LA MUERTE Y EL MORIR EN EL ANCIANO
DANAE197420 de Noviembre de 2014
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Alfonso Blanco Picabia y
Rosario Antequera Jurado
LA MUERTE Y EL MORIR
EN EL ANCIANO
Aunque morir es siempre un proceso individual, es también un
acontecimiento que afecta asimismo a aquellos que, de alguna
manera, se relacionan con quien ha muerto. La muerte adquiere
por consiguiente, una dimensión social. Pero, al mismo tiempo y
como consecuencia de ello, las actitudes y comportamientos que
cada persona adopta ante el hecho de la muerte, sea propia o sea
ajena, son el resultado de la conjunción, por un lado de las características
y circunstancias individuales y por otro, del concepto y
sentido de la muerte imperante en la sociedad de ese momento y
lugar.
Por ello, para comprender las actitudes que el anciano va a adoptar
en un momento determinado ante el hecho de la muerte (ya sea
personalizada o sea ajena) se hace imprescindible analizar previamente
los conceptos y actitudes que socialmente se mantienen en
ese momento histórico y geográfico hacia la muerte y el morir. Esto
es así debido a que, como miembros de ese entorno social, también
esos conceptos y actitudes vigentes en una sociedad son, con seguridad,
compartidos en mayor o menor grado por cada uno de los
ancianos que en ella se encuentran.
Se hace así preciso reflexionar sobre el propio concepto de
muerte, sobre las actitudes que en nuestros días existen con respecto
a este tema y muy concretamente, sobre las que se dan ante
el hecho de morir en relación a los ancianos. Pero no es menos
importante conocer la actitud que tienen los propios ancianos
frente a la muerte (ajena o propia) y las variables que determinan
esas actitudes.
1. SOBRE EL CONCEPTO DE MUERTE
Entrar a analizar el concepto de muerte es intentar abarcar un
mundo casi infinito de posibilidades (Blanco Picabia, 1992a) que se
han intentado abordar adoptando muy distintas perspectivas. Por un
lado, lo que la ciencia y los conocimientos que de ella se derivan nos
aportan sobre su naturaleza. Por otro, la percepción, introyección y
recreación que cada individuo realiza de ese suceso objetivo y real
y que se convertirá en subjetivo en función tanto de las idiosincráti-
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cas características de personalidad de cada individuo, como de las
normas y conceptos vigentes en la sociedad en que viva esa persona.
Unas normas y conceptos que, en mayor o menor grado, son
compartidas por todos aquellos que forman parte de un mismo
marco cultural. Y tanto si nos centramos en el tema adoptando una
perspectiva como la otra, la muerte se muestra lo suficientemente
compleja, ambigüa y desconocida como para escapar una y otra vez
a todos los intentos de aprehenderla intelectualmente y de conceptualizarla.
Así y partiendo de que no hay una respuesta rigurosamente ajustada
y comúnmente aceptada a una definición de muerte (Blanco,
1993) e independientemente de los planteamientos personales que
ante la misma se puede adoptar, la acepción mas comúnmente aceptada
(por lo evidente e innegable) es que la “muerte es la cesación o
el término de la vida” (Diccionario de la Academia de la Lengua
Española, 1992).
No obstante y a pesar de la aparente objetividad de esta definición,
resulta confuso situar en el tiempo el tránsito de vida a muerte,
el momento en que se produce radicalmente “el término de la
vida”. Esta dificultad proviene del hecho de que la muerte no se
produce en un instante preciso; es un proceso que va afectando
progresivamente a las distintas partes del organismo (Thomas,
1991). Lo cual hace difícil determinar el momento preciso en que
podemos decir que un sujeto está completamente muerto, que no
queda ninguna vida en su organismo. Así, por ejemplo, a pesar de
que se haya diagnosticado la muerte cerebral (uno de los criterios
médicos actualmente considerados como de mayor objetividad
para determinar la muerte del individuo) todavía existen en su
organismo células con su código genético único, irrepetible y totalmente
característico, que siguen multiplicándose y por tanto,
viviendo. De hecho, es frecuente comprobar cómo al producirse la
muerte cerebral se pueden mantener los órganos más importantes
del cuerpo en funcionamiento (con más o menos ayuda artificial),
posibilitando de esta manera la donación de órganos. Así como
podemos asistir también en muchos casos a la negativa de los familiares
a aceptar que el sujeto haya muerto alegando que todavía “se
le puede ver respirar”.
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Pero las dificultades de encontrar un criterio objetivo o una definición
objetiva de muerte se multiplican cuando intentamos abordar
el concepto subjetivo y vivenciado de muerte. Desde esta perspectiva,
la definición de muerte como “terminación o cese de la vida”
resulta insuficiente para abarcar en toda su complejidad lo que para
cada ser humano, independientemente del momento evolutivo en
que se encuentre, significa el hecho de morir. Basándose en ello, es
por lo que puede afirmar Charmaz (1980) que existen tantas maneras
individuales de conceptualizar la muerte como individuos. Una
idea que ya muchos años antes y mucho más bellamente había
expresado Unamuno (1912): “Dos entes vivos difieren en cuanto la
vida de ellos es distinta y como vivir no es lo mismo para los dos,
tampoco morir (que, por lo pronto, es dejar de vivir) significa lo
mismo”.
¿Cómo podríamos sistematizar y organizar la gran cantidad de
variables, informaciones y sentimientos que interactuando confieren
su inabarcable complejidad a la simple palabra muerte? Podríamos
intentarlo respondiendo a tres preguntas: ¿qué puede significar ese
concepto?, ¿dónde radica el fenómeno?, ¿qué la produce?, ¿quién es
el que muere?
I. ¿CUÁL ES EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE?
Así, en función del concepto del que dotemos a la vida, adquirirá
la muerte un significado especial. Puede entonces ser entendida
como el principio de una nueva existencia, despojada del cuerpo
que la aprisiona o como el final de una etapa detrás de la cual no hay
nada, o al menos nada conocido.
Estos conceptos de muerte son tan sólo una muestra de los posibles
planteamientos que, de manera amplia y difusa, el hombre
adopta ante la muerte. Pero hay asimismo que tener en cuenta que
estos conceptos van a adquirir matices diferentes al ser asimilados
por cada individuo concreto. Se hacen así precisas varias puntualizaciones
a este respecto:
• La primera distinción que se hace aquí necesaria es diferenciar
entre el concepto que cada uno de nosotros tiene de lo
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que es la muerte en general (como evento que afecta a todo
aquello que nos rodea pero que sólo nos afecta de una
manera más o menos indirecta) y el concepto de esa misma
muerte cuando es puesta en relación con uno mismo (lo que
ocurre con mayor frecuencia cuando el sujeto llega a la
vejez). Fruto de esta distinción, el concepto personal de
muerte se torna paradójico (Thomas, 1991): la muerte en
general, en abstracto, ajena, se acepta como algo cotidiano
pero sin embargo, cuando atañe a lo personal, siempre parece
lejana, sobre todo en la juventud (son “los otros” los que
mueren).
La muerte se acepta a nivel consciente y racional como un hecho
natural pero se vivencia en lo personal como un accidente, arbitrario
e injusto, para el que nunca estamos preparados. Ni a pesar de
que, como es el caso de los ancianos, se sea consciente de su mayor
proximidad y posibilidad de ocurrencia. La muerte es concebida
como algo aleatorio, indeterminable ya que no sabemos el cúando
ni el cómo ni, sobre todo, el por qué. Pero el progreso de la estadística,
los avances médicos y la difusión de conocimientos biológicos
y epidemiológicos nos hacen creer que podemos estimar el momento
en que “probablemente” ocurra y que con frecuencia (y quizás
como manera de defendernos de la angustia que nos provoca) se
suele relacionar con la edad provecta.
La muerte es universal; todo lo que vive está destinado a perecer
o a desaparecer (lo que de alguna manera trivializa el acto de morir).
Pero es también única ya que la muerte constituye para cada uno de
nosotros un acontecimiento sin precedentes y que no se ha de volver
a repetir.
• El segundo aspecto que hemos de considerar es que la muerte
es un fenómeno multidimensional que, por ejemplo, para Folta
y Deck (1974) comprende al menos tres aspectos:
la muerte como proceso; es decir, la agonía (o el proceso de
morir).
la muerte como acto; concepto abstracto de finalidad, el acto
final de la vida del hombre (la muerte
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