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Encíclica "Veritatis Splendor"


Enviado por   •  29 de Mayo de 2013  •  3.086 Palabras (13 Páginas)  •  669 Visitas

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Resumen de la encíclica "Veritatis splendor"

miércoles, 26 de febrero de 2003

Juan Pablo II señala que no hay libertad fuera de la verdad

(Aceprensa 126/93)En la encíclica Veritatis splendor, fechada el 6-VIII-1993 y recién hecha pública, Juan Pablo II explica detenidamente los fundamentos de la moral. Al exponer la doctrina católica sobre este tema, tiene en cuenta la situación cultural y social del presente, y valora críticamente algunas tendencias actuales de la teología moral. La encíclica-que resumimos aquí- es una luminosa enseñanza sobre la libertad. No en vano procede de un Papa que ha dicho que, si hubiera de escoger una frase de los Evangelios, se quedaría con ésta: "La verdad os hará libres".

En la introducción, Juan Pablo II explica el motivo de la encíclica: «Recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas». El peligro viene de tendencias influidas por «corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad».

De ahí se siguen varios errores: se niega la doctrina sobre la ley natural; se rechazan ciertas enseñanzas morales de la Iglesia; no se admite que el Magisterio pueda intervenir en materia moral con instrucciones vinculantes; se duda de que los Mandamientos sean válidos en toda circunstancia; se pone en tela de juicio el nexo entre fe y moral, como si sólo la primera definiera la pertenencia a la Iglesia, mientras que habría que dejar las cuestiones sobre la conducta al juicio de la conciencia individual.

Una moral alentadora

Antes de examinar pormenorizadamente estas cuestiones controvertidas, el Papa remite a los fundamentos bíblicos con una penetrante meditación sobre el diálogo entre Jesús y el joven rico (Mt 19, 16-22), que ocupa el capítulo primero de la encíclica. La pregunta «¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?»,subraya el Papa, no se refiere tanto a las reglas que hay que observar, cuanto a«la aspiración central de toda decisión y de toda acción humana». La pregunta es un eco de la llamada de Dios, Bien absoluto, que nos atrae hacia Sí. De esta perspectiva se ha de partir para renovar la teología moral, como quiso el Concilio Vaticano II, «de manera que su exposición ponga de relieve la altísima vocación que los fieles han recibido en Cristo».

Juan Pablo II, así, presenta el fundamento de la moral cristiana en su horizonte amplio y atractivo, con una exposición que oxigena, lejos de todo legalismo o rigorismo, de visiones estrechas y casuísticas extenuantes. Al hilo del pasaje evangélico, muestra que la vida moral es el crecimiento del hombre en la libertad.

Las exigencias del amor

«La vida moral se presenta como la respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del hombre -señala la encíclica-. Es una respuesta de amor». Por eso, «reconocer al Señor como Dios es el núcleo fundamental, el corazón de la Ley, del que derivan y al que se ordenan los preceptos particulares».

Los preceptos del Decálogo constituyen «la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad». No son imposiciones externas a la persona, pues «Jesús lleva a cumplimiento los mandamientos de Dios (...), interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón que ama y que, precisamente porque ama, está dispuesto a vivir las mayores exigencias».Tampoco son el término de la vida moral: «Los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor».

Jesús indica el itinerario que comienza con el respeto de los mandamientos en sus palabras posteriores al joven: «Si quieres ser perfecto... ven y sígueme».Por tanto, «seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana». Esta configuración con Cristo «no es posible para el hombre con sus solas fuerzas», sino que «es fruto de la gracia».

En este juego de la llamada de Dios y la respuesta humana se manifiesta «la dinámica particular del crecimiento de la libertad hacia su madurez».

La libertad reclama la verdad

El capítulo segundo examina algunas corrientes recientes de la teología moral, en relación con la situación contemporánea. Empieza reconociendo lo valioso que tiene, a este respecto, la cultura actual: «El sentido más profundo de la dignidad de la persona y de su unicidad, así como el respeto debido al camino de la conciencia, es ciertamente una adquisición positiva de la cultura moderna».Pero estas conquistas quedan, en algunas corrientes del pensamiento de hoy, desvirtuadas por varias desviaciones: «Se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto, que sería la fuente de los valores»; «se ha atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral», hasta llegar a «una concepción radicalmente subjetiva del juicio moral».

Tales errores están estrechamente relacionados con «la crisis en torno a la verdad»,que lleva a «una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás». Esta crisis explica la paradoja de que nuestro tiempo, en que tanto se ha exaltado la libertad, sea a la vez la época de los determinismos de toda clase. En efecto, a menudo se pone en duda la libertad exagerando los condicionamientos históricos, sociales, psicológicos, biológicos...

La justa autonomía del hombre

Algunas tendencias de la teología moral, influidas por esas corrientes de pensamiento, coinciden en «debilitar o incluso negar la dependencia de la libertad con respecto a la verdad». Por ello el Papa esclarece primero esta cuestión. Empieza por la relación entre la libertad y la ley.

Ciertas corrientes teológicas plantean un pretendido conflicto entre la libertad y la ley, porque piensan que el sometimiento a normas no creadas por el hombre -como la «ley natural» de que habla la Iglesia- sería incompatible con su dignidad.

El Papa explica que la doctrina católica reconoce una justa autonomía del hombre. En primer lugar, sólo Dios tiene poder de decidir sobre el bien y el mal, lo que no significa arbitrariedad: «Dios, que sólo Él es bueno, conoce perfectamente lo que es bueno para el hombre y en virtud de su mismo amor se lo propone en los mandamientos». De modo que la ley natural no manda otra cosa sino el mismo bien humano, y por eso es, a la vez que ley divina, ley del propio hombre. Además, Dios ha dejado al hombre en manos de su albedrío. Así pues, la «autonomía»

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