ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

El libre desarrollo de la personalidad

bryan123454 de Diciembre de 2013

3.963 Palabras (16 Páginas)342 Visitas

Página 1 de 16

José Luis Pinillos

El libre desarrollo de la personalidad

Cuando hace más de treinta años publiqué mi primer trabajo sobre la personalidad humana —creo que se titulaba Configuración y carácter y era de orientación guestaltista—, el conocimiento científico del hombre se ffle antojaba bastante más sencillo de lo que en realidad ha resultado ser. A mi juventud de entonces se añadía la de la propia psicología de la personalidad, que comenzaba a cosechar ciertos éxitos prometedores con las investigacio-nes factoriales de Guilford y de mi maestro Eysenck, autor de un importante libro, Dimensions of personality, que abrió efectivamente una línea de estu-dio de indudable interés.

Eran tiempos muy propicios al determinismo; la aplicación del método hipotético-deductivo y del operacionismo, del experimento y la medida, del análisis factorial, de la teoría del aprendizaje y del condicionamiento al estu-dio científico de la conducta humana habían logrado componer un clima de seguridad y optimismo en el mundo de la psicología, del que participaba también la investigación de la personalidad humana. En el fondo, parecía que por fin iban a realizarse los sueños de una vieja tradición naturalista, que situaba en la constitución biológica la estructura reguladora y determinante del destino personal. En el primer tercio de nuestro siglo, Kretschmer había probado que las enfermedades mentales dependían del biotipo, lo cual es hasta cierto punto correcto, y eso le había llevado a postular una relación sistemática entre la constitución y el carácter de cada cual, fuera ya del ám¬bito psiquiátrico. Lange llegó a sostener una teoría similar, renovando las especulaciones de Lombroso sobre el criminal nato, en un célebre libro, El crimen como destino, cuya tesis ha sido modernizada luego por Eysenck y otros autores contemporáneos que han intentado conectarla con la genética, haciendo de la agresividad el resultado, entre otras cosas, de una trisomía, esto es, de tener un cromosoma masculino de más. También el libro de Her-mann Nohl Carácter y destino, que alcanzó varias ediciones en Alemania —la última me parece que se publicó en 1949—, apuntaba en esta direc-

Cuenta y Razón, núms. 15-16 Enero-Abril 1984

ción determinista, que se compaginaba bien con el propósito de establecer un cuerpo de leyes relativas a la estructura funcional de la personalidad del hombre, cuya aparente libertad no sería sino ignorancia de las causas determinantes del comportamiento.

En pocas palabras, el supuesto desde el que se operaba en la psicología científica de la personalidad vigente en los años de la hegemonía conductis-ta era, ni qué decir tiene, el propio del naturalismo determinista. Se suponía que el conjunto de cualidades o rasgos distintivos de la manera de ser de cada individuo está determinado por una estructura disposicional, consti¬tuida en sus tres cuartas partes, más o menos, por factores temperamentales de naturaleza biológica, la extraversión, por ejemplo, que vienen prefijados por la herencia y se expresan en el biotipo y la conducta de cada cual. La proverbial convicción de que el genio y la figura se hallan indisolublemente unidos en la vida de todo individuo vendría, pues, a coincidir con los resul¬tados de la nueva tipología. En este contexto, la obra de Sheldon representó otro intento más de reducir a regularidades prefijadas la aparente esponta¬neidad del comportamiento personal. A última hora, el destino del hombre estaría escrito con caracteres genéticos en la constitución biológica de cada cual. Un jatum biológico decidiría así el proprium de cada individuo y con¬figuraría su personalidad.

El desarrollo pormenorizado de este importante capítulo de la psicología de la personalidad pertenece a la historia de la psicología contemporánea y no a este lugar, donde lo que importa es poner de relieve que, desde seme-jantes premisas, el sentido de nuestra cuestión sería escaso o más bien nulo. De una parte, como ya queda dicho, porque aproximadamente el 75 o el 80 por 100 de la variabilidad conductual del individuo quedaría explicada en términos de una estructura disposicional heredada, esto es, en términos de un a prior i genético que prefijaría de antemano el destino personal. Y de otro lado, porque tampoco la varianza restante, el otro 20 o 25 por 100 de la conducta individual (lo que llamaríamos carácter frente al temperamento), podría ponerse a cuenta de la libertad personal, sino que tendría su origen en la acción troqueladora, condicionante, de la sociedad. En última instancia, el sistema de hábitos conductuales adquiridos por el individuo, lo no pre-fijado por la herencia, dependería del sistema de refuerzos característico de cada sociedad, un poco al estilo de lo preconizado por Spencer y luego por Skinner. O sea, las persistencias interiores, los hábitos psicológicos, no serían sino reflejos de las persistencias exteriores, de las consistencias sociológicas del medio. A la postre, pues, la personalidad individual quedaría disuelta en biología y sociología, conforme a la tesis comtiana, al menos en su versión tópica.

En cualquier caso, es claro que para esta interpretación disposicional de la personalidad, la consistencia de ésta vendría explicada fundamentalmente por el temperamento heredado y, en una cuantía mucho menor, por la tro-quelación social o, a lo sumo, también por las interacciones de ambos facto-

res, ajenos uno y otro a las decisiones personales del individuo. La peculiari¬dad conductual de éste quedaría así férreamente inscrita en dos coordenadas mostrencas, ajenas a su libertad. El individuo resultaría, en definitiva, alie¬nado. Todo sería en él innato o adquirido, pero nada le pertenecería propia¬mente: el proprium a que Allport se refiere como núcleo irreductible de la personalidad, se habría transformado en lo alienum. Obviamente, lo innato no dependería de la voluntad individual, pero lo adquirido también resulta¬ría de un mero proceso de contigüidades, refuerzos y reiteraciones dirigido desde la estructura social. No cabe duda que, entendida de este modo, la per¬sonalidad humana se parecería mucho más a un autómata de la sociedad ya un haz de pulsiones que a una realidad personal apropiada racionalmente de sí misma. Es evidente que hablar del libre desarrollo de una personalidad de este tipo sería sumamente difícil. Tal vez podría entenderse en el sentido de que la sociedad no contraviniera con sus programas de insistencias y re¬fuerzos las propensiones temperamentales de los individuos. Sólo que a esta extraña teoría se oponen varias objeciones de peso. La primera de ellas es, naturalmente, que la sociedad pretende siempre socializar, quiero decir coor¬dinar las diferencias individuales en un esquema de convivencia difícilmente compatible con las «desviaciones» que supone la proliferación de tendencias de toda clase, agresivas, pongamos por caso, que genera la naturaleza. Dicho de otra forma: la biología diversifica y potencia la selección natural, mientras que la sociedad unifica y aminora la competitividad dentro del grupo.

Por otra parte, tampoco se entiende bien de qué forma la sociedad podría tener iniciativa para corregir los defectos de la naturaleza, o los propios erro¬res políticos, si finalmente la personalidad de todos y cada uno de sus miem¬bros fuera exclusivamente el resultado de una prefijación biológica y de una troquelación social.

La dificultad sube de punto, si cabe, en la versión situacionista del pro¬blema, que prescinde de la mediación disposicional del temperamento y re¬duce la personalidad a una variable dependiente del sistema de refuerzos que prevalece en una sociedad determinada. Realmente, si las cosas suceden tal como las imagina Skinner, si es la sociedad la que actúa sobre el individuo y no éste sobre la sociedad, no se comprende de qué modo una suma de seres sin iniciativa puede tener libertad para rectificar sus propios errores o los de la naturaleza. Para llegar a esta conclusión sería necesario ir más allá del mecanicismo y colocar el tema de la personalidad en un marco dialéctico de totalizaciones y niveles de acción emergentes, que no es precisamente lo que se pretende en el situacionismo. Este planteamiento simplemente invierte los términos del disposicionismo biológico, por lo que se refiere a la génesis de la estructura que determina la consistencia del comportamiento indivi¬dual. En lugar de tratarse de rasgos o propensiones temperamentales here¬dadas, se trata de hábitos y familias de hábitos condicionados por el entorno. Por decirlo de alguna manera, el a priori genético es reemplazado por un a posteriori sociológico, pero el resultado es muy parecido: en ninguno de

los dos casos la personalidad es un constitutivo intrínseco de la persona, algo realmente propio que facilite la operación de gobernar desde dentro la vida en libertad. Antes bien, en ambas alternativas la personalidad se muestra como un elemento sobrevenido e impuesto al viviente, sea por la herencia, sea por la estructura social, y en último extremo todavía más extrínsecamente en la segunda opción que en la primera. Al fin y al cabo, la estabilidad del temperamento sería más «propia» del individuo que la de un carácter gra¬bado en él por la sociedad y transformable al dictado de los cambios de ésta. Dicho de otra forma: los rasgos temperamentales postulados por la teoría de Eysenck tendrían mayor consistencia y estabilidad que los hábitos social-mente condicionados; aunque prefijados e inmodificables por el individuo^ serían más suyos que los sobrevenidos como reflejo de la situación social. Recurriendo a la clásica terminología de Riesman, en la teoría

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (26 Kb)
Leer 15 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com