Brigadas Escolares
Paluchis13 de Julio de 2011
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INTRODUCCIÓN
La familia y la escuela han mantenido siempre, de manera compartida y desde sus respectivos
ámbitos de responsabilidad, el protagonismo en materia de educación de niños y jóvenes. En la
actualidad, lejos ya del axioma que regía en otros tiempos según el cual “la familia educa y la
escuela enseña”, ésta última se configura como un elemento nuclear de la faceta educadora, la
transmisión de valores y la preparación de los alumnos desde un punto de vista integral, como
personas que han de afrontar, en un futuro, todos los condicionantes de la vida adulta.
Las transformaciones sociales que, a veces de manera vertiginosa, se están produciendo en las
últimas décadas han provocado cambios sustanciales en las reglas del juego en las que se
desenvuelven la educación y sus agentes. En poco tiempo, hemos presenciado modificaciones
drásticas en variables como la estructura familiar y sus patrones de organización, las condiciones de habitabilidad y de convivencia en los núcleos de población, las exigencias sociales, formativas y
laborales para adquirir niveles de vida que se consideran necesarios, la creciente influencia de los
medios de comunicación y de las tecnologías de la información en los procesos de socialización y
educativos, el tipo de jornada laboral y sus consecuencias en las relaciones familiares y la posición
en que quedan la escuela y las instituciones.
En un contexto tan especial como el descrito, de las familias y las escuelas se esperan nuevas
respuestas para las que no siempre disponen de modelos de actuación. De este modo se
encuentran, como instituciones con responsabilidad y con capacidad de decisión, en un entorno en
el que no se desenvuelven con soltura. Las familias, por diferentes circunstancias, no consiguen
centrar los modos de ejercer su acción socializadora, mientras que, en las prácticas escolares, se
hacen necesarias actitudes docentes que estimulen el aprendizaje como mecanismo promotor de
una riqueza personal, que el esfuerzo que se exige persiga un fin ético, intelectual, emocional y
social y que se consiga estimular de manera permanente a los más jóvenes para seguir
aprendiendo. Todo este proceso requiere un cambio en los estilos de vida de las escuelas que
tendrá muchas más posibilidades de éxito si encuentra apoyo también en las prácticas sociales y el
entorno se orienta igualmente hacia un desarrollo humano solidario y éticamente comprometido.
La educación es, sin duda, el instrumento básico para el desarrollo personal y el soporte de una
sociedad mejor y más equilibrada. Sin embargo, esta afirmación que, desde el discurso parece
obvia, es una realidad no siempre asentada en el devenir cotidiano y una tarea que, desde todas las
instituciones, se debe desarrollar con el mayor consenso posible, independientemente de filiaciones
1 Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid.o escenarios sociales, políticos o laborales. Ese consenso sobre el tipo de educación que queremos para nuestros hijos es lo que permitirá la evolución de los sistemas educativos y su referencia como motor social y hará del hecho educativo un elemento incontestable. Hace falta, por tanto, iniciar un debate en profundidad, exento de prejuicios desde el que los criterios partidistas encuentren convergencias ante las necesidades de los que ahora son nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
Apostar por la educación, por tanto, significa reconsiderar los recursos personales y materiales
puestos al servicio de su desarrollo y no quedarnos en una visión a corto plazo, con medidas
correctoras parciales, de escasa efectividad en muchos casos. Es obvio que también es esencial el
papel que deben desarrollar las familias y la necesidad de vinculación permanente con la evolución
educativa y humana de los hijos, especialmente desde la perspectiva de considerar que la
transmisión de valores y modelos de vida se cimienta básicamente en la relación padres-hijos. Es
frecuente observar, y así lo constatamos en el Defensor del Menor, como la desestructuración
familiar y la falta de referencia de los padres conduce fácilmente a problemas de distinto tipo para los menores (fracaso escolar, consumo de drogas, trastornos de conducta, etc.).
1. CONVIVENCIA EN EL ÁMBITO ESCOLAR
Uno de los aspectos para los que más se ha de reforzar esa colaboración necesaria entre escuela,
familia y entorno social es, sin duda, el de la convivencia en el ámbito escolar. Recientes sucesos y
la proliferación de problemas de convivencia, cuando no de episodios de violencia, en la escuela,
obligan a una reflexión sosegada al respecto y a la toma de decisiones tendentes a promocionar la
convivencia en los centros y a pensar en el aula como el lugar idóneo para el aprendizaje de dicha
convivencia.
Las familias, el profesorado y el propio alumnado, han puesto reiteradamente de manifiesto su
preocupación y un cierto malestar por lo que consideran graves dificultades en el desarrollo de las
relaciones que se producen en las instituciones educativas, que han provocado algún episodio de
alarma social. La investigación sobre los distintos tipos de conducta violenta que se dan en los
centros escolares hace necesario analizar cuidadosamente cada caso, para utilizar con propiedad el
término “violencia”, ya que no todos los comportamientos disruptivos pueden considerarse como tal
ni las consecuencias de unos u otros actos son las mismas.
La convivencia escolar es un valor social que debe enseñarse, promoverse y conquistarse; el
compromiso por la educación de los más jóvenes no puede limitarse a lo instructivo, sino que ha de
incidir especialmente en el grado de desarrollo de su autonomía moral y en el aprendizaje y puesta
en práctica de conductas sociales. Y todo esto es una responsabilidad compartida entre las
instituciones educativas y el resto de la sociedad.
Los medios de comunicación, por ejemplo, deben ponderar adecuadamente las informaciones sobre
violencia en la escuela y sobre violencia y actitudes contra la convivencia en general, muy presentes
en las programaciones televisivas, y que pueden configurarse como modelo de actuación válido para
muchos jóvenes. Los profesionales de los centros educativos, por su parte, representan una pieza
clave por su inestimable labor de enseñanza y puesta en práctica de los valores democráticos de
convivencia. Las administraciones públicas deben prestar la cobertura necesaria para la superación
de las dificultades que surgen en el funcionamiento cotidiano de los centros, mediante actuaciones
como la ordenación y el seguimiento de una escolarización equilibrada e integradora de los
menores, la capacitación del profesorado en nuevas prácticas docentes de atención a la diversidad,
la dotación de recursos y regulaciones inclusivas desde el punto de vista curricular y organizativo,
etc. Y el fundamental papel de las familias, con la corresponsabilidad de todos los miembros
respecto a las obligaciones que suponen el desarrollo de un proyecto común que deberá superar sus
conflictos apelando siempre al diálogo. Ese debe ser el modelo de actuación.
Los centros educativos son los lugares privilegiados para la formación en y para la convivencia; la
relación educativa no puede entenderse sin el contenido “vivir en comunidad”. De las relaciones
específicas que se establecen en los centros, de la complicidad que éstos mantengan con la familia
y el entorno y de la voluntad de apoyo de las administraciones educativas mediante una regulación
normativa (promotora de convivencia y de un estilo democrático de relación) dependerá el mayor o
menor éxito del aprendizaje. Los planes de estudio de formación del profesorado deben incorporar
los elementos imprescindibles para el desarrollo de una buena práctica docente encaminada a la
atención a la diversidad y a la promoción de la convivencia. Es necesario cuidar los procesos,
reflexionar sobre ellos y aportar estilos de vida coherentes entre lo que se quiere enseñar y lo que se
vive en el entorno. Por ello, es importante que los modos de enseñar sean los elementos de referencia más importantes para el aprendizaje de la convivencia, de manera que se configuren
como auténticos modelos de acción.
El aprendizaje de la convivencia no es un contenido paralelo al resto de las actividades cotidianas, ni
es responsabilidad única de una asignatura o profesor, ni de un cargo del centro (tutor o directivo),
tampoco es una responsabilidad exclusiva de las familias. La promoción de la convivencia es una
tarea que debe desarrollar todo docente en el ejercicio habitual de la enseñanza de cada ámbito de
experiencia, de cada área curricular o de cada asignatura. Lo que no excluye que sean necesarios
determinados momentos específicos en el horario de la semana donde se analicen las relaciones
personales y los sentimientos: el “corro” de la educación infantil, las “asambleas de aula” o las
“tutorías” serían
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