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La Duda Como Marea De La Fe


Enviado por   •  6 de Enero de 2015  •  3.028 Palabras (13 Páginas)  •  198 Visitas

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La duda como marea de la fe

Brian McLaren

La duda. Es como una sequía espiritual, una noche sin estrellas del alma, una marea baja donde la fe parece haberse retirado para siempre. Casi todos nosotros experimentamos esos tiempos secos, oscuros y difíciles en los que Dios no parece ser real y cuando cuesta tanto seguir adelante, y mucho más crecer. A veces, estas mareas bajas de la fe están relacionadas con sucesos... la muerte de un ser querido, una relación rota, la pérdida de un trabajo, una enfermedad prolongada, preguntas planteadas por un libro o un profesor. Pero a veces parecen surgir de la nada; el sol está brillando afuera, pero por dentro sentimos que está oscuro, nublado, gris, vacío.

Como pastor, tengo que tratar con cuestiones de fe y duda a diario. Pero no son sólo las luchas con la fe de las demás personas que tengo que enfrentar; yo experimento mis propias mareas altas y bajas de fe en medio de un ministerio activo. A través de todo esto he aprendido que la duda puede ser un portal hacia el crecimiento espiritual.

Antes de ser pastor de Cedar Ridge Community Church, en la zona de

Baltimore-Washington, era profesor en una universidad secular. Me llamó la atención allí cuán superficiales son muchas de nuestras respuestas cristianas a la luz de las preguntas profundas formuladas. Desde entonces, he querido ayudar a los cristianos a tener una fe más profunda y reflexiva, y he querido ayudar a los buscadores espirituales a obtener buenas repuestas a sus preguntas inquisidoras, para ayudarlos a llegar a una fe que sea sincera, vibrante y creciente.

La iglesia que sirvo está compuesta, aproximadamente en un 55%, por personas que son nuevas a una fe cristiana comprometida. Una de las cosas excelentes que tienen estas personas es que no han aprendido a ser deshonestas aún, espiritualmente hablando. Por ejemplo, recuerdo cómo una cristiana, ya con muchos años de crecimiento, se me acercó luego del culto un domingo y me dijo: “Brian, por favor ora por mí. Estoy pasando nuevamente por unas de esas etapas en las que no creo que Dios existe”. Aunque este tipo de sinceridad es rara, esa clase de dudas no son para nada raras. Estoy seguro que algunos de ustedes está asintiendo con la cabeza ahora mismo, diciendo: “Sí, he pasado por eso” o “Es donde me encuentro ahora”.

Cuando cristianos comprometidos se me acercan para hablarme de sus dudas, una de las primeras cosas que les digo es: la duda no siempre es mala. A veces, la duda es completamente esencial. Pienso en la duda como en algo análogo al dolor. El dolor nos dice que algo cerca o dentro de nosotros es peligroso para nuestro cuerpo físico. Es una llamada de atención y para la acción. Similarmente, creo que la duda nos dice que algo en nosotros... un concepto, una idea, un esquema de pensamiento... merece más atención porque puede ser dañino, o falso, o está fuera de equilibrio.

Tal vez piense que estoy sugiriendo que la duda puede tener, en realidad, virtudes. Supongo que sí, pero no siempre. Hay una especie de duda oscura, un tipo de duda exagerada y autodestructiva, que lleva a la desesperanza, la depresión y el autosabotaje espiritual. Lo veo así: una imaginación es buena, pero la imaginación fuera de control se llama psicosis. El temor es saludable, pero fuera de control se llama paranoia. La sensibilidad es un don maravilloso, y la ira es una emoción necesaria, pero la sensibilidad o la ira fuera de control pueden llevar a la depresión. La duda es igual. Sin control, se vuelve incredulidad, un corazón endurecido, un cinismo arrogante o derrotista. Pero, en equilibrio, es nuestro “contador Geiger” de errores. Sin ella, nos volveríamos crédulos, ingenuos o estúpidos... ¡que no son grandes cualidades espirituales! Se parece mucho a la culpa. Francis Schaeffer solía decir que la culpa era como un perro guardián: útil para alertarlo del peligro. Pero si el perro se da vuelta y ataca al dueño de casa, debe ser refrenado y reentrenado.

Así que, si usted pregunta: “La duda, ¿es buena o mala?”, tendría que contestar: “Sí”. Puede ser una cosa o la otra. Frederick Buechner expresa esta ambivalencia acerca de la duda de forma hermosa: “Sea que su fe es que existe Dios o que no existe Dios, si no tiene ninguna duda, una de dos: se está autoengañando o está dormido. La duda es el hormigueo de la fe. La mantiene despierta y en movimiento” (Wishful Thinking).

He encontrado que esto se cumple de muchas formas en mi propia vida. Por ejemplo, recibo constantemente e-mails y cartas de personas que leyeron mi libro Finding Faith. Muchas han sido agnósticas y ateas endurecidas toda su vida, y muchas otras han sido cristianos que han “perdido su fe”. Pero Dios ha usado el libro para atraerlas a una búsqueda espiritual. Me dicen que yo entiendo y me ocupo de sus preguntas, o que las respuestas que doy a sus preguntas son mucho más útiles que las “respuestas fáciles” que han escuchado en el pasado. En cada caso, la única razón por la que puedo ayudarlas es porque yo he tenido las mismas preguntas –o sea, dudas– que ellas, y me he rehusado a transmitirles respuestas que no funcionaron para mí. Como dijo Buechner, mis dudas me mantuvieron en movimiento.

Lo pienso de esta forma: todos los cristianos están dedicados a un crecimiento espiritual de por vida. Eso significa que, dentro de cinco años, su conjunto de creencias debería ser distinto del de hoy... sus creencias tendrán un ajuste más fino, estarán más probadas, serán más equilibradas, estarán más examinadas. ¿Qué lo lleva a examinar una creencia y probarla, contra todo el trasfondo de la Biblia (no sólo un versículo de prueba tomado fuera de contexto), contra el sabio pensamiento de la comunidad cristiana en general (tanto ahora y a lo largo de la historia) y contra las realidades que usted experimenta? Es que algo dentro suyo no está tranquilo acerca de una creencia... algo en usted duda de ella. Al dudar de ella y luego examinarla, usted puede mantenerla porque pasó la prueba, descartarla o ajustarla.

Por ejemplo, de niño me enseñaron una versión de la fe cristiana que consideraba a la ciencia como “el enemigo”. Para ser un buen chico en mi Escuela Dominical, debía creer que la Tierra era muy joven, que todo el registro fósil era un engaño, que los biólogos y arqueólogos estaban en una conspiración científica contra Dios, y cosas similares. Creí en esto hasta la escuela secundaria, pero entonces me invadieron las dudas. La evidencia científica contra ese sistema de creencia parecía muy fuerte. Esto me llevó a realmente comenzar a pensar, leer y cuestionar. Tuve la libertad de hacerlo, y el resultado ha sido una fe vigorosa que ha crecido en los últimos 30

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