rey fueron con la petición, más allá de las montañas, para difundir esta noticia. Cuando finalmente los sabios se encontraron en el reino, hablaron entre sí por días y días, ya que, siendo tantos, tenían muchas opiniones distintas.
Al final, fueron donde el rey y la reina.
“Listo, hemos decidido una cosa sobre la cual todos estamos de acuerdo” - dijeron los sabios- “Y es que el principito no podrá crecer y convertirse en viejo sin antes haberse convertido en grande, a menos que haga un viaje alrededor del mundo para buscar tres ciudades: aquella del DÓNDE, aquella del CÓMO y aquella del CUÁNDO .“
“¿Y dónde quedan estas tres ciudades?”, preguntó alarmada la reina, asustada por la idea de que su hijo tuviese que partir a una aventura de esta naturaleza.
“Esto lo debe descubrir Tomás”, contestaron los sabios. “También porque son ciudades especiales, que para cada uno están en sitios diferentes, de acuerdo a los varios momentos de la propia vida”.
Dicho esto, los sabios tomaron sus libros voluminosos, los pusieron dentro de grandes paquetes, y regresaron cada uno a su propia casa.
Sin embargo, nadie se percató de que el principito Tomás había escuchado todo, espiando tras la puerta. Y conforme los sabios hablaban, estaba siempre con más curiosidad por las tres ciudades, de tal forma que, cuando ellos terminaron de hablar, él ya había decidido, en su corazón, el partir para irlas a buscar. En realidad, él, en alguna parte dentro de sí, siempre había sabido que aunque su papá y su mamá estaban contentos de que él permaneciera pequeño y así, en aquella parte secreta e inaccesible para todos, los había sentido siempre como aliados, a pesar de que con las palabras que le decían por la boca, le repetían que ya era tiempo de crecer. En cambio, esta vez el principito había entendido bien, en su interior, en aquel ángulo secreto, que el rey y la reina querían de verdad que él se convirtiese en grande, y esto lo ayudó a tomar una decisión “como grande”.
Fue así que al día siguiente, apenas apareció el alba, el principito dejó una nota a sus padres para que no se preocupen, y salió con su alforja a la espalda.
Caminó por días y días para atravesar las montañas altísimas, que defendían su reino, y al final se encontró del otro lado, sobre un valle amplísimo, donde se distinguían pueblos, ciudades, ríos, lagos y calles, que corrían, se cruzaban, tomaban direcciones diferentes y después desaparecían en el horizonte. ¿Quién sabía cuál era la correcta?.
Caminando, caminando y caminando, el principito Tomás se encontró, al final, en la mitad de un cruce de caminos: un camino iba al Norte, uno iba al Sur, uno al Este y el otro iba al Oeste. Invadido por la perplejidad, Tomás se sentó justo al borde del cruce de caminos, y empezó a pensar: “Entonces, si me voy al norte, podría ser que encuentre el camino correcto, pero si esto no sucede, pierdo las otras tres posibilidades, aquella del este, del oeste o también la del sur, que seguramente serán la dirección justa. Si en cambio me voy al sur, podría ser que sea la decisión justa, pero si esto no es verdad, pierdo la posibilidad del este y del oeste o del norte. Y lo mismo me sucederá si voy al este o al oeste.”
Y mientras estaba meditando, el principito Tomás continuaba sentado y no se movía para ningún lado, por el miedo de perder la posibilidad correcta. Mientras tanto, había gente que llegaba al cruce de vías, escogía una dirección y pasaba más allá, mientras él estaba siempre detenido, a la espera. Hasta que le llegó el turno a un viejo, con una larguísima barba blanca, que pasaba por allí y se sentó a descansar cerca de él, sin hablar. Después de un largo rato, el principito comenzó a toser y a suspirar, intentando atraer la atención del anciano, pero el viejo no se dio por aludido y no dijo nada. Entonces, el principito, que no estaba acostumbrado a sentirse tratar con indiferencia, suspiró un poco más fuerte y dijo: “¡Pobre de mí!”, pero el viejo continuó mudo e impasible, como si no pasara nada. El principito comenzó a enojarse. ¿Cómo, justo a él, que estaba acostumbrado a tener a todos a sus pies, tenía que sucederle el encontrar un compañero de viaje tan indiferente, que no se preocupaba de sus suspiros?
Pero la cara del viejo era impasible e imperturbable, más que antes, a pesar de que era una cara que inspiraba simpatía. “¿Escucha, me podrías ayudar?”, le preguntó finalmente Tomás, aunque le costó muchísimo, porque él no estaba acostumbrado a pedir ayuda a los otros. “¡Ayudar a hacer qué cosa?”, le contestó el viejo, girando hacia él. “A encontrar la dirección que me asegure que esa sea la ruta justa para mi camino. Mira, si voy al norte, debo renunciar a las otras direcciones. ¿Y si luego la ruta justa era esa?”.
El viejo pensó largamente, siempre en silencio, y después respondió: “El problema parece ser aquel de saber perder. Si no aceptas perder las otras tres direcciones, no podrás nunca moverte de aquí”.
El principito se sintió muy golpeado por estas palabras, se quedó mudo por un rato, y al final dijo con un suspiro más grande que los anteriores: “El hecho es que nadie me ha enseñado cómo se hace para perder...”
“Ah, ya”, contestó el viejo. “Perder es una cosa dificilísima para todos, no sólo para ti, y nadie nos lo puede enseñar,¡somos nosotros quienes lo aprendemos! Pero en realidad es la única cosa que nos permite vivir de verdad y caminar y hacer nuestras conquistas.”
Sobre la cara del principito comenzaron a descender gruesos lagrimones y estas fueron las únicas palabras que su corazón supo decir, para una pena tan grande como era para él aquella de perder algo.
El viejo le dejó llorar todas sus lágrimas, después sacó de sus bolsillos tres gruesas semillas y se las regaló.
“Mira”, dijo, “estos son tres regalos que te hago. Uno es la semilla que ayuda a estar siempre protegidos de los peligros, el segundo es aquel que te ayuda a tomar una decisión solo, el tercero es aquel que te ayuda a aceptar los riesgos. Son tres semillas especiales que hacen nacer plantas invisibles que crecen dentro de nosotros y nos acompañan toda la vida. Cuando te darás cuenta de que tus plantas son lo suficientemente grandes y que las semillas no te sirven más, dónalas a alguien que tenga que hacer todavía crecer sus plantas. Sólo entonces podrá suceder algo diferente, como cada vez que se pierde algo”
Y en este punto, el viejo se levantó, cogió su bastón y se fue con dirección hacia el oeste.
El principito lo miró desaparecer en el horizonte y después se levantó.
“Entonces”, pensó para sí, “si él que es viejo y sabio va hacia el oeste, quiere decir que ese es el puesto de quien ya conoce las cosas, pero yo que soy pequeño y que tengo todavía que aprender, iré en la dirección opuesta.”
Y fue así, que el principito Tomás partió hacia el este, guiado por el sol que surgía justamente allá y que iluminaba su camino.
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