ANTECEDENTES HISTÓRICOS SOBRE LAS LENGUAS DE SIGNOS EN ESPAÑA.
anamartin13 de Febrero de 2014
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ANTECEDENTES HISTÓRICOS SOBRE LAS LENGUAS DE SIGNOS EN ESPAÑA.
Los antecedentes históricos sobre las lenguas de signos en España se inician, desde el punto de vista educativo, en el siglo XVI, cuando los monjes emprendieron la labor de educar a niños sordos.
El monje benedictino don PEDRO PONCE DE LEÓN enseñó a comunicarse a los niños sordos que estaban a su cargo, hecho que permitió la reevaluación de las creencias profesadas durante mucho tiempo respecto de las personas sordas, contribuyendo a un cambio gradual de la mentalidad que se tenía sobre las mismas y su lugar en la sociedad. Los monasterios en esa época estaban obligados a guardar silencio y se comunicaban utilizando signos manuales; así, por ejemplo, los benedictinos tenían a su disposición «signos para las cosas de mayor importancia, con los cuales se hacían comprender». Pedro Ponce de León debió comprender, que era posible expresar la razón sin habla, pues él mismo lo hacía cada vez que manifestaba sus pensamientos por medio de signos monásticos y empleó con los niños sordos un sistema gestual de comunicación.
A Fray Pedro Ponce se le conoce como el primer educador de sordos, afirmación no del todo cierta pues se le anticipó en varios años FRAY VICENTE DE SANTO DOMINGO (Domingo de Zaldo) fraile jerónimo del monasterio logroñés de La Estrella, cerca de Nájera (La Rioja). Éste educó al pintor Juan Ximénez Fernández de Navarrete “El Mudo” (1526-1572) que había quedado sordo a la edad de dos años y medio y al que su familia le había mandado al monasterio de la Estrella para recibir del monje clases de dibujo y pintura. El fraile no sólo le enseñará el arte de la pintura sino que también le enseñará a leer, escribir, a contar e incluso a pronunciar algunas palabras. A la vista de los progresos conseguidos por Fernández de Navarrete el fraile aconseja a sus padres le envíen a Italia para completar su formación como pintor. Teniendo en cuenta que Fernández Navarrete está afincado en Italia en la década de 1550, hace suponer que su educación fue unos años antes y por tanto anterior a la educación que fray Pedro Ponce de León iniciara hacia 1545-46 con los hermanos francisco y Pedro de Tovar (sobrinos de Pedro Fernández de Velasco, IV Condestable de Castilla).
¿Es por tanto Fray Vicente de Santo Domingo, el primer educador español de sordos?.
Seguramente así fue. Pero, ¿conocería Ponce de León el método de Fray Vicente? El método de Fray Pedro Ponce de León fue hallado en 1986 en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, en un manuscrito suyo que relata los rudimentos del mismo. Podríamos concluir que quizás conociese los intentos y logros de Fray Vicente para enseñar a los niños sordos, pero se le puede considerar a él como el primero en hacerlo de forma metodológica, durante su estancia en el monasterio de Oña adonde habría llegado Fray Pedro Ponce sobre el año 1530.
En el siglo XVII la metodología cambia, y así don MANUEL RAMÍREZ DE CARRIÓN utilizó la pedagogía de su época para instruir a los niños sordos preparándoles para que se integraran en la sociedad.
En la segunda mitad del siglo XVIII, don LORENZO HERVÁS Y PANDURO publica su tratado: «Escuela española de sordomudos o arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español», que supone un hito fundamental en el esfuerzo pedagógico para la integración de las personas sordas.
Lorenzo Hervás y Panduro fue un sacerdote jesuita español, oyente, que dedicó una parte importante de su obra intelectual, de gran relevancia histórica, a la educación de los Sordos. En su libro “La escuela española de Sordomudos” publicado en 1795, hace una serie de observaciones lo convierten en un precursor de los estudios modernos sobre los Sordos y sus lenguas de señas. Vamos a contar algunas cosas sobre Hervás y Panduro y su trabajo.
La “Escuela española de Sordomudos”
Ya se ha dicho que Hervás, cuando fue expulsado de España, fijó su residencia en Roma. Allí inició sus contactos con la lengua de señas. Sus observaciones son hechas entonces, principalmente, a partir de la lengua de señas que se usaba entonces en la ciudad de Roma.
El libro “La escuela española de Sordomudos” está dividido en dos tomos. El primero tiene 335 páginas, y 377 el segundo. No voy aquí a detenerme en el libro lo que la obra merece. Dejo esa labor para una reseña que estoy preparando actualmente. Me referiré apenas a algunos de los aportes que hace Hervás, en el libro, a los modernos estudios sobre los Sordos y sus lenguas de señas.
Se trata, en primer lugar, de la concepción que el autor tenía sobre las lenguas de señas (Hervás y Panduro lo denominó “el lenguaje de los Sordomudos”, ver Tomo I:68). En ese lenguaje se evidenciaba que los Sordos tenían ideas gramaticales. Una de ellas correspondía a la definición de los roles semánticos. Las señas tenían, por su significado, funciones de verbos o de nombres. Al concurrir en la oración, adoptaban el orden relativo “nombre‐verbo‐nombre”. A partir de allí, el significado predicado correspondía al esquema AGENTE‐verbo‐PACIENTE. Quiere decir que “el lenguaje de los Sordomudos”, del mismo modo que en lenguas de morfología simple como el inglés o el mandarín (por nombrar dos bien conocidas) los roles semánticos se asignaban a través del orden de aparición: si las entidades referidas por esas señas asumían la función de sujeto, debían concurrir antes del verbo; si de objeto, tras el verbo.
Esa observación no es la única que hace Hervás sobre la gramática de las lenguas de señas, pero alcanza a dar una idea de la trascendencia de su pensamiento: a finales del Siglo XVIII, ya Hervás y Panduro estaba demostrando con análisis gramaticales, y a través de argumentos comparativos, que las lenguas de señas de los Sordos, al igual que las lenguas habladas, tenían una estructura lingüística, y que esa estructura correspondía a esquemas universales, observables en muchas lenguas orales del mundo. La novedad del trabajo de Hervás y Panduro no es la afirmación en sí de que las lenguas de los Sordos son lenguas. Ya antes que él, y a lo largo del Siglo XVIII, varios filósofos franceses estaban tras la idea de que la gramática universal que querían descubrir tal vez estuviera codificada de modo transparente en las lenguas de señas. Pierre Desloges, en su libro de 1779, y solamente por dar un ejemplo, recoge esa idea. La novedad del trabajo de Hervás y Panduro de nuevo consistió en ofrecer argumentos lingüísticos sólidos para hacer de esa especulación filosófica una materia de discusión científica.
Otra novedosa reflexión de Hervás y Panduro es su propuesta de diferenciar entre la sordera y la mudez. Quienes pierden el sentido del oído después de haber adquirido el habla no están en igualdad de condiciones con aquellos que, privados de la audición desde sus primeros años, no llegaron a desarrollar el lenguaje hablado.
Estas personas, llamadas en tiempos de Hervás y Panduro “mudos”, estaban en una situación de aislamiento social, y su condición se debía a la sordera. Hervás y Panduro propone entonces llamarlos “Sordomudos” (y lo escribe así, con una mayúscula inicial). Esta distinción es fundamental, y se acerca mucho a la moderna distinción hecha, a partir de la lengua inglesa, entre “sordos” (privados del oído, que tienen como lengua primera una lengua hablada) y “Sordos” (también privados del oído, pero que tienen como primera lengua una lengua de señas).
A Hervás y Panduro se debe, por último, la observación de que se hacía indispensable que los maestros de los “Sordomudos” dominaran su “lenguaje” de señas para realizar su trabajo docente. Una exigencia que se considera también demoderna data, y que pocas veces se relaciona con la educación de sordos en la España del Siglo XVIII.
La escuela española alcanzará a producir aún obras de tanta trascendencia para la lengua natural de las personas sordas, como el diccionario de mímica y dactilología de FRANCISCO FERNÁNDEZ VILLABRILLE, que incluía 1.500 signos de la lengua de signos española descritos para su realización. Sin duda, se trata del paso más importante hacia la estandarización de la lengua de signos española dado hasta entonces, y una demostración del carácter no sólo natural, sino histórico, de la lengua de signos española.
Este diccionario es la primera recopilación de signos de España y Europa, tanto por su forma (que el autor explica detenidamente en el prólogo) como por su extensión. El libro tiene 1223 entradas, es decir 1223 signos de la lengua de signos española; también encontramos algunas expresiones derivadas (por ejemplo, la palabra amor viene acompañada de las palabras: amor de Dios, amor del prójimo, amor paternal...), también encontramos otras palabras copiadas del diccionario de Sicard, y también algunas palabras del lenguaje gestual de los indios americanos. Con estas incorporaciones que hemos dicho el diccionario suma un total aproximado de 1500 entradas. Este número es muy importante, si tenemos en cuenta que la mayoría de los diccionarios modernos de lengua de signos del mundo no tienen una cifra muy superior de entradas.
Pero lo más importante del diccionario de Fernández Villabrille es la forma de sus contenidos: se trata de un diccionario que cambia la idea (defendida por L'Epée y Sicard) del diccionario de lengua de signos como diccionario de segundas lenguas, destinado a la oralización de las personas sordas, tratadas como extranjeros; al contrario,
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