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Henry Wallon Resumen

michi2323 de Septiembre de 2014

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Henri Wallon

2- El juego.

El juego es una etapa de la evolución total del niño que se divide en periodos sucesivos. En el primer estadio se manifiestan los juegos estrictamente funcionales, luego aparecen los juegos de ficción, de adquisición y de fabricación. Los juegos funcionales pueden ser de movimientos muy simples, una actividad en busca de resultados elementales que domina la ley de causa-efecto. En los juegos de ficción, interviene una actividad cuya interpretación es ya más compleja. En los juegos de adquisición el niño se esfuerza en percibir y comprender cosas y seres. En los juegos de fabricación, el niño disfruta acoplando y combinando objetos, modificándolos, transformándolos y creando otros nuevos. No hay actividades que no puedan ser motivo de juego. Muchos juegos buscan la dificultad por sí misma. En el momento en que se convierte en actividad práctica pierde el atractivo y las características de juego. La adaptación de la conducta para obtener resultados de acuerdo con una necesidad externa o intencional supone la intervención de lo que se llama la “función de lo real”. Esta acción exige un grado de tensión psíquica que o está presente en una acción que no tiene otra finalidad ni otra condición que ella misma. Las etapas que sigue el desarrollo del niño están marcadas por la explosión de actividades que parecen acapararlo casi por completo. De edad en edad estos juegos señalan la aparición de funciones muy variadas. Por ejemplo, funciones sensoriomotrices y de clasificación intelectual, de articulación, de memoria verbal y de enumeración, o de sociabilidad. El juego es una infracción a la disciplina o a las tareas que imponen al hombre las necesidades prácticas de su existencia. Pero supone esas disciplinas y tareas en lugar de negarlas o de renunciar a ellas. Hay juego en la medida en que se presenta la satisfacción de sustraer momentáneamente el ejercicio de una función a las presiones o a las limitaciones que esta sufre normalmente por parte de actividades más responsables. Lo que realmente distingue al juego de los más pequeños es que falta la conciencia del juego. El niño parece ser arrastrado por una atracción. El medio inevitablemente impone sus instrumentos, sus objetos y sus temas a la actividad de un ser, y el medio social se superpone al medio natural para transformarlo poco a poco hasta llegar prácticamente a sustituirlo. Cuanto más pequeño sea el niño mas dependerá de estos. La semejanza entre sus juegos y las prácticas de otra época tiene su origen en una de  esas tradiciones que el adulto puede haber olvidado pero que se transmiten entre los niños de una manera tan persistente como sutil. Los juegos serian la prefiguración y el aprendizaje de las actividades que deben imponerse más tarde. Difieren en el niño y la niña, prestando sus características al papel que cada uno deberá desempeñar mas tarde. En la teoría de Freud el instinto sexual o libido impondrá sus exigencias desde el nacimiento. Los juegos en lugar de ser una expresión de la función son un enmascaramiento de la misma. Su utilidad consistirá en producir una verdadera catarsis por medio de esas satisfacciones encubiertas. A su fase puramente negativa debe suceder otra que restaura lo que se había abolido, pero dando otro contenido a la actividad, un contenido estrictamente funcional. Las reglas de juego confieren a la idea de esfuerzo un aspecto de necesidad desagradable. El niño juega a sustraerse de esas obligaciones haciendo trampa. Las trampas plantean la cuestión del triunfo. El juego es estimulante y busca ser mas difícil, pues más estimulante es el triunfo. En muchos juegos se incrementan intencionalmente las dificultades para acentuar su exaltación. Las reglas del juego a menudo constituyen una organización del azar y compensan así, lo que el simple ejercicio de las aptitudes podría tener de monótono y aburrido. El azar mezcla los placeres funcionales con un cierto sabor de aventura. La ficción forma parte del juego por naturaleza. El niño se divierte con su libre fantasía a costa de las cosas y fingiendo, cree también él en su fantasía, pero se cansa rápidamente, pues en seguida necesita más verosimilitud. No deja de alternar entre la ficción y la observación. El niño repite en sus juegos, reproduce e imita. El sentimiento de rivalidad que puede experimental el niño hacia las personas que imita explica las tendencias opuestas a los adultos de las que a menudo hace gala en sus juegos. Su carácter clandestino es un medio de defensa contra la censura de los adultos. El secreto de los juegos a medida se mezcla con agresividad. La disciplina de sus micciones y de sus defecaciones constituye el primer esfuerzo que debe ejercer contra sí mismo, bajo la presión de los demás. Los deseos posteriores de rebelión evocan esta asociación inicial, bajo una forma simbólica. Un sentimiento de culpabilidad se combina eventualmente con esta agresividad. Se profundiza la oposición entre el niño y el adulto y se confirma la intuición de que hay juegos prohibidos. Un cierto exhibicionismo caracteriza a los juegos permitidos. El niño quiere ser visto cuando los practica. En cuanto a los adultos el juego puede dejar remordimientos. Tomarse la libertad de jugar es creerse digno de un descanso que elimina limitaciones, obligaciones, necesidades y disciplinas habituales por un tiempo.

4-Las alternancias funcionales.

El desarrollo del niño presenta oscilaciones, manifestaciones anticipadas de una función, retroceso de resultados e incluso el eclipse de sus efectos debido a funciones más recientes y que parece que quieren arrebatar todo el campo de la actividad antes de integrarse a ella. Algunas alternancias tienen un aspecto funcional: flujo y reflujo que uno tras otro invaden nuevas regiones y hacen emerger formaciones nuevas de la vida mental. En los periodos del desarrollo es posible encontrar componentes elementales que expresan ese vaivén y se puede reconocer en cada uno de ellos una ambivalencia que les hace asumir unas veces el papel de intima colaboración y otras el de reacción frente al medio. Hay un apetito de impresiones relacionadas con el equilibrio que pueden persistir hasta la edad en que el niño es capaz de suscitarlas valiéndose de sí mismo. La función motriz, al igual que la función alimenticia, tiene dos aspectos o fases: uno de contacto e intercambio con el exterior, otro de reabsorción y de cumplimiento subjetivo, pudiendo hacerse el intercambio reciproco sin que se modifique las condiciones formales de la situación. Por muy complejas que puedan llegar a ser las condiciones de los actos dirigiros hacia el medio, no hay ninguno que se repita sin que se presente una modificación íntima y sin elaborar gradualmente poderes o conocimientos que sean a la vez más unitarios y polivalentes. Las reacciones primarias no implican la inmutabilidad del sujeto. Lo modifican adaptándolo a conductas que están en cierto modo dirigidas por las circunstancias y constituyen medios inmediatos de adaptación. La reacción diferida es la expresión de un cambio que le antecede, en el que la elaboración de las estructuras íntimas tiende a prevalecer sobre las circunstancias o por lo menos a especificar su efecto y sus consecuencias. Una gran parte de la actividad del niño se absorbe en  la repetición de los gestos cuya causa es evidentemente intima. Entre los gestos provocados por el ambiente hay muchos que son de simple acomodación sensorial, afectiva o motriz. Implica correlativamente una modificación psicosomática que puede tener también su significación propia. La acomodación puede servir de forma y de soporte a una intención, a un afecto. Con la plasticidad de la posición del cuerpo las impresiones cuya motivación era externa tienen acceso al plano de las elaboraciones íntimas. Ciertos incidentes por su incapacidad de encontrarles una respuesta, someten expresamente al niño a una atenta y amplia curiosidad (contemplación hipnótica), para apropiarse de realidades que habían permanecido ajenas hasta ese instante. Una estructura de comportamiento está obligada a suponer simultáneamente factores íntimos y externos de igual eficiencia. El superego o superyó es un producto de las dos fases de adaptación y asimilación. Esa conciencia moral es una identificación de las limitaciones que se habían impuesto desde el exterior y que se convierten en limitaciones intimas. Lo activo y lo pasivo para él se confunden. El momento de su evolución en que el niño aprende a disociarlos está marcado por los juegos, en los que se atribuyen por turno los papeles activo y pasivo. Con respecto a las realidades inanimadas en la fase de individualización, solo consigue sacar fuera de si lo que le parece pertenecer al medio, mediante un trabajo simultáneo de unión y condensación del cual surgirá su yo. La alternancia suscita siempre un nuevo estado, que se convierte en punto de partida de un ciclo nuevo. 

2-La afectividad.

En el nacimiento no se pueden hacer distinciones entre el signo y la causa. Se tiene la impresión de que el placer o el alivio acompañan a espasmos en que se produce una tensión excesiva. Los sollozos son una liquidación habitual de la angustia. Con el tiempo los espasmos y la sensibilidad vinculada a cada uno pueden hacerse más moral. El sufrimiento bruto se ve frenado, desplazado, diluido, sutilizado y finalmente integrado a actos psíquicos que llegan a cambiar gradualmente su tonalidad penosa por simples estímulos de la conciencia. Las emociones consisten esencialmente en sistemas de actitudes que responden a un cierto tipo de situación. La emoción es una especie de prevención relacionada de alguna manera con el temperamento, con los hábitos del sujeto. Pero esta prevención a todas las circunstancias les

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