La Basílica de Santa Teresa y Santa Ana
Pinche GabyInforme25 de Enero de 2016
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Basílica de Santa Teresa y Santa Ana
La Basílica de Santa Teresa es uno de los templos católicos más importantes de Caracas, centro principal de veneración a la imagen del Nazareno de San Pablo en la Semana Santa, está ubicada entre las esquinas de La Palma y Santa Teresa en el centro de la ciudad en la Parroquia Santa Teresa del Municipio Libertador. Está compuesta por dos iglesias de estilo neoclásico unidas entre sí por una cúpula donde se sitúa bajo ella el altar mayor, la fachada oeste está dedicada a Santa Ana y la fachada este a Santa Teresa.
Historia
Se trata de una construcción de finales del siglo XIX realizada en varias etapas. El presidente Antonio Guzmán Blanco decretó, construyó e inauguró este templo como homenaje a su esposa doña Teresa Ibarra. La parcela que hoy ocupa Santa Teresa, ha tenido un proceso complejo de ocupación. Primero la capilla del oratorio de San Felipe Neri, que fue construida en el solar noreste, a lo largo de la calle Carabobo en 1771. Se proyectó luego una Iglesia al oeste de la capilla donde está actualmente la Iglesia.
La construcción fue iniciada pero poco después; fue interrumpida hasta la llegada de Antonio Guzmán Blanco al poder. Por resolución del 3 de abril de 1873, se mandó a continuar la Iglesia según un proyecto más ambicioso. La dirección de la obra inicialmente estuvo encargada al Ing. Jesús Muñoz Tebar, sin embargo hubo problemas con los trabajos por locual Tebar fue sustituido por el Arq. Juan Hurtado Manrique a finales de 1873; el proyecto de Manrique era más ambicioso.
En 1875 se decidió extender el edificio 24 metros hacia el oeste con una segunda fachada principal. Se cambió el nombre primitivo del templo por el de Santa Teresa y se le dio el nombre de Santa Ana al nuevo cuerpo. En 1881 es reinaugurada con trabajos inconclusos. En 1900, se realizan reformas debido a los destrozos ocurridos a consecuencia del temblor. En 1921, se añaden las naves laterales realizadas por el Arq. Luis Castillo. Para 1955, se demolió parte de la capilla de San Antonio de Padua, se perdió así su pórtico y una gran ventana de la fachada norte, debido a la ampliación de la avenida Lecuna. En 1968, a raíz del terremoto 1967, se abrieron las entradas laterales, el Ministerio de Obras Públicas coloca tirantes de acero para resolver problemas estructurales, que no se integran al conjunto de la Basílica.
Descripción
El cuerpo este (Santa Teresa) está formado por tres naves separadas entre sí por columnas agrupadas en forma de cruz, sobre las cuales se apoyan arcos de medio punto y cubiertas por bóvedas de aristas, las naves laterales son más bajas y están cubiertas por diez cúpulas elípticas. El cuerpo oeste (Santa Ana) también es de tres naves separadas entre sí por arcos de medio punto, la nave central está cubierta a su vez por una bóveda de cañón corrido, las naves laterales igual que en Santa Teresa están cubiertas por seis cúpulas de forma circular.
En el primer cuerpo se ubican tres vanos de acceso al templo compuestos por arcos rebajados, en el segundo cuerpo se repiten los vanos pero con ventanas, definidos por molduras lisas y arcos rebajados, cada uno de ellos coronados por tímpanos, los laterales triangulares y el central de forma circular, en esta calle se apoya un entablamento ornamentado con motivos florales y vegetales de donde parte un frontis triangular en cuyo tímpano se encuentra en alto-relieve de unas llaves.
La edificación está ubicada en un contexto urbano bastante desordenado, circundada de calles peatonales, al sur del Centro Simón Bolívar, frente a la Plaza Padre Sojo, en donde se desarrollan actividades comerciales e institucionales. Esta iglesia es de planta rectangular con tres naves, separadas en dos alas por una cúpula que se levanta sobre cuatro grandes arcos torales, con tambor y linterna ubicada casi en la mitad del edificio y donde se encuentra el altar mayor.
Las fachadas principales utilizan el lenguaje neoclásico tanto en su forma como en los detalles. La fachada oeste (Santa Ana) está realzada por columnas lisas de grandes proporciones con bases independientes, rematadas por capiteles metálicos, proyectándose dos metros hacia adelante creando así un pórtico en el cuerpo central, apoyado en un entablamento liso de donde arranca un frente triangular, ornamentado con dentículos y coronado con la imagen de Santa Ana. Las calles laterales de la fachada están rodeadas por torres campanarios de dos cuerpos con base cuadrada.
La fachada este (Santa Teresa) consta de tres cuerpos divididos entre sí por pilastras semicirculares estriadas de grandes dimensiones, con adornos metálicos sobre basamento común para las columnas del cuerpo central; corona la fachada la estatua de
Santa Teresa. Lateralmente esta fachada se encuentra rodeada por las torres campanario de planta ochavada, que parten del segundo cuerpo del inmueble, rematadas con cúpulas.
Acontecimiento
“Terror en Semana Santa”
La madrugada del miércoles 9 de abril de 1952 la iglesia de Santa Teresa estaba plena de feligreses que acudieron a la veneración anual del Nazareno de San Pablo. Mujeres, hombres, niños y ancianos iban desplazándose lentamente por los pasillos con la esperanza de poder tocar siquiera por unos instantes la imagen sagrada a la que la tradición popular atribuía importantes milagros.
La luz amarillenta que descendía de las lámparas adosadas a los centenarios muros y el humo producto de la combustión de las velas daban al lugar un aspecto fantasmagórico, el ambiente cargado de misticismo no podía, sin embargo, sustraerse de la natural tensión que produce siempre el apiñamiento humano; constantemente se oía el llanto de algún niño o la queja de alguien a quien habían pisado o tropezado. El calor y la humedad hacían que el aire por momentos fuera irrespirable; afuera, en contraste, a pesar de la miles de personas que esperaban turno para entrar hacía frío.
En el altar mayor el párroco Hortensio Carrillo ayudado por sus acólitos se aprestaba a oficiar la solemne misa y en uno de los pasillos la señora Ángela de Albarran, vecina de El Manicomio, conducía a su pequeño Héctor José de siete años por la fila que llevaba hasta el Nazareno, ella había logrado ingresar a las 4 de la madrugada por la puerta sur. Cerca de allí avanzaba muy lentamente una chica embarazada y un poco más allá Manuela Mendoza, natural del Paraguay quien no quería desperdiciar la oportunidad de pedir por los suyos en La Asunción.
En cada una de las puertas con acceso al templo hombres uniformados de azul se encargaban de organizar la entrada y la salida de los fieles; la tarea no era fácil por el increíble volumen de personas y la larga jornada que debían afrontar, cumplían guardia desde la noche anterior y a esa hora de la madrugada se podía decir que el trabajo verdaderamente duro no había comenzado. La siguiente misa estaba pautada para las cinco y los actos litúrgicos no concluirían sino hasta bien entrada la noche de ese miércoles, para completar el cuadro, la puerta que daba al noreste se encontraba cerrada ese año por los trabajos de construcción de la avenida Bolívar y los edificios que la coronaban.
Faltando un cuarto de hora para las cinco la tensión aumentaba, eran muchos los que deseaban estar presentes en la misa y presionaban por entrar mientras que los que ya estaban dentro se negaban a abandonar el recinto, el nerviosismo aumentaba por minutos y de pronto en la nave izquierda se escuchó un grito: ¡Se está cayendo la iglesia! ¡Incendio! Atisbando entre las apiñadas cabezas de los asistentes, el padre Hortensio trataba de adivinar qué sucedía y lo que pudo ver fue la más espeluznante escena de horror de toda su vida, desde todos los rincones la gente llena de pánico y sin saber bien que pasaba trataba de salir a toda costa, la palabra incendio se convirtió en un eco macabro que llenaba todo el lugar, no eran pocos los que caían arrodillados pidiendo a Dios por sus vidas solo para perecer aplastados por los que venían en estampida tratando de no morir calcinados.
Los niños aterrados caían al piso como moscas y Ángela de Albarran llevada en volandas por la misma turba que le arrancó a su pequeño, tuvo que mirar impotente como Héctor José perdía la vida bajo numerosas pisadas. La mayor parte de la gente se arremolinó en la puerta noreste sin saber que estaba clausurada, lo que convirtió a aquel recodo de la iglesia en una trampa que cobró muchísimas vidas.
El padre Hortensio trataba de calmar los ánimos sin ningún éxito; a cada minuto el terror de la gente aumentaba por la visión de los cuerpos triturados y la sangre regada por los pasillos y reclinatorios. El joven Tulio Alberto Adams recordaría más tarde, con el rostro bañado en lagrimas, como vio caer a su abuela Carlina de 87 años quien había ido desde Barquisimeto para pagar una promesa y la señora Rosa Guerra de la oriental ciudad de Carúpano relataría antes de morir en el puesto de socorros de Salas que pensó que estaba en el día del juicio final. Cuando por fin todo se calmó había medio centenar de fallecidos y 115 heridos. La gente que estaba fuera del templo trataba de averiguar qué ocurría.
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