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Con “Azul”, Krzysztof Kieslowski abre una trilogía


Enviado por   •  29 de Abril de 2013  •  1.983 Palabras (8 Páginas)  •  287 Visitas

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‘’AZUL‘’

Con “Azul”, Krzysztof Kieslowski abre una trilogía en la que busca reflejar los principios de la democracia –libertad, igualdad y fraternidad– en la realidad cotidiana: lo hará a través de unos personajes que viven momentos cruciales en sus vidas, para acabar cuestionando esos valores universales. Aunque los tres colores responden a la bandera de Francia, y sus personajes son franceses en “Azul”, polacos en “Blanco” y suizos en “Rojo”, en realidad son nacionalidades no escogidas al azar, sino que están en función del asunto abordado en cada cinta.

En los tres casos, Kieslowski muestra lo indescifrable de la vida y el pesimismo que surge al contemplar una sociedad fría e individualista. Ante ese panorama, busca una respuesta desde la óptica individual y escoge personajes que deben pasar su calvario, bajar a su infierno particular, para luego salir renovadas y rejuvenecidas interiormente: es una conversión que sólo llega por el amor personal, que a su vez traerá de la mano la libertad y la igualdad interior. De esta manera, las tres películas constituyen un todo armónico y concatenado, en que la solución a los problemas de la vida y del mundo pasan por una solución individual.

Al comienzo de “Azul”, vemos a una familia feliz con un prometedor futuro en que se anuncian éxitos y reconocimientos. Un trágico accidente acaba con la vida del marido de Julie (Juliette Binoche) –músico de prestigio internacional– y de su pequeña hija. Frente a la realidad imprevista de la muerte, una rabiosa y dolorida Julie busca anular todo el pasado –incluso con violencia–, liberarse de unos recuerdos que la torturan en lo más íntimo de su ser y construir una “libertad” sin compromisos y una nueva identidad: tras un intento de suicidio, pone la casa en venta, deja todo el dinero a una cuenta bancaria, tritura las partituras del Concierto… (resulta extraordinariamente plástica la escena en que mastica y destroza una piruleta con envoltorio azul –como la que su hija poco antes de morir–). Pero, con todo, no le resulta posible desligarse de sí misma, de su pasado, porque ella es su pasado, porque parte esencial de hombre/mujer es su memoria, con sus alegrías y sus sufrimientos. Por eso, la música de su marido resuena dentro de ella una y otra vez, los niños que ve jugar le recuerdan a su hija muerta (pondrá la condición de que no haya niños, al alquilar el piso de París). Está claro que todo eso constituye su yo más íntimo que no es posible anular: de hecho, no es capaz de deshacerse de unas lágrimas azules de la lámpara de su hija, o de un trozo de la partitura del Concierto inacabado…: son, en definitiva, hilos que le atan al pasado y a su propio yo.

Como decía, a “Azul” se le ha adjudicado el principio de la libertad como base temática, y eso será lo que desde la soledad busque su protagonista. En un primer momento será una libertad ilusoria: no quiere volver a amar, a sentir, porque no quiere volver a sufrir. Y como para demostrárselo, solicita a Olivier (Benoît Regent) –compositor amigo de su marido y enamorada de ella– o se hiere la mano rozándola violentamente contra una pared: quiere una liberación de las emociones, llegar a la indiferencia (“todo me es igual”), aislarse y no llorar la muerte de los que ama (esto extraña tanto a la ama de llaves que le dirá incluso“lloro porque usted no llora”). Para llegar a ser realmente libre, sin embargo, tendrá aún que pasar por la dolorosa experiencia de conocer su pasado y el de su marido –sabrá y sabremos que le era infiel-, y afrontarlo con una valentía que nunca tuvo (algo que queda bien reflejado en su miedo a los ratones que encuentra en la despensa). En definitiva, la libertad que pretende conseguir inicialmente no podrá encontrarla por ese camino de huida, de rechazo del pasado, y deberá buscar otras respuestas a su inquietud interior.

En esos momentos, Julie no quiere afrontar la verdad de su vida ni el dolor que comporta, como queda claro al rechazar la cadena y el crucifijo que Antoine (Yann Tregouet) –el chico que vio el accidente– quiere devolverle: esa cruz no se trata sólo de un recuerdo, sino que tiene también su sentido metafórico, pues habla del dolor interior y del sufrimiento que padece. Está inmersa en una huida, en una lucha por anular su corazón… y eso la llevará a la soledad y al debilitamiento interior: a partir de ese momento se encerrará en su pequeño mundo interior para satisfacer solo a sí misma y no reparar en los demás. Una falta de solidaridad que queda patente en la escena de la anciana, que se esfuerza inútilmente por echar el vidrio en el contenedor ante la mirada de una pasiva Julie, imagen que se repetirá en “Blanco” y en “Rojo”.

Sólo un shock le permitirá salir de esa espiral de ensimismamiento y egoísmo. Y ese cambio comienza con la provocación de Olivier, a quien en la televisión declarar que intentará concluir el Concierto: al haber ella destruido las partituras, es algo que no esperaba y que provoca una reacción… y una vuelta a la realidad. El segundo paso lo dará al descubrir que su marido tenía una amante, Sandrine (Florence Pernel), a la que desde ese momento se pone a buscar con ansiedad. Ahora sabe que todo pasa por asumir un pasado que ignoraba, que ha estado luchando contra un fantasma (su madre no la reconoce, ella desconocía su miedo de niña a todo, no sabía de la infidelidad de su marido…). Por eso, da un giro radical a su planteamiento y retoma la senda que la devolverá a la vida: decide concluir la pieza de música –que en realidad había escrito ella, o al menos corregido–, cede su casa a Sandrine y el apellido de su marido al hijo que ésta espera, termina el Concierto y acepta el amor que Olivier le está ofreciendo. Ha aprendido cuál es el camino

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