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doler156431 de Agosto de 2014
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El problema de la diversidad —el encuentro y el desencuentro con el» otro— y Ia desigualdad estuvo presente en todo momento en el curso social de la historia. Sin embargo, en las últimas décadas, las transformaciones en las relaciones socioeconómicas y políticas vinculadas con el modelo neoliberal y la globalización volvieron más complejos, sin duda, los escenarios en los que se ponen en juego las relaciones sociales, las acciones y las construcciones de identidad.
En este capítulo, el propósito es reflexionar en torno a los usos y a los significados —muchas veces, naturalizados en el sentido común— de nociones como desigualdad, cultura y diversidad que intervienen activamente en las reflexiones que establecemos sobre el escenario social, las normas de la sociedad y las acciones de los sujetos. La invitación es explorar la historia social y el contexto de producción de dichas nociones forjadas en el campo de las ciencias sociales, advirtiendo sobre las continuidades y rupturas entre su génesis y los usos cotidianos que tienen lugar en los momentos actuales de progresiva fragmentación y desigualdad.
La hipótesis que sostenemos es que, en un marco en el que se instala el discurso de laítoleranciay el respeto por las diferencias, las categorías con las que solemos pensar los encuentros y las relaciones sociales entre colectivos diversos y desiguales mantienen, muchas veces como anclaje, matrices sociales previas. Incluso muchas de ellas están ligadas a una mirada desde arriba que oblitera las asimetrías y las relaciones de poder.
De qué hablamos cuando hablamos de diversidad y desigualdad social
Plantear la cuestión de la diversidad es sumamente complejo. Hoy, esta noción se instala en múltiples escenarios y es recuperada a través de variados usos. En las últimas décadas, la cuestión de la diversidad fue incorporada, a partir de las recomendaciones de los organismos multinacionales, sobre todo, a través del discurso de la tolerancia. A la vez, ese escenario dio lugar a procesos locales en los cuales el tema de la diversidad se constituyó como un problema de preocupación estatal. Por otro lado, la introducción de la diversidad también se liga con el
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fortalecimiento de procesos de identidad, de reivindicación y de organización de las diferencias (étnicas, de género, etc.) por parte de diversos grupos.
Como vemos, la cuestión de la diversidad se instala en la agenda pública a partir de distintos movimientos, pero, fundamentalmente, se incorpora en un contexto de globalización y también en un marco en el cual sobresale, por ejemplo, el desplazamiento poblacional en busca de mejores oportunidades de trabajo. Entonces, los escenarios históricamente multiculturales se transforman en espacios donde se profundiza y se vuelve más compleja la diversificación porque, junto con la diversidad, las sociedades vivencian profundos procesos de ruptura de solidaridades y marcos colectivos de las protecciones sociales. Como lo plantean Immanuel Wallerstein y Etienne Balibar (1991), para entender el tema de la diversidad en toda su complejidad, en contextos sociales signados por el neorracismo, es decir por el racismo sin razas, es muy importante que nos corramos del discurso de la tolerancia.
En simultáneo con estos procesos, en los escenarios escolares, circulan múltiples discursos sobre la diversidad y la desigualdad. Es usual que, en la sala de maestros, se compartan y discutan frases que aluden a las diferencias entre los alumnos y entre las escuelas: «Mi curso es muy difícil porque es un grupo muy heterogéneo»; «El grado que me tocó este año es muy diverso: hay chicos 'rápidos' y otros 'más lentos', tengo chicos que vienen de Bolivia, de Perú y de la villa».
Frente a los múltiples usos del término, vale la pena detenernos y preguntarnos: ¿qué significa, en definitiva, diversidad7.
! En el momento actual, sin duda, somos testigos de una creciente politización de lo étnico, es decir, de una movilización de determinados grupos sociales. Esto sucede, por ejemplo, con las poblaciones aborígenes en la Argentina, que articulan y construyen sus demandas bajo la bandera de la etnicidad.
Podemos comenzar afirmando que la diversidades inherente a los seres humanos; es decir, es parte constitutiva de las sociedades. Hay un acuerdo en torno a reconocer que los sujetos somos identidades irrepetibles, somos diversos en términos genéticos y fenotípicos —rasgos morfológicos, fisiológicos y conductuales que se desarrollan a lo largo de la vida—, en los hábitos y en las costumbres.
Sin embargo, la diversidad incluye algo más que simplemente ser parte de la sociedad. Porque los conjuntos sociales, algo hemos hecho y hacemos con la diversidad. Una de las primeras cuestiones para mencionar es que, a partir de esas diferencias individuales, en las sociedades se producen clasificaciones y agrupamientos: somos diversos en el sentido de que podemos reconocer a otros y a nosotros mismos como ran-queles, musulmanes, católicos, niños, mujeres, mapuches. En las reflexiones que siguen, nos centraremos, entonces, en el problema de la diversidad en términos de cómo se configuran agrupamientos de distinta índole dentro de las sociedades.
Una vez aclarado esto, es necesario considerar otros procedimientos a través de los cuales se hacen reduccionismos o interpretaciones erróneas en torno a la diversidad. Al menos, nos parece importante mencionar tres cuestiones.
Una primera cuestión se relaciona con el hecho dé que, frecuentemente, al abordar el tema de la diversidad, se la piensa sólo en términos étnico-cul-turales. Sin embargo, este es un sentido limitado ya que la diversidad incluye otros aspeaos y experiencias de elección sociales. Por ejemplo, en la mayoría de las sociedades, se establecen diferenciaciones relativas a la elección de los individuos a inscribirse en los órdenes sociales de lo femenino y lo masculino. Nos referimos a la diversidad basada en el género. Vale la pena recordar que mientras el sexo alude a la diferencia entre varón y hembra como hecho biológico, el género se construye socialmente, se produce y reproduce en la vida cotidiana y se basa en la transmisión de costumbres, creencias y expectativas sociales (Wainerman, 2002).
Por otro lado, no sólo somos diversos por la construcción de la identidad étnica y el género, sino también, por la cuestión etaria. Porque si bien en la sociedad está relativamente consensuado a qué nos referimos cuando nombramos la niñez, hjuventudo la adultez, estas diferenciaciones y definiciones sobre las etapas de la vida marcan divisiones construidas socialmente, que aunque suelen basarse en una cuestión cronológica, no son naturales, sino producidas culturalmente. Al respecto, un conjunto de trabajos históricos (Aries, 1987; Gelis, 1990; Flandrin, 1981) y antropológicos (Mead, 1976, 1978; Benedict, 1976) contribuyeron a cuestionar la universalidad y la naturalidad de la marcación de las fronteras entre las edades, que se estableció en Occidente y en el. apogeo de la modernidad.
La segunda cuestión es que, al definir diversidad, muchas veces, incluimos rasgos de distinta naturaleza. Como ya dijimos, es frecuente que aludamos, indistintamente, a niños o jóvenes que tienen distintas capacidades, diferentes ritmos de trabajo, diversa constitución emotiva, y también, que viven en parajes aislados, en barriadas populares o que están privados económicamente, como suele quedar sintetizado en la frase: «Nuestro curso de alumnos está compuesto por un grupo muy diverso».
En ese sentido, debe considerarse que las ciencias sociales forjaron otro concepto para entender la privación económica, que no es el de diversidad. Para hacerlo, es necesario remitirse a sociólogos clásicos, como Max Weber o.Karl Marx, quienes, en momentos de instauración del capitalismo y la industrialización, formularon el concepto de desigualdad'' para este acceso diferencial a los bienes materiales y simbólicos. Diversidad no es lo mismo que desigualdad La primera es constitutiva de las sociedades; la segunda es el producto histórico de los procesos de apropiación y de expropiación, y de antagonismo social. Se trata del acceso diferencial a la propiedad y al control de bienes materiales y simbólicos que tienen importancia social. Es necesario aclarar aquí que las diferencias no necesariamente se organizan en estructuras de desigualdad. El problema está en el sistema de evaluaciones que se monta sobre la diversidad y que puede derivar en la posibilidad de que determinados grupos concentren ciertos atributos que se valoran y que les permitan, desde allí, subordinar a otros (Manzano, Novaro, Santillán y Woods, 2004).
Diversidad y desigualdad son, entonces, dos conceptos diferentes que, sin embargo, muchas veces, suelen articularse y generar estructuras de desigualdad. Por ejemplo, una mujer puede ser diversa respecto del mundo de lo masculino, pero, en determinadas condiciones y a partir de ciertos procesos, puede constituirse en una desigual. ¿Cuándo se produce ese proceso? Cuando sobre esa diversidad se establece toda una producción de juicios a partir de los cuales los rasgos que se atribuyen al hecho de ser mujer (sensibilidad, emotividad, debilidad) no son valorados para el acceso, por ejemplo, a un cargo jerárquico o a un sueldo óptimo. Asimismo, ser un hombre que supera los 50 años implica ser un diverso respecto de otras generaciones, pero en un contexto de desempleo y de precariedad laboral, lo configura también como un desigual. Por lo tanto, es importante diferenciar diversidad de desigualdad, aun cuando están íntimamente articulados.
En relación con la tercera cuestión, lejos
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