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LUZ DEL MUNDO


Enviado por   •  16 de Junio de 2015  •  1.976 Palabras (8 Páginas)  •  247 Visitas

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Los cristianos verdaderos tienen que ser en este mundo como la luz. Una propiedad de la luz consiste en ser absolutamente distinta de las tinieblas. La chispa más pequeña se puede ver inmediatamente en un cuarto oscuro. De todas las cosas creadas la luz es la más útil. Sirve para fertilizar, para guiar, y para dar ánimo. Fue la primera cosa creada. Sin ella el mundo seria un vacío tenebroso. ¿Somos nosotros cristianos verdaderos? Entonces, notemos otra vez nuestra posición y sus responsabilidades De cierto se quiere que entendamos por medio de estos dos símbolos, que debe haber algo marcado, distinto y peculiar en nuestro carácter, si somos cristianos verdaderos. Nunca nos conviene pasar la vida ociosos, pensando y obrando como otros, si nos proponemos ser reconocidos por Cristo como su gente.

¿Poseemos la gracia? Pues esta debe ser vista. ¿Tenemos el Espíritu? Entonces debe haber fruto. ¿Poseemos algo de la religión salvadora? Entonces es preciso que haya, entre nosotros y los que piensan tan solo en las cosas del mundo, una diferencia en cuanto á hábitos, gustos y propensiones de la mente.

Muy evidente es que el verdadero Cristianismo consiste en algo más que el ser bautizados y el frecuentar los templos. "La sal" y "la luz" indican claramente una singularidad, y la del corazón y de la vida, y la de la fe y de la práctica. Preciso es que nos atrevamos a ser singulares y distintos del mundo, si intentamos ser salvos.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte; 15 ni encienden una lámpara y la colocan debajo de un almud, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.

La segunda metáfora es todavía mayor: luz-del-mundo. Para nosotros el sol es la luz del mundo, sin la cual estamos en las tinieblas y andamos a tientas en la obscuridad. Sin su luz no hay ningún color ni belleza, no se ve el camino ni el mundo de las cosas. El mundo necesita esta luz externa, pero con mucha mayor urgencia necesita la luz interna, el conocimiento adecuado, la verdad. Antes se llamó a los discípulos sal de la tierra, aquí se los llama luz del mundo. ésta es la expresión más amplia. En ambos casos se alude a lo mismo, a saber, al mundo de los hombres y de su vida, al orbe al que se ha dado vida y que está habitado. Pero la palabra griega kosmos, mundo, produce todavía con más fuerza la impresión de la amplitud y del conjunto, de la totalidad del ser terreno. ¡Qué reivindicación! En el Evangelio de san Juan, Jesús dice de sí mismo que es la luz del mundo (Joh_8:12). Aquí los discípulos son luz del mundo. Eso sólo puede significar que los discípulos son la luz del mundo, porque llevan la luz de la verdad, que Jesús ha traído. Los discípulos pertenecen a Jesús de una forma tan estrecha y están tan llenos de él, que ellos mismos se convierten en luz. Cuando la luz realmente ha llegado, entonces también resplandece de una manera inextinguible, y nada puede oponerse a este fulgor; con él todo se ilumina e irradia. De un modo muy semejante a lo que sucede en la ciudad, que está situada a gran altura en la cima de un monte, y se ve desde todas partes; así como un castillo domina el campo, o el alto campanario de una iglesia desde todas partes denota la ciudad. El israelita tenía que pensar en seguida en la sola ciudad, edificada en lo alto (Psa_121:3): Jerusalén. Desde lejos la veían los peregrinos. Dios había elegido para sí este lugar, el monte santo de Sión, como hogar de su nombre, y como sitio de la gracia. En la visión de los profetas Sión también se convierte en el centro de los sucesos de la salvación en el tiempo final: los pueblos paganos partirán hacia este monte al fin de los tiempos y dirán: «Ea, subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob, y él nos mostrará sus caminos, y por sus sendas andaremos; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Isa_2:3). La metáfora de los profetas ha continuado, su contenido es nuevo: los discípulos, que tienen hambre y sed de la verdadera justicia, y que se han convertido en la luz del mundo, serán la ciudad que no puede permanecer oculta. Ya no hay que designar como portador de la salvación para el mundo a este único lugar geográfico, sino a personas vivientes, que en sí tienen la luz. En cualquier parte en que estén, allí también está la «ciudad situada en la cima de un monte»...

Por segunda vez se dilucida la palabra luz: la señora de la casa tampoco coloca una luz debajo del almud -es decir, de un barril o jarra que sirve como medida de granos- sino sobre el candelero. Sería necio quien encendiera una luz, y en seguida la hiciera ineficaz, poniendo encima una jarra. La luz es para iluminar o bien no tiene ningún sentido. La vela que enciende la señora de la casa es para que «alumbre a todos los que están en la casa». ¿No es semejante lo que sucede en los discípulos? De nuevo está -de forma bien consciente- la palabra «todos». La tierra, el mundo, todos, siempre es la misma humanidad, toda la humanidad. Pero con la frase «todos los que están en la casa» aquí quizás se piense especialmente en los compañeros de la comunidad cristiana. Porque la luz no es solamente la luz de la misión para los paganos, sino también la luz de la edificación y del modelo para los que viven en la propia casa.

16 Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

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