Roles En La Familia
christianjls11 de Mayo de 2014
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LOS ROLES EN LA FAMILIA
Dr. José E. Milmaniene*
Sostenemos que más allá de los estilos, los modos históricos, las
ideologías o los criterios morales, la estructura familiar debe
asentarse en el interjuego eficaz de las funciones maternas y
paternas.
Un adecuado despliegue de las funciones parentales resulta
esencial para la constitución subjetiva, y cuanto mayor sea la
distancia entre ellas y su cumplimiento efectivo por parte de los
progenitores, mayores serán los costos psíquicos y conflictos del
niño.
Afirmamos la importancia de preservar el ejercicio diferencial de los
roles de ambos padres, en tanto el padre debe sostener los
significantes y los emblemas de su virilidad, y la madre los de su
feminidad. En tal sentido si se produce una fuerte y rígida inversión
de los roles en tanto el padre se feminiza o materniza y la madre se
faliciza, es decir le dicta la Ley al padre, se incrementan los riesgos
de un retorno sintomático o un trastorno en la identidad sexual en
el hijo.
Entonces frente a la emergencia de nuevos modos de organización
familiar, tales como las familias monoparentales o de parejas
homosexuales o transexuales, se plantean algunos interrogantes, a
saber : ¿ cómo se desarrollarán aquellos niños criados en un
universo que recusa o desmiente la diferencia sexual anatómica,
base de todo procesamiento simbólico y de toda arquitectura
identificatoria?¿ cómo se habrá de conformar la subjetividad cuando
la reduplicación narcisista especular de lo Mismo por parte de los
padres desplaza al encuentro con la alteridad que encarna el Otro
sexo? ¿Cómo habrá de situarse un niño como sujeto de la Ley
simbólica, fundada en el reconocimiento de la diferencia, si los
padres la desmienten cuando asumen una identidad sexual distinta
de la anatómica? ¿Cómo opera en el hijo la disonancia cuando la
percepción de la diferencia sexual anatómica resulta desmentida
por padres que reivindican el encuentro de Uno con lo Mismo?
Caractericemos ahora a ambas funciones parentales:
A. La función materna:
La madre cría a su hijo a través de sus dones de amor,
expresados en sus caricias deseantes, en sus arrullos, en sus
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mimos, en sus canciones de cuna, y en sus susurros afectivos.
Sin un adecuado suministro libidinal por parte del Otro
primordial, el cuerpo biológico del niño no logra investirse
eróticamente y consolidarse narcisisticamente, y las carencias
emocionales padecidas en la infancia dificultan y perturban
seriamente la constitución subjetiva dado que generan
patologías.
Recordemos que la figura de la madre-nutricia se asienta sobre
la categoría central de feminidad-pasividad receptiva – que se
expresa por la seducción erotizante, el cuidado amoroso, la
contención emocional y la ternura- condición esencial inherente
a la mujer que asume su deseo de hijo.
La relación materno-filial está abierta a todos los extravíos y
excesos propios de un vínculo “pasional”, tal como lo evidencian
los trastornos y las patologías que se derivan de una inadecuada
elaboración de esta simbiosis fusional entre la madre y su
producto-el hijo, objeto de amor privilegiado, destinado a colmar
el deseo femenino más esencial.
Así, y modo de ejemplo, una madre posesiva y sobreprotectora,
que no mira con deseo al hombre y no habilita por ende su
palabra, no podrá negativizar su “goce” materno, y el niño
quedará adherido a su figura, atenazado, por la viscosidad
erótica de un vínculo edípico de características “perversas”, de
difícil resolución. Obviamente en estos casos se requiere la
complacencia de un padre ausente o debilitado, incapaz de
asumir con consistencia fálica la responsabilidad de su rol.
Recordemos que a una madre fálica suele corresponder un
padre maternizado, que si bien ama a su hijo, no logra imponer
el límite necesario para sublimar las pulsiones infantiles
incestuosas-
Entonces el delicado equilibrio de la erotización materna oscila
pues entre los extremos del déficit de una madre abandónica, y
el exceso de una madre híper-erotizante, que no permite la
entrada de la Palabra paterna. Cuando la madre – castradora y
de rasgos fálicos- excluye al padre del discurso y se erige como
portadora la Ley, el hijo se habrá de confrontar con un superyó
materno sádico y arbitrario.
La clínica nos ofrece variados ejemplos de estas relaciones
simbióticas en las cuales el hijo sirve de objeto –fetiche que
colma totalmente a la madre, que entonces no desea a nadie
más que a éste, relegando al hombre a la condición de mero
reproductor biológico.
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La salida de este impasse se produce por la presencia eficaz del
Padre en el ejercicio de su función, el que impone el necesario
“corte” en la díada fusional entre la madre y el hijo.
Si éste quedara atrapado en una angustiante simbiosis
amorosa-mortífera con la madre, el sujeto no podría siquiera
subjetivarse o lo haría conflictivamente, bajo los modos
sintomáticos de las neurosis, la perversión o la psicosis.
Describiré a continuación dos modalidades patológicas de la
condición maternal1:
1. La madre-devoradora: aquí se observa la figura de la
madre posesiva, que entabla con el hijo una simbiosis
fusional masiva, que sumerge al niño en un goce materno
perverso. Se trata de una verdadera “locura fálica”, que
delata la imposibilidad de soportar la angustia que se
genera por la inexorable separación del hijo. La madre
sostiene así la ilusoria recuperación de la plenitud fálica,
que procura la fusión con el hijo, posibilitada a su vez por el
deficiente despliegue de la función paterna. En estos
casos la maternidad relega fuertemente a la feminidad.
2. La madre-narcisista: es la que “deja caer” al niño, al que no
logra investir fálicamente, dado que lo vive como una
amenaza para la híper valoración narcisista de su propia
imagen corporal. Supone que el niño resulta un
indeseable competidor, que viene a des-falicizar su cuerpo,
dado que se halla extremadamente preocupada por la
preservación de las buenas formas del narcisismo. Suele
vivir a la maternidad como una destitución castratoria de su
propia feminidad, anclada en el fantasma de la completud
de su ser-fálico. Se trata de una madre caprichosa y
competitiva, que rivaliza con los hijos, empantanada en el
amor pasional por su propia imagen, lo que la inhabilita
para amar al Otro. Se entiende entonces que en este caso
la mujer no deja surgir a la madre.
1 Véase al respecto mi libro “Clínica de la diferencia en tiempos de perversión generalizada” Biblos, Bs.
As. 2010 pp. 52-53
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B. La función paterna: es la encargada de imponer el corte
liberador, es decir, el límite subjetivante que al impedir el goce
incestuoso con la madre, permite ordenar el caos pulsional del
hijo.
El niño adviene así, merced a la prohibición normativa, en un
sujeto de la cultura, sometido a las regulaciones, coacciones e
imposiciones del orden simbólico, y habrá de padecer el
malestar inherente a toda renuncia instintual.
La palabra legislante impone el límite que acota el goce
corpóreo con el cuerpo materno, para recuperar el placer en
escala invertida de la ley del deseo. El padre separa al hijo de
la madre con dos enunciados que sancionan la disolución de
la simbiosis fusional, a saber: al hijo –“no yacerás con tu
madre”- y a la madre – “no reintegrarás tu producto”- como lo
describe lúcidamente Jacques Lacan2.
En la actualidad se observa una marcada devaluación de la
palabra paterna con la consiguiente falta de límites
subjetivantes, por lo cual los jóvenes naufragan en un mundo
anómico, sin orden y sin Ley.
La defección estructural de la figura del Padre causa un
severo desquiciamiento instintual, con la consecuente
abolición de las diferencias sexuales y generacionales.
Es el Padre de la Ley el que asigna los lugares en la
estructura familiar e impone el necesario orden y las
adecuadas distancias intersubjetivas, imprescindibles para
que el niño se incluya en el sistema sociosimbólico.
Si los hijos se simetrizan con los padres y conforman una
alianza fraterna dominante, y logran imponer sus caprichos en
lugar de la Ley, toda la arquitectura subjetiva se desmorona y
el sujeto naufraga en la violencia pulsional y el caos, tal
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