CULTURA E IDENTIDADES
amysilPráctica o problema16 de Junio de 2014
15.071 Palabras (61 Páginas)265 Visitas
18 CULTURA E IDENTIDADES ∗
por Gilberto Giménez
1. La identidad: un concepto estratégico en las ciencias sociales.
La identidad es una de las categorías claves recientemente incorporadas al léxico conceptual de las ciencias sociales, pese a la animadversión inicial de algunos posmodernos que la consideraban como una amenaza virtual a su tesis de la “hibridación” y de la fluidez cultural.1 La amplia aceptación de este concepto se debe, en primer lugar, a su carácter estratégico y a su poder condensador, pero también a la percepción creciente de su necesidad teórica. En efecto, el concepto de identidad es uno de esos conceptos de encrucijada hacia donde converge una gran parte de las categorías centrales de la sociología, como cultura, normas, valores, status, socialización, educación, roles, clase social, territorio / región, etnicidad, género, medios, etc. Y de hecho, en algunos textos recientes, e incluso en programas de estudio de universidades europeas, el eje cultura / identidad se presenta hoy como una de las puertas de entrada a la disciplina sociológica en su conjunto.2 Pero, además, existe la percepción creciente de que se trata de un concepto imprescindible en las ciencias sociales por la sencilla razón de que la identidad constituye un elemento vital de la vida social, hasta el punto de que sin ella sería inconcebible la interacción social – que supone la percepción de la identidad de los actores y del sentido de su acción. Lo cual quiere decir que sin identidad simplemente no habría sociedad (Jenkins, 1996: 819).
Uno podría preguntarse entonces por qué este concepto ha llegado tan tardíamente – sólo a partir de los años ochenta – al discurso de las ciencias sociales. Es que en realidad siempre estuvo presente incluso en los clásicos, sea en forma implícita, sea bajo formulaciones y terminologías diferentes. Recordemos, por ejemplo, la teoría de la “conciencia de clase” en Marx (“clase en sí” vs. “clase para sí”) y la teoría de la “conciencia colectiva” en Durkheim (1963). En cuanto a Max Weber, el concepto está implícito en su teoría de la “acción dotada de sentido” e incluso aparece notablemente desarrollado en su tratamiento de las comunidades étnicas en Economía y Sociedad, donde no utiliza el término “identidad”, pero sí el de “conciencia de comunidad”, entre otros. (Weber, 1974: 318-322).
2. Identidad y cultura.
El concepto de identidad es inseparable de la idea de cultura, debido a que las identidades sólo pueden formarse a partir de las diferentes culturas y subculturas a las que se pertenece o en las que se participa.
∗ Véanse otros enfoques sobre este mismo tema en Giménez, 1993,1996, 2002a, 2002b y 2002c.
1 “La noción de hibridación viene a desafiar las concepciones conservadoras que implica el concepto de ‘identidad’ ”. (Néstor García Canclini en una entrevista publicada en la revista KARIS, publicación de Interarts, Observatorio Europeo de Políticas Culturales Urbanas y Regionales, n° 6, Febrero de 1998, p.23)
2 Véanse, por ejemplo, la última edición del manual de Giddens, Sociology, pp. 22-30; el popular manual de Haralambos y Holborn, 2004, Sociology, pp. 790-831; y el Advanced Sociology de Tony Lawson, Marsha Jones y Ruth Moores, 2001, de la serie Oxford Revision Guides, pp. 1-18.
19
“Para desarrollar sus identidades – dice Stephen Frosh (1999) – la gente echa mano de recursos culturalmente disponibles en sus redes sociales inmediatas y en la sociedad como un todo. Por consiguiente, las contradicciones y disposiciones del entorno sociocultural tienen que ejercer un profundo impacto sobre el proceso de construcción de la identidad”.
La red conceptual de la identidad
(Gráfico tomado de www.haralambosholborn.com)
En efecto, existe una estrecha correspondencia entre la concepción que se tenga de la cultura y la concepción de la identidad. Por ejemplo, a la interpretación postmoderna de la cultura, que subraya su fragmentación y fluidez, corresponderá una concepción de la identidad que destaca su inestabilidad, fragmentación y plasticidad en la llamada “condición posmoderna” (Hall, 1992; Bauman, 1996; 2004))
¿Pero qué es la cultura? En el capítulo precedente hemos intentado reconstruir el proceso de formación histórica de este concepto en las diferentes tradiciones de las ciencias sociales. Aquí nos limitaremos a señalar que, por lo menos en antropología cultural (Pasquinelli, 1993: 34-53), se ha pasado de una concepción extensiva que en los años cincuenta del siglo pasado definía la cultura como pautas o esquemas de comportamientos aprendidos, a una concepción más restringida que desde los años setenta del mismo siglo la define como pautas de sentido o de significado. Es lo que a partir de Clifford Geertz (1972) suele llamarse “concepción simbólica de la cultura”, y ésta es la concepción que sigue prevaleciendo en nuestros días con ligeras variantes y reformulaciones (Sewell, Jr., 1999: 35-61).
Pero si bien la cultura se presenta como una “telaraña de significados”, según la célebre metáfora de Clifford Geertz (1992: 20), no todos los significados pueden llamarse culturales, sino sólo una clase particular de ellos. Según una definición propuesta por Claudia Strauss y Naomí Quin (2001) en el marco de su concepción cognitivista de la cultura, un significado cultural es “la interpretación típica, recurrente y ampliamente compartida de algún tipo de objeto o evento, evocada en cierto número de personas como resultado de experiencias de vida similares” (p. 6). Así entendida, la
20
cultura-significado tiende a generar en los individuos que la interiorizan ciertas estructuras mentales que los psicólogos sociales llaman “representaciones sociales” y los cognitivistas “esquemas”, esto es, “redes de elementos cognitivos fuertemente interconectados que representan conceptos genéricos almacenados en la memoria” (ibid.). De aquí la distinción entre “cultura pública”, accesible para el observador externo, y las “representaciones sociales” o “esquemas cognitivos”. O, en términos que recuerdan a Bourdieu (1985: 91), entre formas objetivadas y formas interiorizadas de la cultura. Ambas formas son, por supuesto, indisociables. En efecto, por una parte las experiencias comunes que conducen a la formación de esquemas y representaciones similares en los individuos son mediadas por la “cultura pública”; y por otra parte la “cultura pública” resulta de la objetivación de esquemas y significados en un pasado más o menos reciente.
Podemos resumir todo lo anterior en la siguiente fórmula ya adelantada en el capítulo precedente: la cultura es la organización social del sentido, interiorizado de modo relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones compartidas, y objetivado en formas simbólicas, todo ello en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados.
3. Cultura moderna y postmoderna.
Hay varias maneras de clasificar la cultura. En el ámbito anglosajón la clasificación más socorrida es la que distingue entre alta cultura (bellas artes), culturas folklóricas (originaria de las sociedades pre-industriales), cultura de masas (producida y difundida por los media), culturas populares (no en sentido marxista, sino en un sentido próximo al de cultura de masas, pero despojada de su connotación negativa), y subculturas (la cultura de segmentos sociales específicos – como el de los jóvenes o el de los negros, dentro de un conjunto social más amplio (Gelder y Thompson, 1997).
En la tradición neo-marxista que se inspira en Gramsci se suele contraponer, grosso modo, las culturas dominantes, “legítimas” o hegemónicas a las culturas populares o subalternas, bajo el supuesto de que la desigualdad social y la distribución dispareja del poder generan o condicionan “desniveles culturales internos” (Cirese, 1976: 10).
Pero para los fines de este trabajo, nos interesa particularmente la distinción entre cultura moderna y posmoderna, que ha sido definida con particular claridad por tres influyentes autores: Stephen Krook, Jan Pakulski y Malcolm Waters (1992), a quienes seguiremos de cerca en esta materia. Estos autores parten del presupuesto de que las sociedades contemporáneas están en proceso de transición de la modernidad a la postmodernidad, y para ilustrar este cambio comparan la cultura moderna con la supuestamente posmoderna.
Serían tres las características principales de la cultura moderna: la diferenciación, la racionalización y la mercantilización.
La diferenciación implica la autonomización creciente de las diferentes esferas de la sociedad: la económica, la política, la social y la cultural. Cada esfera desarrolla sus propias instituciones y genera ocupaciones especializadas. La cultura, por lo tanto, tiende a separarse de otros aspectos de la vida social, es producida por especialistas formados en instituciones particulares (v.g., las escuelas de arte), y es consumida en lugares específicos.
También la racionalización ha afectado a la cultura moderna, aunque no con la misma amplitud y profundidad que la diferenciación. La música, por ejemplo, ha sido crecientemente influenciada por la racionalización armónica, en la que las matemáticas
21
desempeñan un papel importante. También ha habido una considerable racionalización en la reproducción de la música y de otras formas de arte. La tecnología ha hecho posible la recreación y la copia de la cultura en todas sus formas.3
La mercantilización convierte los productos culturales en
...