LA LEY DE LA IGLESIA
Josebaram18 de Junio de 2013
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CAPITULO I: LA LEY EN LA IGLESIA
1. Naturaleza y fin
1. La ley positiva en el Nuevo Testamento
a) Los Hechos de los apóstoles y los evangelios sinópticos
La comunidad primitiva, aunque no nos transmita un código de leyes que ocupe el puesto del que había en el Antiguo Testamento, es consciente sin embargo de la presencia del Espíritu Santo y de que las leyes positivas expresan la voluntad de Dios. Baste citar la decisión que tomaron los apóstoles y los ancianos en Jerusalén: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros...» (Hch 15,28). Se ve claramente aquellas reglas concretas del comportamiento cristiano, las normas positivas, proceden del Espíritu Santo, que actúa a través de la asamblea de los apóstoles y de los ancianos. Lo jurídico dogmático, el derecho divino, que subyace a las normas positivas contenidas en el decreto de Jerusalén, es la necesidad del bautismo, y sólo del bautismo para entrar a formar parte de la Iglesia. Esta norma entra a formar parte de la tradición apostólica, y es la primera norma de la Iglesia y la norma fundamental del derecho eclesial de todos los tiempos, en cuanto que expresa la conciencia que tiene la Iglesia de ser el nuevo pueblo de Dios, distinto del pueblo de Israel. Esta norma fundamental es la que mantendrá igualmente Pablo en las ciudades por donde pasa, aun permitiendo que Timoteo se circuncide por consideración con los judíos (Hch 16,3-4). La decisión normativa que se tomó en Jerusalén, centro de la Iglesia naciente, establece el fundamento de la unidad de la Iglesia y tutela la comunión entre las Iglesias .
Jesús critica con dureza el sistema legal rabínico, que prescindía de la voluntad de Dios; pero él mismo da normas según las cuales hay que regular las situaciones concretas que pueden poner en peligro la paz y la comunión entre los creyentes (Mt 18,15-17; Mc 10,1-31), y el modo de difundir el evangelio (Mc 6,7-13). Jesús llega a afirmar un nuevo ordenamiento para la Iglesia, que debe basarse en su misma persona. En efecto, la ley de Moisés sólo permanece en vigor por el hecho de que encuentra su cumplimiento en Cristo; sin él la ley tiene que considerarse incompleta (Mt 5,17-19.31-48; 19,3-9). El nuevo ordenamiento de la comunidad tiene que basarse en la ley fundamental del amor incluso para con los enemigos (Mt 5,21-26.43-48; Lc 6,27-28.32-36). Todas las leyes, todas las normas, todas las reglas de la comunidad cristiana tienen que ser, por una parte, determinaciones concretas fundamentales del amor, y, por otra, como consecuencia, tienen que indicar el camino para el cumplimiento de esta misma ley. Por tanto, puede decirse que en los evangelios sinóptico s se encuentra la afirmación de la continuidad y de la permanencia de la ley mosaica en virtud del cumplimiento de la misma por parte de Jesús; pero también, al mismo tiempo, la afirmación de la novedad absoluta del modo de obrar de los que creen en Jesucristo, que llega hasta la crítica radical de los fariseos (Mt 23,1-31) .
b) El evangelio de Juan
Para el evangelio de Juan, la economía del Antiguo Testamento consiste en el don de la ley, mientras que la del Nuevo consiste en la gracia de la verdad de Jesucristo, que excede a la de la ley de Moisés en la misma medida en que la supera la revelación de Cristo (Jn 1,16-17). Según Juan, la misma ley de Moisés no debe considerarse sólo como un conjunto de prescripciones morales y jurídicas, sino como una revelación que se ha cumplido plenamente en Jesucristo (Jn 1,45; 7,19-24). Los judíos reducían la fidelidad a la ley a la observancia material y externa, mientras que Cristo busca en ella la voluntad de Dios y su designio de salvación. Entonces, el que cree en Cristo encuentra en él un nuevo sentido a la observancia de la ley. La verdad de Jesucristo es la nueva ley del fiel. El fiel tiene que considerar que es éste el principio fundamental de interpretación no sólo de la ley de Moisés, sino de cualquier ley y prescripción para la vida cristiana. En efecto, según Juan, la verdad de Cristo tiene un carácter normativo, ya que la verdad tiene que hacerse, ponerse en práctica (Jn 3,21; 1 Jn 1,6). «Hacer la verdad» no significa solamente seguir una manera de obrar inspirada en la fe, sino expresar esa misma fe como opción fundamental por Cristo. Entonces, la verdad de Cristo no es una norma externa, sino que es aquella realidad que, por obra del Espíritu Santo y en virtud de la fe, se convierte en la norma interna y en el criterio fundamental de acción del fiel. El mandamiento del amor dado por Cristo a sus discípulos es don de salvación (Jn 13,34; 2 Jn 6). Esta ley de Cristo no es un nuevo código de normas positivas, sino el conocimiento del misterio de la salvación que se ha realizado en Cristo. Se trata de una ley escrita por el Espíritu en el corazón de los hombres, que conduce a la libertad (d. Jr 31,31-34). El mandamiento nuevo del amor es un mandamiento que se define en relación con la persona del mismo Jesús Un 13,34; 15,12.17). La dimensión horizontal del mandamiento del amor se basa en la dimensión vertical del amor mismo, en cuanto que Dios es amor y el amor viene de Dios (l Jn 4,7-8.16; 15,1), y Cristo es la manifestación plena de este amor. En conclusión, puede afirmarse que, según Juan, en la comunidad cristiana, todas las leyes positivas, para que sean según la voluntad de Dios, no tienen más remedio que expresar la fe y la caridad, y al mismo tiempo tienen la misión de proteger estas virtudes. Los mandamientos de creer y de amar expresan algo radical: la vida en la verdad, como obra interna del Espíritu Santo .
b) San Pablo
San Pablo es el autor del Nuevo Testamento que más ha hablado de la ley. En sus escritos encontramos algunos textos en los que se niega a la ley toda función positiva en la vida cristiana, y otros en los que, por el contrario, se afirma una función positiva de la misma; incluso hay textos en los que vemos que el mismo Pablo da ciertas normas a la comunidad. Si tuviéramos que detenernos tan sólo en los textos de la primera categoría, llegaríamos a la negación absoluta de la ley positiva en la Iglesia; pero si exaltásemos unilateralmente las afirmaciones positivas de san Pablo y su actividad normativa, podríamos llegar a una afirmación exagerada del peso de la ley en la vida de la Iglesia .
Cuando Pablo habla de la ley, se refiere inmediatamente a la Torá, ya que su argumentación sobre el valor de la ley está ligada a la cuestión de la justificación por la fe en Jesucristo y por tanto a la circuncisión (Gál 2,21; 5,4). Sin embargo, la que hace que Pablo rechace la Torá se debe extender a todo tipo de ley que sea solamente una norma externa de acción sin ninguna relación con el misterio de Cristo.
La afirmación fundamental de Pablo es la libertad de los que creen en Cristo respecto a la ley externa. El único camino para la justificación y la salvación es Cristo y la fe en él; por eso la ley no puede considerarse como medio y camino de justificación. Aunque en la historia de la salvación la ley tiene que considerarse como manifestación de la voluntad de Dios -por eso san Pablo la llama buena, justa, santa y espiritual (Rom 7,12-16)-, sin embargo la situación del hombre pecador en relación con la ley y con Cristo (Rom 7,14ss) lleva a Pablo a la afirmación de que la ley no hace al hombre justo en la presencia de Dios, sino que lo pone incluso bajo la maldición divina (Gál 12, 1O). Sólo Cristo hace al hombre justo, liberándolo de la ley del pecado y de la muerte (Rom 8,1-4). Esto significa que Pablo niega el valor de la ley a la luz de la redención por la muerte y la resurrección de Cristo, y de la justificación por la fe en Jesucristo y no por las obras de la ley (Gá12, 16; 1 Cor 1,30).
Cristo es término de la ley para la justicia de cada creyente (Rom 10,4) en un doble sentido. Por un lado, es «término», ya que la ley ha sido nuestro pedagogo que nos ha conducido hasta Cristo para que fuésemos justificados por la fe (Gál 3,24): Cristo es el término al que tendía la ley; por otro lado, es «término» porque Cristo pone fin al valor de la ley como sistema religioso insuficiente e imperfecto, por lo que Cristo pasa a ocupar el lugar de la ley, ya que en él se han cumplido las promesas de Dios (2 Cor 20). Jesús, poniendo fin a la ley hecha de prescripciones exteriores, se convierte en la ley interior del cristiano. Por eso se justifican y se salvan en Cristo tanto los judíos, que habían recibido la ley divina por escrito, como los griegos, que, sin tener esa ley, son ley para ellos mismos y llevan escrito en sus corazones todo lo que la ley exige (Rom 2,9-16; 10,11-13) .
De todo lo dicho podemos concluir que Pablo no niega ni mucho menos la función positiva de todo tipo de ley externa para obtener la salvación , pero no podemos deducir de esto que para él sean totalmente inútiles las normas y las leyes en la comunidad cristiana. El mismo Pablo dio algunas normas prácticas para resolver ciertas dificultades prácticas.
Pero antes de hablar de la función positiva de las normas particulares dadas por Pablo, hay que decir algo sobre la ley fundamental para la vida cristiana, que es la ley del amor, llamada también «ley de Cristo» (Gál 6,2). En la ley del amor se cumple toda la ley (Rom 13,8-10; Gál 5,14). Pablo rechaza la ley del Antiguo Testamento, a pesar de que manifestaba la voluntad de Dios, pero al mismo tiempo afirma la necesidad de conocer la voluntad de Dios para llevar una vida buena (Rom 12,2). Pablo no establece un ordenamiento legal sistemático para las comunidades cristianas, ya que la nueva ley del amor, que revela la voluntad de Dios, es una ley interna para el hombre, animada por el Espíritu Santo y que, por consiguiente, puede ser cumplida
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