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LA RELIGIÓN COMO COMPENSACIÓN DE LA CONVERSIÓN DEL INDIVIDUO EN HOMBRE-MASA

martinpsi3 de Septiembre de 2013

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LA RELIGIÓN COMO COMPENSACIÓN DE LA CONVERSIÓN DEL

INDIVIDUO EN HOMBRE-MASA

Con el fin de eliminar toda saludable restricción a la ficción del poder

absoluto del Estado, esto es, de la omnipotencia de los jerarcas máximos que

manejan los hilos del Estado, todos los esfuerzos social-políticos que apuntan

en aquella dirección se encaminan a minar las bases de las religiones. Para

convertir al individuo en función del Estado, es preciso quitarle cualquier

otro condicionamiento o situación de dependencia; y ocurre que religión

significa dependencia y sujeción a algo dado de índole irracional y que no

está referido directamente a condiciones sociales y físicas sino a la postura

psíquica del individuo.

Una actitud hacia las condiciones exteriores de la existencia sólo es factible si

existe un punto de enfoque situado fuera de ellas. Las religiones

proporcionan o pretenden proporcionar esta base y, así, ofrecer al individuo

la posibilidad de criterio y decisión propios. Proveen un reservado frente a la

presión concreta e ineludible de las circunstancias externas, a cuya merced se

halla todo el que viva por entero en el mundo exterior y no tenga bajo los pies

más que el pavimento. Si no existe otra verdad que la basada en las estadísticas,

ella representa la exclusiva autoridad; hay entonces una sola

realidad dada, y no habiendo otra opuesta a ella, el criterio y la decisión

propios son, no ya superfluos, sino imposibles. Entonces el individuo es

forzosamente una función de la estadística y, por ende, una función del

Estado o como quiera llamársele al principio normativo abstracto.

Las religiones enseñan una autoridad distinta, opuesta a la del "mundo".

Enseñan que el individuo está sujeto a Dios, doctrina ésta no menos exigente

que el mundo. Hasta puede darse el caso de que debido a lo absoluto de esta

exigencia el hombre quede enajenado al mundo en no menor grado que se

pierde a sí mismo cuando sucumbe ante la mentalidad colectivista. Puede él

en el primer caso, frente al punto de vista de la doctrina religiosa, perder su

criterio y decisión propios igual que en el segundo. A eso aspiran evidentemente

las religiones, a no ser que se avengan a un pacto transaccional

con el Estado. En este último caso, "religión" tiene más bien el sentido de

profesión de fe dirigida al medio ambiente, siendo por lo tanto un asunto

ultramundano, mientras que la religión propiamente dicha expresa una

relación subjetiva con ciertos factores metafísicos, esto es, extramundanos,

quiere decir que su sentido y objetivo residen en la relación del individuo con Dios (cristianismo, judaismo, islam) o con el camino de la redención

(budismo). De este hecho fundamental deriva la respectiva ética, la que sin la

responsabilidad individual ante Dios no pasa de moral convencional.

Las religiones en cuanto a pactos transaccionales con la realidad profana se

han visto en la necesidad de proceder a una progresiva codificación de sus

nociones, doctrinas y prácticas, a raíz de lo cual se han aseglarado tanto que

su esencia religiosa propiamente dicha, la revelación viva y entendimiento

inmediato con su punto de referencia extramundano, ha pasado a segundo

plano. Toman como pauta del valor y significación de la relación religiosa

subjetiva la doctrina tradicional; y allí donde ocurre así en menor grado (como

por ejemplo en el protestantismo), por lo menos se habla de pietismo,

sectarismo, exaltación sin freno y cosas por el estilo con referencia a quien

invoque la voluntad inmediata de Dios. La religión en cuanto credo

convencional o es la Iglesia oficial o, cuando menos, constituye una

institución pública, de la cual forman parte consuetudinariamente, por así

decirlo, al lado de auténticos creyentes, muchas gentes que son en definitiva

indiferentes en materia religiosa. Aquí se hace patente la diferencia existente

entre religión propiamente dicha y religión como profesión de fe colectiva

dirigida al medio ambiente.

De manera, pues, que el pertenecer a una religión es, según el caso, asunto no

tanto religioso sino más bien social, y como tal no contribuye nada a la

constitución de la individualidad. Ésta depende exclusivamente de la relación

del individuo con una instancia extraterrena, cuyo criterio no es la profesión

de fe de labios afuera, sino el hecho psicológico de hallarse la vida del individuo

efectivamente condicionada no sólo por el yo y sus pareceres, o por

factores determinantes sociales, sino, en igual medida, por una autoridad

trascendente. No son normas morales, por muy elevadas que sean, ni

profesiones de fe, por más que ortodoxas, las que constituyen el fundamento

de la autonomía y libertad del individuo; es única y exclusivamente la

conciencia empírica, esto es, la vivencia inequívoca de una personalísima

relación mutua entre el hombre y una instancia extramundana opuesta al

"mundo y su razón".

Esta formulación no agradará ni a quién se sienta hombre-masa ni al hombre

de la religión transaccional, seglarizada. Para el primero, la razón de Estado

es el principio supremo del pensamiento y de la acción; ésta es la noción que

le ha sido inculcada, y es así que a su entender el individuo sólo en cuanto

función del Estado tiene razón de ser. Por su parte, el segundo, si bien

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concede al Estado un derecho moral y de hecho, sostiene que no sólo el

hombre sino también el Estado puesto por encima del hombre está sujeto al

imperio de Dios y que en caso de duda la decisión suprema debe

corresponder a éste, y no a la razón de Estado. Como no pretendo abrir juicio

en materia metafísica, me abstengo de opinar sobre la cuestión de si el

mundo, esto es, el mundo exterior, humano, y por ende la naturaleza toda, es

o no antagónico a Dios. Sólo señalaré que el antagonismo psicológico entre

las dos esferas vivenciales no sólo está atestiguado ya en el Nuevo

Testamento, sino que todavía en los tiempos presentes se pone de manifiesto

en la actitud negativa de los regímenes dictatoriales hacia la religión y de la

Iglesia hacia el ateísmo y el materialismo.

Así como el hombre, ser social, a la larga no puede vivir al margen de la

sociedad, el individuo halla su verdadera razón de ser y su autonomía

espiritual y moral únicamente en un principio extramundano capaz de

introducir relatividad en la gravitación abrumadora de los factores externos.

El individuo no enraizado en Dios no está en condiciones de resistir el poder

físico y moral del mundo por virtud de su postura personal. Para eso, el

hombre ha menester la evidencia de su experiencia interior, trascendente, sin

la cual se convierte irremisiblemente en hombre-masa. La mera

comprobación intelectual, o moral, del embrutecimiento y falta de

responsabilidad moral que caracterizan al hombre-masa es negativa y por

desgracia no significa más que un vacilar en el camino que desemboca en la

atomización del individuo, es tan sólo racional y por ende carece de la fuerza

de la convicción religiosa. Frente a la razón del ciudadano, el Estado dictatorial

tiene la ventaja de haber absorbido con el individuo sus fuerzas

religiosas. El Estado ha tomado el lugar de Dios; es así que, desde este punto

de vista, las dictaduras socialistas son religiones y la esclavitud de Estado

viene a ser una especie de culto. Es verdad que semejante traslado y

desnaturalización de la función religiosa no pueden operarse sin suscitar

íntimas dudas; las cuales son reprimidas prestamente, empero, para evitar el

conflicto con la tendencia predominante al hombre-masa.

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