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EL NIÑO QUE ESCUCHA LAS FABULAS


Enviado por   •  4 de Octubre de 2013  •  1.373 Palabras (6 Páginas)  •  344 Visitas

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El niño que escucha las fábulas

http://biblioteca.ajusco.upn.mx/pdf/24380.pdf

Para penetrar en los sentimientos del niño de tres o cuatro años, a quien su mamá explica una fábula, tenemos bien pocos datos seguros sobre los que contar, y debemos recurrir a la imagina¬ción. Pero nos equivocaremos si intentamos encontrar el punto de partida de nuestra investigación en la propia fábula o en sus elementos; en las vivencias del niño, los elementos más importan¬tes pueden no estar directamente relacionados con la fábula que escucha.

En primer lugar, la fábula es para el niño un instrumento ideal para que el adulto permanezca junto a él. La madre está siempre tan ocupada, el padre aparece y desaparece según un ritmo misterioso que es fuente de continuas inquietudes. Es raro que el adulto disponga del tiempo que desearía para poder jugar con el niño como él querría, con dedicación y participación, y sin distracciones. Pero con la fábula todo es distinto. Mientras dura, la mamá está con él, toda para el niño, como una presencia consoladora que le ofrece protección y seguridad. En ocasiones, cuando el niño, después de la primera pide una segunda fábula o historia, no hay que pensar en un auténtico interés en su contenido, o en su desarrollo; a menudo se trata de una excusa para prolongar la presencia del adulto, de la mamá, sentada junto a su cama, o sentados ambos en el mismo sillón. Es particular¬mente importante que la mamá se sienta cómoda, para que no le vengan ganas de escaparse demasiado pronto...

Mientras el río de la narración discurre tranquilamente entre los dos, el niño puede disfrutar de la presencia de la madre a sus anchas, estudiar su rostro en todos sus detalles, los ojos, la boca, la piel... También escucha, pero se permite el lujo de no prestar atención -especialmente si conoce ya el cuento (y tal vez por eso él mismo ha pedido su repetición), y por eso sólo necesita controlar que su narración se desarrolle por vías ya familiares. Lo más importante es su estudio de la madre o del adulto, que raramente puede realizar cuando quiere.

La voz de la madre no le habla sólo de Caperucita Roja o de Pulgarcito: le habla de sí misma. Un semiólogo podría decir que el niño no está interesado únicamente en el contenido y en su forma, en las formas de expresión, sino también en la substancia de la expresión: en la voz materna, en sus tesituras, volúmenes y modulaciones, en la música que comunica ternura, que hace desaparecer toda inquietud, que nos defiende de los fantasmas del miedo.

Después, o contemporáneamente, viene el contacto con la lengua materna, sus palabras, sus formas, sus estructuras. Nunca podremos saber en qué momento, el niño, escuchando un cuento, domina por absorción la relación entre las partes de la frase, descubre el uso de un modo verbal, la función de una preposición. No cabe duda que las fábulas son una gran fuente de información sobre el conjunto del idioma. Parte del trabajo que el niño invierte en comprender la fábula, lo invierte también en comprender el significado de las palabras que en ella van surgiendo, en establecer analogías y deducciones, fijar los límites entre sinónimos, la esfera de influencia de un adjetivo. Esta actividad «descifradora» es un elemento determinante en la relación del niño con la lingüística. Y hablo de «actividad» para evidenciar que el niño no es una parte pasiva de la acción de explicar-oír un cuento, sino que va tomando o rechazando de la fábula, aquellos elementos que han de ayudarle a tomar contacto con la realidad, en un trabajo continuado de elección.

¿Para qué más sirve la fábula? Para construir estructuras mentales, para proponerse relaciones como «yo, los demás», «yo, las cosas», «las cosas reales», «las inventadas». Le sirve para medir el espacio («lejos, cerca»), y el tiempo («una vez, ahora», «antes-después», «ayer-hoy», «hoy-mañana»). El «érase una vez» de la fábula no es diverso del «érase una vez» de la historia. Aunque la realidad de la fábula, como el niño descubre muy pronto, es diferente de la realidad en que vive.

Recuerdo un diálogo, con una niña de tres años, que me preguntaba:

-¿Y después qué haré?

-Después

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