Salud Y Enfermedad

A partir de las distintas definiciones de salud mental podemos encontrar un común denominador presente e ineludible: el término “normalidad” es utilizado a priori desde el afuera hacia adentro, es decir, desde los patrones de comportamiento que el entorno espera del individuo. Independientemente de las convenciones o nomenclaturas de los distintos organismos de salud, es realmente difícil imaginar la normalidad o la anormalidad por fuera de las diferentes pautas culturales.

En la definición de Millon se habla de una “tendencia a adaptarse al entorno de forma efectiva y eficiente”; Lía Ricón también se refiere a las personalidades pertinentes como personas que “están integradas en la sociedad en la que viven”. También se utiliza un criterio estadístico que da forma a la campana gaussiana para enmarcar una personalidad dentro de la normalidad; incluso desde el DSM IV se refiere a los trastornos de la personalidad como rasgos que se vuelven desadaptativos.

La compulsiva y efectiva tradición de “enfermar al distinto” pareciera ser un modo de operación que trasciende culturas, épocas e incluso corrientes de pensamiento. Desde un tiempo hacia acá y bajo una clara influencia del pensamiento positivista, se intentó aplicar leyes de carácter científico para explicar el desequilibrio en ciertos comportamientos observables en los individuos de un sistema social; de esta manera surgieron conceptos como “patología”, “herencia genética”, “profilaxis mental”, que se han ligado estrechamente al intento de emancipar al “portador” del resto de la comunidad; resulta inmensamente más sencillo discutir en términos médico-científicos que en términos sociológicos o políticos. Cuando el ser humano se posiciona en un espacio capaz de diagnosticar y clasificar a un otro, por definición adquiere un estadio superador que desarticula cualquier intento de confrontación o discusión de ideas.

Para la constitución formal de las distintas sociedades resultaba inevitable alcanzar un delineamiento claro de identidad que debía prescindir de valores, creencias y tradiciones que pudieran atentar contra un estado de equilibrio ideal y funcional a cierto modelo; en pos de tal empresa las díadas “yo - otro” o “nosotros - ellos” fueron (y son) atinadas dinámicas de relación que remiten directamente a un arquetipo de exclusión social. Si trasladamos esta lógica a la medicina, especialmente a lo que a la salud mental refiere, encontraremos que ciertos diagnósticos marcan a fuego el rol de determinados individuos que responderán, desde el momento en que son rotulados, a las conductas presupuestas devenidas del trastorno adjudicado; posiblemente comiencen a desenvolverse de la forma en que la sociedad espera que lo hagan. Las afecciones mentales en efecto existen, pero muchas veces su carácter crónico está dado por el “empuje” clínico y social que imprimen una huella imborrable en la persona; el aislamiento, en efecto, profundiza esta marca y lo objetiviza de tal manera en que se convierte en un ente destinado a ser estudiado por fuera del sistema

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