La libido
dulcesitasTutorial31 de Mayo de 2012
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Libido
s. f. [Término de origen latino, de trasposición igual en todos los idiomas, rescatado por Freud.] Energía psíquica de las pulsiones sexuales que encuentra su régimen en términos de deseo, de aspiraciones amorosas, y que, para S. Freud, da cuenta de la presencia y de la manifestación de lo sexual en la vida psíquica.
C. Jung, por su parte, concibe la libido como una energía psíquica no específica, que se manifiesta en todas las tendencias, sexuales o no; refuta esto Freud, quien mantiene su referencia a lo sexual. Asimilando su concepción de la libido, como energía de todo lo que se puede englobar bajo el nombre de amor, al Eros de Platón, Freud llega a llamar libido a la energía del Eros. J. Lacan retoma la cuestión y propone concebir la libido no tanto como un campo de energía sino como un «órgano irreal» que tiene relación con la parte de sí mismo que el ser viviente sexuado pierde en la sexualidad [Seminario XI, «Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis», 1964].
Es relativamente arduo extraer una definición de la libido en Freud, especialmente porque recibe distintas aclaraciones según los momentos de conceptualización de la teoría de las pulsiones, los avances concernientes a la vida sexual, normal o patológica, el cuestionamiento reiterado del problema de las neurosis, las perversiones, las psicosis, etc. El término latino libido, que significa «deseo» [violento, inclinación intensal, «garias», «aspiración», tal como Freud lo usa, designa «la manifestación dinámica en la vida psíquica de la pulsión sexual»; es la energía «de esas pulsiones relacionadas con todo lo que se puede comprender bajo el nombre de amor». Al afirmar la referencia a lo sexual de la libido, referencia que hace valer en las diversas definiciones que da, Freud se contrapone al punto de vista de Jung, que extiende, generaliza y desespecifica la libido, viéndola operante en todo tipo de tendencias. En Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), en especial, Freud adopta una clara posición: «No ganamos nada evidentemente en insistir con Jung en la unidad primordial de todas las pulsiones y en dar el nombre de libido" a la energía que se manifiesta en cada una de ellas (...) Es imposible, sea cual fuere el artificio al que se recurra, eliminar de la vida psíquica la función sexual (...) el nombre de libido permanece reservado a las tendencias de la vida sexual, y únicamente en este sentido lo hemos empleado siempre».
Libido y sexualidad. La economía y la dinámica libidinales, sobre cuya comprensión y conceptualización Freud no cesa de volver, suponen una concepción de la sexualidad mucho más amplia que la vigente en su época y aun, por otra parte, en la nuestra. Como lo explica en Tres ensayos de teoría sexual (1905) o en Conferencias de introducción al psicoanálisis, es a través de] estudio de la sexualidad infantil y de las perversiones como Freud encuentra sus argumentos para deslindar la sexualidad de la finalidad de la procreación, para refutar la identidad entre sexual y genital, para concebir entonces la existencia de algo sexual que no es genital y que no tiene nada que ver con la reproducción sino con la obtención de una satisfacción. Llega así, produciendo entonces un escándalo, a calificar de sexuales un conjunto de actividades o tendencias que no sólo registra en el adulto sino también en el niño, aun lactante. De este modo, por ejemplo, caracteriza como sexual, y reconoce como actividad sexual, la succión en el niño y la satisfacción que extrae de ella. A través de esta concepción ampliada de la sexualidad despliega la concepción de un desarrollo sexual o, expresión para él equivalente, de un desarrollo de la libido según diferentes estadios. Da así por sentado que la vida sexual, o la vida libidinal, o la función de la sexualidad (para él sinónimos), lejos de estar instalada de entrada, está sometida a un desarrollo y atraviesa una serie de fases o estadios. El «punto de giro de este desarrollo», escribe en Conferencias de introducción al psicoanálisis, está «constituido por la subordinación de todas las tendencias sexuales parciales al primado de los órganos genitales, o sea, por la sumisión de la sexualidad a la función de la procreación».
Otro aspecto del desarrollo sexual que pone en juego la economía libidinal y su dinámica energética es el que compromete toda la cuestión de la relación con el objeto, pudiendo la libido investir y tomar como objeto tanto la persona misma (se la llama entonces libido del yo) como un objeto exterior (se la llama entonces libido de objeto). Freud designa con el término narcisismo el desplazamiento de la libido sobre el yo. Además introduce la cuestión del objetivo de la pulsión, que es la satisfacción; Freud la interroga en especial con el problema del devenir libidinal en la sublimación. Una misma energía psíquica, cuyo carácter sexual inicial mantiene, una misma energía libidinal, cuyo «gran reservorio», dice, es el yo, opera, por lo tanto, para Freud, en las pulsiones sexuales y sus modificaciones, cualquiera que sea el objeto al que se dirijan, cualquiera que sea el objetivo que alcancen, directamente sexual o sublimado.
Libido y pulsión de vida. La concepción ampliada de la sexualidad que Freud promueve lo lleva a referirse en reiteradas oportunidades al Eros platónico. Ve en este una concepción muy cercana a lo que él entiende por pulsión sexual, según lo escribe en Tres ensayos de teoría sexual, donde evoca la fábula poética que Platón hace relatar en el Banquete a Aristófanes: la división en dos partes del ser humano, que desde entonces aspira incesantemente a volver a encontrar su mitad perdida para unirse con ella. A Eros, el Amor, Platón nos lo muestra como el deseo, siempre desprovisto y siempre en busca de lo que pueda apaciguarlo, satisfacerlo, yendo sin cesar tras lo que le falta para ser colmado. De este modo, dice Freud en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), «al ampliar la concepción del amor, el psicoanálisis no ha creado nada nuevo. El Eros de Platón presenta, en cuanto a sus orígenes, sus manifestaciones y sus relaciones con el amor sexual, una analogía completa con la energía amorosa, con la libido del psicoanálisis. . >. Freud está entonces plenamente de acuerdo con la teoría del amor en Platón y su concepción del deseo, pero al mismo tiempo se niega a abandonar el término psicoanalítico libido por el filosófico y poético Eros, pues, aunque señala su gran proximidad, rehusa arriesgarse a perder así aquello que quiere hacer reconocer: su concepción de la sexualidad. De este modo, escribe también: «Aquellos que consideran la sexualidad como algo que avergüenza a la naturaleza humana y la rebajan son perfectamente libres de usar los términos más distinguidos de Eros y erótica (...) Nunca se puede saber hasta dónde se va a llegar de esta manera: se comienza por ceder en las palabras y luego se termina cediendo en las cosas». En Más allá del principio de placer (1920) primero, y en obras posteriores, Freud utiliza el término Eros para connotar las pulsiones de vida, que opone a las pulsiones de muerte, trasformando entonces especulativamente, como dice, la oposición entre pulsiones libidinales y pulsiones de destrucción. El Eros, que Freud da como equivalente de las pulsiones de vida (que reúnen ahora a las pulsiones sexuales y a las pulsiones de autoconservación), es la energía misma de estas pulsiones que tienden a la ligazón, a la unión, a la reunión y al mantenimiento de este estado. En Esquema del psicoanálisis (1938), escribe que llamará de ahora en adelante libido a «toda la energía del Eros».
Pérdida y sexualidad. Lacan sustituye el mito de Aristófanes recordado por Freud por lo que llama «el mito de la laminilla», producido para «encarnar la parte faltante»; con esto busca retomar la cuestión de la libido y su función, y en tanto la cuestión del amor queda relegada a un fundamento narcisista e imaginario. El mito de la búsqueda de la mitad sexual en el amor queda sustituido por «la búsqueda, por el sujeto, no del complemento sexual, sino de la parte de sí mismo perdida para siempre, constituida por el hecho de que no es más que un ser viviente sexuado y ya no es más inmortal». En Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1973), especialmente, se explica al respecto: la laminilla «es algo que tiene relación con lo que el ser sexuado pierde en la sexualidad; es, como la ameba con relación a los seres sexuados, inmortal». En esta laminilla inmortal que sobrevive a toda división, en este órgano que «tiene como característica no existir», allí, dice Lacan, está la libido inmortal, irreprimible, lo que le es sustraído al ser viviente por estar sujeto al sexo. La libido se encuentra entonces designada por la imagen y el mito de la laminilla ya no «como un campo de fuerzas sino como un órgano», un «órgano parte del organismo» y un órgano «instrumento de la pulsión». Organo «irreal», dice todavía Lacan, definiéndose lo irreal «por articularse a lo real de una manera que se nos escapa, lo que requiere justamente que su representación sea mítica, como la concebimos nosotros. Pero ser irreal no le impide a un órgano encarnarse».
Sexualidad
Dicc Laplanche y Pontalis
En la experiencia y en la teoría psicoanalíticas, la palabra sexualidad no designa solamente las actividades y el placer dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino toda una serie de excitaciones y de actividades, existentes desde la infancia, que producen un placer que no puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica
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