Fides Et Ratio
smaribel14 de Mayo de 2014
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CARTA ENCÍCLICA
FIDES ET RATIO
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS
DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE LAS RELACIONES
ENTRE FE Y RAZÓN
Venerables Hermanos en el Episcopado,
salud y Bendición Apostólica
La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano
se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre
el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que,
conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf.
Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2).
INTRODUCCIÓN
« CONÓCETE A TI MISMO »
1. Tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguir un camino que, a lo largo
de los siglos, ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y
a confrontarse con ella. Es un camino que se ha desarrollado — no podía ser de otro
modo — dentro del horizonte de la autoconciencia personal: el hombre cuanto más
conoce la realidad y el mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resulta
más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia.
Todo lo que se presenta como objeto de nuestro conocimiento se convierte por ello en
parte de nuestra vida. La exhortación Conócete a ti mismo estaba esculpida sobre el
dintel del templo de Delfos, para testimoniar una verdad fundamental que debe ser
asumida como la regla mínima por todo hombre deseoso de distinguirse, en medio de
toda la creación, calificándose como « hombre » precisamente en cuanto « conocedor
de sí mismo ».
Por lo demás, una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad como en
distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo
las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: ¿quién
soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de
esta vida? Estas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel,
pero aparecen también en los Veda y en los Avesta; las encontramos en los escritos de
Confucio e Lao-Tze y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimismo se
encuentran en los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles, así
como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. Son preguntas que tienen su
origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del
hombre: de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación
que se dé a la existencia.
2. La Iglesia no es ajena, ni puede serlo, a este camino de búsqueda. Desde que, en el
Misterio Pascual, ha recibido como don la verdad última sobre la vida del hombre, se
ha hecho peregrina por los caminos del mundo para anunciar que Jesucristo es « el
camino, la verdad y la vida » (Jn 14, 6). Entre los diversos servicios que la Iglesia ha de
ofrecer a la humanidad, hay uno del cual es responsable de un modo muy particular: la
diaconía de la verdad.1 Por una parte, esta misión hace a la comunidad creyente
partícipe del esfuerzo común que la humanidad lleva a cabo para alcanzar la verdad; 2
y por otra, la obliga a responsabilizarse del anuncio de las certezas adquiridas, incluso
desde la conciencia de que toda verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella
verdad total que se manifestará en la revelación última de Dios: « Ahora vemos en un
espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial,
pero entonces conoceré como soy conocido » (1 Co 13, 12).
3. El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de
modo que puede hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos destaca
la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la
vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más
nobles de la humanidad. El término filosofía según la etimología griega significa « amor
a la sabiduría ». De hecho, la filosofía nació y se desarrolló desde el momento en que el
hombre empezó a interrogarse sobre el por qué de las cosas y su finalidad. De modos y
formas diversas, muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del
hombre. El interrogarse sobre el por qué de las cosas es inherente a su razón, aunque
las respuestas que se han ido dando se enmarcan en un horizonte que pone en
evidencia la complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el hombre.
La gran incidencia que la filosofía ha tenido en la formación y en el desarrollo de las
culturas en Occidente no debe hacernos olvidar el influjo que ha ejercido en los modos
de concebir la existencia también en Oriente. En efecto, cada pueblo, posee una
sabiduría originaria y autóctona que, como auténtica riqueza de las culturas, tiende a
expresarse y a madurar incluso en formas puramente filosóficas. Que esto es verdad lo
demuestra el hecho de que una forma básica del saber filosófico, presente hasta
nuestros días, es verificable incluso en los postulados en los que se inspiran las
diversas legislaciones nacionales e internacionales para regular la vida social.
4. De todos modos, se ha de destacar que detrás de cada término se esconden
significados diversos. Por tanto, es necesaria una explicitación preliminar. Movido por
el deseo de descubrir la verdad última sobre la existencia, el hombre trata de adquirir
los conocimientos universales que le permiten comprenderse mejor y progresar en la
realización de sí mismo. Los conocimientos fundamentales derivan del asombro
suscitado en él por la contemplación de la creación: el ser humano se sorprende al
descubrirse inmerso en el mundo, en relación con sus semejantes con los cuales
comparte el destino. De aquí arranca el camino que lo llevará al descubrimiento de
horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro el hombre caería en la
repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente
personal.
La capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia humana, lleva a elaborar, a
través de la actividad filosófica, una forma de pensamiento riguroso y a construir así,
con la coherencia lógica de las afirmaciones y el carácter orgánico de los contenidos,
un saber sistemático. Gracias a este proceso, en diferentes contextos culturales y en
diversas épocas, se han alcanzado resultados que han llevado a la elaboración de
verdaderos sistemas de pensamiento. Históricamente esto ha provocado a menudo la
tentación de identificar una sola corriente con todo el pensamiento filosófico. Pero es
evidente que, en estos casos, entra en juego una cierta « soberbia filosófica » que
pretende erigir la propia perspectiva incompleta en lectura universal. En realidad, todo
sistema filosófico, aun con respeto siempre de su integridad sin instrumentalizaciones,
debe reconocer la prioridad del pensar filosófico, en el cual tiene su origen y al cual
debe servir de forma coherente.
En este sentido es posible reconocer, a pesar del cambio de los tiempos y de los
progresos del saber, un núcleo de conocimientos filosóficos cuya presencia es
constante en la historia del pensamiento. Piénsese, por ejemplo, en los principios de
no contradicción, de finalidad, de causalidad, como también en la concepción de la
persona como sujeto libre e inteligente y en su capacidad de conocer a Dios, la verdad
y el bien; piénsese, además, en algunas normas morales fundamentales que son
comúnmente aceptadas. Estos y otros temas indican que, prescindiendo de las
corrientes de pensamiento, existe un conjunto de conocimientos en los cuales es
posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad. Es como si
nos encontrásemos ante una filosofía implícita por la cual cada uno cree conocer estos
principios, aunque de forma genérica y no refleja. Estos conocimientos, precisamente
porque son compartidos en cierto modo por todos, deberían ser como un punto de
referencia para las diversas escuelas filosóficas. Cuando la razón logra intuir y formular
los principios primeros y universales del ser y sacar correctamente de ellos
conclusiones coherentes de orden lógico y deontológico, entonces puede considerarse
una razón recta o, como la llamaban los antiguos, orthòs logos, recta ratio.
5. La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar los objetivos que
hagan cada vez más digna la existencia personal. Ella ve en la filosofía el camino para
conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo
tiempo, considera a la filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la
inteligencia de la fe y comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen.
Teniendo en cuenta iniciativas análogas de mis Predecesores, deseo yo también dirigir
la
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