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De La Tradición A La Verdad


Enviado por   •  22 de Agosto de 2013  •  6.477 Palabras (26 Páginas)  •  219 Visitas

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De la tradición a la verdad

La historia de un sacerdote católico romano

Nací en Irlanda, en una familia católica de ocho hijos. Tuve una niñez feliz y completa. Mi padre fue coronel del ejército irlandés hasta el día que se jubiló, cuando yo tenía nueve años de edad. Como familia, nos gustaba jugar, cantar y actuar. Nuestra casa estaba en un campamento militar en Dublín. Éramos una típica familia irlandesa católica romana. Algunas veces mi padre se arrodillaba al lado de su cama para orar en una manera solemne. Mi madre le “hablaba” a Jesús mientras cocinaba, o lavaba los platos, o hasta cuando fumaba un cigarrillo. Casi todas las noches nos arrodillábamos en la sala de nuestra casa para rezar el Rosario juntos. Nunca faltábamos a misa, a menos que estuviéramos seriamente enfermos. Como a la edad de cinco o seis años, Jesucristo era una persona muy real para mí, lo mismo que la virgen María y los demás santos. Puedo identificarme fácilmente con otras personas de las naciones católicas tradicionales de Europa y con los latinoamericanos y filipinos, que ponen a Jesús, María, José, y a todos los otros santos mezclados en un mismo caldero de fe.

En la Escuela Jesuita de Belvedere me inculcaron el catecismo. Fue también en esa escuela donde estudié para mi educación primaria y secundaria. Al igual que cualquier niño educado por los jesuitas, antes de los diez años ya podía recitar las cinco razones por las que Dios existe, y por qué el Papa era la cabeza de la única iglesia verdadera. Rescatar almas del purgatorio era un asunto muy serio. La frase citada con frecuencia, “Es un pensamiento santo y bueno orar por los muertos para que sean liberados de sus pecados”, la aprendimos de memoria aunque no comprendíamos el significado de dichas palabras. Nos dijeron que el Papa, por ser la cabeza de la iglesia, era la persona más importante del mundo. Lo que él decía, era ley, y que los jesuitas eran su mano derecha. Aunque la misa se decía en latín, trataba de asistir diariamente porque me intrigaba la profunda sensación de misterio que la rodeaba. Nos dijeron que esa era la manera más importante de agradar a Dios. Nos animaban a orar a los santos, y teníamos santos patrones para casi todos los aspectos de la vida. No tuviera seguro de ello en mi vida, con la excepción de San Antonio, el patrón de los objetos perdidos, puesto que yo tenía la mala costumbre de perder muchas cosas.

Cuando tenía catorce años, sentí un llamamiento a ser misionero. Sin embargo, este llamamiento no afectó la forma en que estaba conduciendo mi vida. Los años más agradables y de más satisfacción que pasé de mi juventud fueron entre los dieciséis y los dieciocho. Durante esos años me fue muy bien académicamente y como atleta.

A menudo tenía que llevar a mi madre al hospital para tratamientos médicos. En cierta ocasión, mientras esperaba que la atendieran, encontré un libro donde citaban los siguientes versículos de Marcos 10:29 al 30: “Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo... y en el siglo venidero la vida eterna”. Sin conocer el verdadero mensaje de la salvación, me convence para remisión de los pecados” (Mateo 26:28). No hice de eso una práctica común de que realmente había recibido el llamamiento para ser misionero.

TRATANDO DE GANARME LA SALVACIÓN

En 1956 dejé mi familia y amigos para ingresar en la Orden de los Dominicos. Pasé ocho años estudiando para ser monje, lo que incluyó estudiar las tradiciones de la iglesia, filosofía, la teología de Tomás de Aquino, y un poco de Biblia desde el punto de vista católico. Cualquiera sea la fe que haya tenido, estaba institucionalizada y ritual izada en el sistema religioso dominico.

La obediencia a las leyes, tanto de la iglesia como de los dominicos, fue puesta delante mí como el medio de lograr la santificación. Muchas veces hablaba con el director de estudiantes, Ambrose Duffy acerca de la ley como el medio para obtener la santidad. Además de querer ser “santo”, quería también asegurarme de la salvación eterna. Aprendí de memoria la parte de la enseñanza del Papa Pío XII en la que dice, “...la salvación de muchos depende de las oraciones y los sacrificios del cuerpo místico de Cristo que se ofrecen con esta intención”.. Esta idea de ganarse la salvación mediante sufrimiento y oración es también el mensaje básico de Fátima y Lourdes, y traté de ganar mi propia salvación, así como la de otros, mediante dicho sufrimiento y oración. En el monasterio de los dominicos en Tallaght, Dublín, me sometí a muchas penitencias difíciles para ganar almas, dándome duchas frías en pleno invierno y castigando mi espalda con una corta cadena de acero. El director de estudiantes sabía lo que yo estaba haciendo, ya que su vida austera formaba parte de mi inspiración según lo que yo había recibido de las palabras del Papa. Estudiaba, oraba y hacía penitencias con mucho rigor y determinación. Trataba de obedecer los diez mandamientos y un sinnúmero de tradiciones y reglas de los dominicos.

POMPA EXTERIOR-VACÍO INTERIOR

En el año 1963, a la edad de veinticinco años, fui ordenado sacerdote de la Iglesia Católica Romana, después de lo cual proseguí a terminar mi curso de estudios de Tomás de Aquino en la Universidad Angelicum en Roma. Pero allí fue donde tuve dos dificultades: la pompa exterior así como el vacío interior. A lo largo de los años, por medio de fotografías y libros, me había formado una idea de lo que sería la Santa Sede y la Ciudad Santa. ¿Podría ésta ser la misma ciudad? En la Universidad Angelicum también me ofendió mucho ver a los cientos de estudiantes que asistían a nuestras clases de la mañana mostrando una pasmosa falta de interés en teología. También descubrí que durante las clases leían una cantidad de revistas como Time y Newsweek. Los que estaban interesados en lo que se enseñaba, sólo parecían estar tratando de conseguir títulos o cargos dentro de la Iglesia Católica en sus propios países. Cierto día fui a caminar en el Coliseo para que mis pies pudieran pisar la tierra donde se derramó la sangre de muchos mártires cristianos. Caminé en la arena del foro. Traté de imaginar en mi mente a aquellos hombres y mujeres que conocían a Cristo de una manera tan positiva que después estuvieron gozosamente dispuestos a morir quemados en la estaca o ser devorados vivos por las fieras debido a ese amor tan abrumador.

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