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EL EDUCADOR LASALLISTA DE HOY


Enviado por   •  14 de Diciembre de 2014  •  7.587 Palabras (31 Páginas)  •  319 Visitas

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El EDUCADOR LASALLISTA DE HOY

INTRODUCCION

A lo largo de estos últimos años, los educadores lasallistas hemos asistido a un despertar creciente por conocer las raíces del estilo educativo lasallista. Al mismo tiempo se pone especial interés en profundizar en aquellos rasgos que definen su identidad. Se ha suscitado de forma espontánea la necesidad de actualizar el estilo educativo que, desde sus raí¬ces en el pensamiento de Juan Bautista De La Salle, responda a los desafíos que hoy plantea una educación cristiana de calidad.

Hemos seleccionado los pensamientos más significativos de “La Guía de las Escuelas” y de las “Meditaciones”, como principales fuentes inspiradoras del proyecto educativo de una institución educativa lasallista, y buscar su cohesión con los de otros documentos educativos más recientes.

Para poder influir en los ámbitos más profundos de la persona, el educador lasallista debe cuidar cierto tipo de relaciones con los jóvenes:

Preocuparse y tomar los medios necesarios para conocerlos personalmente de manera realista y profunda. No faltan técnicas para ello, pero más importa el Interés, la cercanía, la solicitud por conocerlos.

El conocimiento personalizado no puede convertirse en rutina psicológica mas bien debe tener como objetivo comprender al otro, conocer sus capacidades, aspiraciones, proyectos y dificultades, para, con respeto, poderle ayudar

Eso se consigue demostrando interés afectuoso y obrando con paciencia. Vivir con los jóvenes, compartir su vivencia escolar y extraescolar, captar sus intereses, sus valores, sus ambiciones y sus riquezas, promoviendo en ellos todo aquello que crea positivo.

Por eso, la escuela lasallista se preocupa por encarnarse en el ambiente de forma lúcida, realista y eficaz. Encarnarse en la escuela, en el ambiente y en las personas que trabajan en dicho ambiente, es lo que debe caracterizar y definir de forma peculiar a cada escuela lasaliana. En la lectura de la Guía de las Escuelas, encontramos ya diversos pasajes que animaban a los primeros Hermanos a descubrir y a respetar los valores culturales del ambiente de donde provenían los alumnos

LA ESCUELA LASALLISTA

El salto de nuestra Historia es de 350 años. Se han sucedido sistemas de Gobierno, Grandes Imperios, Guerras y Revoluciones. A primera lectura se diría que la Educación ha servido de poco, ya que la sociedad no evoluciona en la dirección humanizadora que la educación se propone como meta. A pesar de ello, todos los países siguen con la mira puesta en esa labor social de primera necesidad como es educar.

Dentro de las macro-organizaciones de los Estados, nuestras obras educativas tienen un cometido particular, siempre dentro de la limitación pero con grandes posibilidades de influencia. La historia nos respalda y nos impulsa, somos nosotros quienes la hacemos y quienes debemos responder ante los retos de la sociedad con fidelidad creativa.

La reflexión reciente sobre la finalidad de la educación, entendida como “norma de acceso interactivo del alumno a su entorno” (Comunidad Europea), nos permite centrarnos en los dos polos de la relación: educador-educando; el primero como mediador, el segundo como sujeto activo de su aprendizaje; pero hemos de introducir un tercer elemento: el contenido mismo de la mediación.

La Escuela enseña a aprender

Toda persona, así como todo grupo social, realizamos constantemente el aprendizaje que llamamos: aprender a vivir; aprender de la vida, la vida te enseña. Cada día se nos presenta como algo nuevo, en parte dominado por la costumbre y en parte como tema de aprendizaje. Hoy aprendemos una lección de nuestras relaciones laborales; mañana un nuevo descubrimiento científico, un nuevo libro, el resultado de ciertas actitudes de los políticos; un día soleado nos ayuda a percibir colores y formas antes descuidadas, mientras que el día sombrío nos invita a descubrir mundos más o menos sentimentales. Y así durante toda la vida.

Para estar en el mundo como aprendiz, hemos necesitado entrenamiento: mediaciones sobre la percepción de las cosas, sobre las actitudes con los demás, hábitos y destrezas en el descubrimiento de la realidad, sentido crítico y capacidad de admiración. Es un entrenamiento para ser.

Por esta misma razón pondremos a la escuela el primer deber de enseñar a las personas a aprender. El conocimiento del universo ocupa gran parte del tiempo dedicado a la enseñanza. El universo lo entendemos como totalidad en la cual la persona está integrada como agente de conocimiento, de dominio y de armonía. Las distintas materias que enseñamos cobran sentido pleno cuando contribuyen a desarrollar esas tres capacidades de cada individuo: conocer el mundo es saberlo nombrar con significado; dominarlo es contribuir a regular el progreso; darle armonía es crear ámbitos de libertad y felicidad.

No se puede quitar importancia a los contenidos escolares, por mucho que se insista en otros aspectos como “procesos, desarrollo de capacidades”, etc. Los contenidos tienen, a mi modo de ver, tres virtudes importantes:

• Su capacidad para estructurar la percepción de la realidad, la visión de la vida desde el conocimiento objetivo, que supera toda visión egocéntrica y meramente intuitiva. Cada alumno deberá elaborar a lo largo de los años escolares su propio constructo –en términos de Kelly– es decir, aquella forma de “ver el mundo” integrada por las experiencias, los conocimientos y los propios deseos. Esta integración se convertirá en llamada para transformar el mundo y hacerlo habitable en todos sus aspectos.

• Los contenidos pueden estructurar el yo y la subjetividad, si bien esto no ocurre de modo automático. Más que los contenidos o la cantidad y precisión con que se aprenden, importa su asimilación, su significado y la voluntad de elección que desarrollan en el alumno. Hay un aspecto de los contenidos que tiene suma importancia: su valor prospectivo o dinámica de la cultura y de la utilidad social. En el juego dialéctico entre conocimiento y subjetividad se forja la persona. De ahí la importancia que damos al término “significado de los contenidos”: qué estructuras mentales, qué niveles de aplicación y generalización desarrollan, de modo que queden en la subjetividad de la persona como estructura útil para su vida.

• Además, los contenidos permiten la continua reconstrucción de la experiencia. Nuestra historia es la constatación del cambio en el tiempo y de nuestra actividad por vivir adaptados a dicho cambio. Nuestro alumno vivirá en medio de mensajes culturales, de personas, de hechos y todos ellos podrán convertirse en parte de su experiencia si previamente le hemos dado la capacidad de análisis y de búsqueda de significados. Desde un punto de vista existencial, el educador sabe que cada contenido de aprendizaje puede llegar a ser contenido de significado para la vida de sus alumnos. El hoy y el mañana se unen en la intención del educador para asegurar un futuro con significado.

Hoy queremos hacer que los aprendizajes sean significativos, pero este término tiene al menos dos significados:

• Por una parte, lo que hoy estudia un alumno ha de tener relación con otros contenidos y experiencias, así como una posible aplicación posterior en las tareas que la vida le depare. No todo lo que se estudia tiene aplicación o transferencia inmediata, pero el conocimiento dispone para la comprensión más amplia de la realidad.

• Además, lo significativo está en la estructura mental de los alumnos, Invitamos a los niños y niñas a tomar conciencia de cómo hacen las cosas, de qué procesos mentales utilizan, del dominio que tienen de una información, de sus comportamientos mentales, etc. Es decir, los llevamos por el territorio de la metacognición, sin la cual resulta difícil la comprensión de sí mismos en profundidad. Por tanto, cuando la escuela dice que educa para la vida, es que enseña a aprender de ella lo que ésta tiene de contenido, de novedad y de diversidad; enseña a recorrer sus caminos con la conciencia clara de los procesos que desarrolla, de los errores que se cometen y de las posibilidades aprovechadas o desperdiciadas por uno mismo.

La Escuela enseña a convivir

El segundo contenido de nuestra vida es el relacional. Somos seres sociales y como tales tratamos de encontrar los ámbitos de relación en que nos sintamos más felices, acogidos y útiles.

Frente al significado utilitarista de la educación, que se orienta únicamente por la lógica del empleo, nos atrevemos a afirmar que educar para la vida quiere decir enseñar y entrenar para creer, esperar y amar. Creer y fiarse de alguien, esperar en un mundo cada vez más justo y amar a los demás. En esto se resume la vida, tanto la escolar y familiar como la vida en la que ponemos los objetivos educativos.

La escuela tiene que ser una “Experiencia de Aprendizaje Mediado”, en expresión de R. Feuerstein, experiencia de relación en la cual, por el hecho de sentirse querido, se aprende a querer. ¿Ha pensado usted, como educador, que para amar a su colegio necesita previamente sentirse querido por él? ¿Que para amar a un alumno necesita usted sentirse querido por él? ¿Que sentirse querido es una experiencia fundante del futuro de la persona?

Desde la respuesta positiva a esas preguntas podemos construir un modelo educativo en el que la relación y la responsabilidad, vividas durante los largos años de la escolarización, preparan para la vida: la vida no es otra cosa que un sistema de relaciones responsables. Si queremos construir al hombre ético, están bien las doctrinas y enseñanzas de la ética, está bien la preocupación por los comportamientos de los alumnos; pero en realidad el referente ético son los otros, y en nuestro ambiente cristiano ese referente absoluto es Dios manifestado en Jesús.

DESAFÍOS DEL EDUCADOR CRISTIANO DE HOY

Sabemos con certeza que ningún proceso llegará a buen fin sino en la medida en que cimentemos nuestra propia identidad como educadores laicos o hermanos en las raíces del carisma de Juan Bautista De La Salle.

Todo educador debe vivir atento a la realidad que le rodea. La escuela cristiana y el mismo educador se sienten interpelados por la sociedad actual secularizada. Son muchos los desafíos y dificultades que los educadores deben superar día tras día para responder con calidad a las expectativas y exigencias del presente. Por lo general, el educador cristiano se mueve en un medio social indiferente a los criterios claramente evangélicos.

Desafío social

“Lo típico del laico no es su renuncia al mundo, sino su aceptación y transformación cristiana” . El educador cristiano debe mirar la existencia desde la óptica creyente. El documento “El laico católico, testigo de la fe en la escuela”, al que nos referiremos frecuentemente, puntualiza los aspectos prácticos que permiten descubrir un reconocimiento social y estima a los educadores:

La tarea de complementariedad de los educadores nunca debe suplir ni eliminar la de los padres, sino atraerlos y comprometerlos en una educación integral, de la que los padres son los primeros responsables.

Desafío educativo

Pocas tareas resultan tan complejas hoy, necesitándose el compromiso de toda la comunidad educativa, especialmente el apoyo e interés de la familia por la educación de los hijos. En muchos casos resulta una verdadera utopía lograr la presencia de los padres en reuniones y entrevistas.

Los cambios en educación plantean nuevos retos a nivel relacional, metodológico, interdisciplinar, etc., en una red de exigencias, a veces agobiantes para muchos educadores. La sociedad tiene, en este ámbito, una gran responsabilidad para ayudar a poner los medios necesarios para lograr una educa¬ción de calidad. Padres y educadores son la voz de los “sin voz”, para lograr los medios necesarios que les desarrollen y potencien plenamente.

En otros casos hallamos la infranqueable laguna de la falta de formación de los educadores que, sometidos a una intensa labor, descuidan su formación permanente, no fácil de programar por las obligaciones que les condicionan.

Saben los educadores que la mala calidad de la enseñanza originada por la insuficiente preparación de las clases o el estancamiento en los métodos pedagógicos, redunda necesariamente en merma de esa formación integral del educando, a la que están llamados a colaborar, y del testimonio de vida que están obligados a ofrecer.” (El laico católico, testigo de fe en la escuela 27).

“Dios no sólo quiere que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad; sino que quiere que todos se salven...” . No menos importante resulta la carencia de una profunda formación cristiana y una ausencia de síntesis religiosa y escala de valores que oriente la vida del educador cristiano. Las consecuencias que de ello se derivan son determinantes:

• la falta de discernimiento y orientación en tantos temas de sentido ético y moral de la existencia;

• las dicotomías y contradicción en las formas de pensar y vivir a que someten los medios de comunicación, en especial la televisión; y

• la carencia de modelos referenciales cercanos que inviten a una superación en el propio trabajo y en la vivencia del compromiso cristiano.

“La identidad del educador laico católico reviste necesariamente los caracteres de un ideal ante cuya consecución se interponen innumerables obstáculos. Estos provienen de las propias circunstancias personales y de las deficiencias de la escuela y de la sociedad, que repercuten de manera especial en la niñez y en la juventud.” (El laico católico, testigo de fe en la escuela 26).

Es posible que muchos educadores se encuentren en el “mundo de la educación” por diversas circunstancias sociolaborales. Se comprende en muchos de los educadores la falta de entusiasmo y escasa visión de la trascendencia de la tarea educativa. El desconocer el valor de la educación acarrea una baja estima, falta de entrega y de superación. Estas lagunas desembocan en el mar confuso de una identidad sin base, sobre la que se construye el quehacer diario de muchos educadores. A esta realidad hay que añadir el desconocimiento del ideario de la institución educativa, de los elementos esenciales del carisma institucional o la carencia de una formación cristiana que permita hacer una lectura creyente de la realidad; el desconocimiento de una dimensión eclesial –ministerial– y pastoral de la labor educativa:

Lo que falta muchas veces a los católicos que trabajan en la escuela, en el fondo, es quizá una clara conciencia de la ‘identidad’ de la escuela católica misma y la audacia para asumir todas las consecuencias que se derivan de su ‘diferencia’ respecto de otras escuelas Por tanto, se debe reconocer que su tarea se presenta como más ardua y compleja, sobre todo hoy, cuando el cristianismo debe ser encarnado en formas nuevas de vida por las transformaciones que tienen lugar en la Iglesia y en la sociedad, particularmente a causa del pluralismo y de la tendencia creciente a marginar el mensaje cristiano.”

IDENTIDAD DEL EDUCADOR CRISTIANO

No analizamos en este tema la identidad del educador cristiano en su triple dimensión: laboral, profesional y vocacional. Nos situaremos en esta última perspectiva, aunque sin olvidar que, entre esos tres niveles, existe una interacción y complementariedad.

El educador cristiano debe ahondar en el estudio de su propia identidad. No puede reducir su quehacer a exclusiva profesionalidad, sino que debe enmarcarla y asumirla en su “vocación cristiana, que le permite orientar con sentido su existencia y su compromiso educativo, dándole, al mismo tiempo, amplias perspectivas para ser vivida con alegre entusiasmo” . Es urgente plantear las raíces teológicas de la participación en una misión eclesial, y no quedarnos solamente en lo pedagógico, sociológico e histórico.

La tarea del educador laico en la escuela cristiana se convierte en más “ardua y compleja”, debido, en muchos casos, a su escasa conciencia de la identidad de la misma escuela (La Escuela Católica 66)

Raíces de la identidad cristiana

Debemos remitirnos, al hacer esta reflexión, a la Christifideles Laici (ChL), para ahondar en los fundamentos de la vocación cristiana. Hemos dicho que es imprescindible que el Educador conozca y sepa dar razón de su fe y de su “seguimiento del Maestro”, de Jesús. Los documentos del Vaticano II centran la “la radical novedad cristiana” en el Bautismo, sacramento de la fe, pues:

El cristiano es el bautizado que cree y opta por Jesús de Nazaret como modelo de persona y toma el Evangelio como su norma de vida. Creer no es aceptar, “decir que sí”, a un cierto número de dogmas. Creer es fiarse de alguien. Y este “alguien” es Jesús, a quien tomamos por guía de nuestra existencia humana:

La misteriosa unidad de sus discípulos con Él y entre sí... Es la misma unidad de la que habla Jesús con la imagen de la vid y los sarmientos: ‘Yo soy la vid y ustedes los sarmientos’Juan 15,5, imagen que da luz no sólo para comprender la profunda intimidad de los discípulos con Jesús sino también la comunión vital de los discípulos entre sí: todos son sar¬mientos de la única Vid” (Christifideles Laici 12).

Vocación, más que simple profesión

La Salle sitúa toda la obra de la educación cristiana dentro del Plan salvífico de Dios. Esta acción providente de Dios que vela por sus hijos es una acción que se prolonga en el tiempo. Así lo entiende La Salle:

Dios es tan bueno que, una vez creados por Él los hombres, quiere que lleguen al conocimiento de la verdad... Dios, que difunde a través del ministerio de los hombres el olor de su doctrina por todo el mundo... ha iluminado Él mismo los corazones de aquellos a quienes ha destinado a anunciar su palabra a los niños, para que puedan iluminarlos descubriéndoles la gloria de Dios.

El documento eclesial, Christifideles Laici (ChL), fruto del Sínodo de los Laicos de 1987, hace una profunda reflexión en torno a tres elementos clave: vocación, misión y comunión. Se desvela una eclesiología que hace de la “comunión” la fuente y el fruto de la misión de Iglesia: la evangelización. La dignidad del cristiano, que se deriva del Bautismo y de la comunión eclesial, debe ser vivida y actuada en la comunión y para acrecentar la comunión. Se halla expresada sin paliativos:

Pero no deberíamos obviar aspectos esenciales a la identidad cristiana, reflejados en los modelos de los Hechos de los Apóstoles, referidos a la primera comunidad cristiana Hechos 2,41-47. El ser laico no añade nada dogmático o sacramental al ser cristiano . Todo consagrado o ministro es, ante todo, un bautizado. Y no se rebaja la llamada a la santidad cuando se trata de los laicos:

Sentido ministerial de la educación cristiana

“Son ustedes los embajadores y los ministros de Jesucristo en el empleo que ejercen.” Sólo cuando el educador cristiano toma conciencia de su propia identidad ministerial, adquiere el profundo sentido de su persona y de su misión.

El mismo documento (LC) nos apercibe de las dificultades que implica hoy vivir en cristiano y de la necesidad de impregnarnos de las enseñanzas de la Iglesia sobre esta opción por Cristo:

El primero e indispensable fundamento para intentar vivir la identidad del educador laico católico es convivir plenamente y hacer propias las enseñanzas que sobre tal identidad, la Iglesia, iluminada por la Revelación divina, ha expresado y procurar adquirir la necesaria fortaleza en la personal identificación con Cristo.

Hay una única misión en la Iglesia y diversidad de ministerios, como nos recuerdan diversos documentos conciliares (AA, 2; LC, 23). Sólo viviendo en actitud ministerial se percibe la educación como el lugar teológico donde Dios se nos manifiesta y donde quiere ser servido. Esta actitud de “servicio” –ministerial– permite descubrir y dejarse herir por las necesidades de los educandos. La educación se convierte así en el campo de experiencia de Dios, al servir a Dios en los otros y reconocer en sus necesidades la llamada del mismo Dios. El educador que busca a Dios es aquel que vive abierto a las necesidades de los niños y los jóvenes.

La misión del laico dentro de la Iglesia constituye un compromiso que concierne a toda la persona del educador cristiano. El que actúa como ministro de la Iglesia no educa ni anuncia el Reino de Dios a título personal, sino enviado y solidario con la comunidad eclesial, de la que debe sentirse enviado. Casi en el epílogo de la Christefideles Laici se insiste en la importancia de arraigar en el senti¬miento de “conciencia eclesial”.

Actitudes del educador lasallista

La intuición lasallista sobre el maestro resulta iluminadora en muchos ámbitos. Juan Bautista De La Salle desea que sus maestros se dejen guiar “por espíritu de fe”, por el espíritu del cristianismo. Quiere instaurar una educación basada en el respeto a la persona, a través de la “educación por el amor”, por eso mismo exige a sus maestros “bondad y ternura” en el trato diario con sus alumnos.

Sólo mediante una relación cordial y cercana, el educador podrá obrar el “milagro” de “mover el corazón de sus alumnos” . El trato bondadoso y atento será, en los orígenes de la escuela lasallista el antídoto contra el ausentismo escolar y el mejor medio para poseer los corazones y llevarlos a Dios .

Las actitudes definen la raíz del ser de los educadores cristianos por lo que expresan de conocimiento, afecto y dedicación a la tarea educativa. Nos situamos en un nivel superior sobre las funciones del educador como mero organizador del aprendizaje en el aula, y aun como tutor y orientador del proceso educativo de los alumnos. Cultivar y alimentar las actitudes cristianas en los educadores se convierte en tarea prioritaria e incesante de formación.

El educador cristiano no debe presentar los valores en abstracto, sino a partir de su misma vivencia y testimonio, capaz de generar imitación en sus educandos. En su obra: “Reglas de cortesía y urbanidad cristiana”, De La Salle subraya una serie de actitudes que podemos integrar en el “respeto”, la “modestia-humildad” y el “afecto” .

Pero vamos a fijarnos en actitudes que expresan más la totalidad del ser y que configuran un perfil del educador cristiano. Estas actitudes podríamos referirlas a dos ámbitos esenciales: en relación a su identidad y referidas a la profesionalidad y la misión educativa. Destacamos éstas:

Unidad de vida

“Pedagogía, apostolado y santidad, para De La Salle, son inseparables” . El educador se deja impregnar por el sentido de la fe en la totalidad de su persona, hasta tal punto de no diferenciar entre los deberes de su “empleo y los de su propia santificación”, en afirmación de La Salle.

Sabe leer la existencia, los acontecimientos, con los ojos de la fe. Su lectura creyente le permite hacer un diálogo de profundas relaciones entre la fe y la cultura que iluminan su sentido de la vida y dan unidad a su obrar. El educador no podrá propiciar ese nivel de síntesis interior en los educandos, si previamente no lo ha conseguido realizar para sí mismo.

Hemos hecho referencia a las “dicotomías” –la doble vida– que se imponen en nuestra sociedad, como una forma de hablar de moral de conveniencia. La fe genera un modo de ser, de sentir y contemplar la existencia. La fe y la vida no pueden estar divorciadas esto, para la constitución conciliar debe ser considerado como “uno de los más graves errores de nuestra época”. Toda la vida, sin excepciones, hace de espejo de las vivencias cristianas del educador:

Por su seriedad profesional, por su apoyo a la verdad, a la justicia y a la libertad, por la apertura de miras y su habitual actitud de servicio, por su entrega personal a los alumnos y su fraterna solidaridad con todos, por su íntegra vida moral en todos los aspectos, el laico católico tiene que ser en esta clase de escuela el espejo viviente en donde todos y cada uno de los miembros de la comunidad educativa puedan ver reflejada la imagen del hombre evangélico.” (El laico católico, testigo de fe en la escuela 52).

Autenticidad coherencia

El comportamiento debe ser consecuente con la palabra. No se le escapa al educador que, fundamentalmente, educa con su testimonio, con su obrar. Las actitudes y comportamientos del educador cristiano deben estar inspirados y motivados por la fe:

La plena coherencia de saberes, valores, actitudes y comportamientos con la fe desembocarán en la síntesis personal entre la vida y la fe del educando. Por ello, pocos católicos tan calificados como el educador, para conseguir el fin de la evangelización, que es la encarnación del mensaje cristiano en la vida del hombre.” (El laico católico, testigo de fe en la escuela 31).

Testimonio de vida

Para De La Salle, el ejemplo es una de las cualidades imprescindibles del educador cristiano. Lo justifica así:

Pues el ejemplo produce mucha mayor impresión que las palabras en las mentes y en el corazones; principalmente en los niños, quienes, por carecer aún su mente de suficiente capacidad de reflexión, se forman ordinariamente imitando el ejemplo de sus maestros; y se inclinan más a hacer lo que ven en ellos que lo que les oyen decir, sobre todo cuando sus palabras no concuerdan con sus obras.

El educador se ve, permanentemente, asaeteado por la mirada escrutadora de sus alumnos. El educador debe sentirse el “buen pastor”, el “buen samaritano”, cercano, abordable, conocedor de cada uno de sus discípulos -y de su entorno- , dispuesto en todo momento a la acogida. Él se convierte para muchos niños y jóvenes en un modelo referencial trascendente, por esto mismo, su responsabilidad le obliga a no traicionar a esas miradas receptivas e inocentes. La cercanía y persistencia de su testimonio le hace todavía más responsable.

Si la escuela católica puede constituir un modelo referencial para la sociedad por los valores que impulsa, son los educadores quienes encarnan dichos valores y de ellos depende la supervivencia de una institución y de la fuerza de su proyecto; por eso:

Los profesores, con la acción y el testimonio, están entre los protagonistas más importantes que han de mantener el carácter específico de la escuela católica.

Vive su fe y misión en comunidad

La concepción de la escuela como comunidad, aunque no se agote en ella, y la conciencia generalizada de esta realidad, es uno de los avances más enriquecedores de la institución escolar de nuestro tiempo” (El laico católico, testigo de fe en la escuela 22).

Ninguna dimensión de la persona del educador cristiano se subraya tanto en los últimos documentos eclesiales como el aspecto comunitario, derivado de una eclesiología de comunión –idea central en los documentos del Concilio– . El educador cristiano “se asocia” en una “comunidad intencional” para llevar a cabo una misión eclesial. “La escuela católica” justifica que esta dimensión viene exigida por “la naturaleza del hombre, el mismo proceso educativo y la naturaleza misma de la fe” ; se habla de “La escuela católica”, lugar de encuentro de la comunidad educativa cristiana:

Las escuelas deben convertirse en ‘lugares de encuentro de aquellos que quieren testimoniar los valores cristianos en toda la educación’. Como toda otra escuela, y más que ninguna otra, la escuela católica debe constituirse en comunidad que tienda a la transmisión de valores de vida... La fe cristiana nace y crece en el seno de una comunidad.

La comunidad creyente se convierte en punto de referencia de todo el proceso pastoral y de maduración de la fe, -que la misma comunidad apadrina-, de “signo” para cuantos quieren ver encarnados los valores evangélicos y el punto de convergencia de toda la vida cristiana de un grupo. La educación de la fe incumbe a toda la comunidad.

En el caso especial en el que la Iglesia, al crear escuelas que confía a los laicos, o que los mismos laicos establecen, les pide especialmente que “su principal preocupación sea la de crear un ambiente comunitario penetrado por el espíritu de caridad y libertad, atestiguado por su misma vida” . El educador debe ser una persona “solidaria” por naturaleza . El proceso formador de los niños, necesitados de un clima “íntimo y acogedor” que les recuerde el hogar familiar . Éste es el proceso real de evolución de la formación hasta llegar a la comunidad cristiana: “se comenzó por la escuela, para construir después el edificio sagrado y promover una comunidad cristiana” . Los educadores cristianos debemos plante¬arnos superar el concepto de comunidad escolar para llegar al de comunidad cristiana.

La comunidad educativa debe aspirar a constituirse en la escuela católi¬ca, en comunidad cristiana, es decir, en verdadera comunidad de fe... Es sumamente deseable que el laico católico y, muy especialmente, el educador esté dispuesto a participar activamente en grupos de animación pastoral o cualesquiera núcleos válidos de fermento evangélico

Comprometido en una nueva evangelización

El “celo” y “la entrega” a los alumnos distinguen al auténtico educador cristiano. El “vayan también ustedes a mi viña” Matero, 20,3 sirve al documento papal para recordar a todos los cristianos su responsabilidad bautismal. Al optar por Jesús, el cristiano se asocia a su misión salvadora. Cada cristiano debe sentirse llamado y enviado, personalmente, por el Señor a proclamar la Buena Noticia Isaías 61,1 3; Lucas, 10,1.

La nueva forma de evangelización que ha proclamado el Papa implica un “nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes, religiosos y fieles laicos” , que hace de la presencia de los laicos un “desafío eclesial” por su papel en la comunión y en la misión de la Iglesia. No basta con tener fe, con hablar de Dios: “el Dios del que sólo se habla, ya es un ídolo. Cuando sólo nosotros hablamos de Dios y no le dejamos hablar a Él, cuando lo suplantamos, aunque sea para defenderlo estamos en la idolatría” observa R. Paniker.

Ha llegado la hora de emprender una nueva evangelización”, es la respuesta a una sociedad que no sacia al hombre ni responde a sus llamadas más profundas. Pero esta evangelización quiere tener un nuevo rostro: “Nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones” para toda la Iglesia y, en particular, para el laico católico que desempeña una función evangelizadora en las diversas escuelas, y no sólo en la escuela católica, dentro de las posibilidades que los diversos contextos sociopolíticos existentes en el mundo actual le permiten

El educador cristiano se ve urgido a dar respuestas con su vida, desde su tarea en el centro educativo, a formar la sensibilidad para la educación en la justicia, la solidaridad, el respeto a la vida, a la libertad, a anunciar el Evangelio y construir el Reino de Dios . Debe sentirse implicado en una “pastoral misionera”, que entiende la educación de la fe como un proceso continuado en el que van convergiendo la gracia de Dios y la voluntad libre del hombre.

En este proceso, la escuela da especial importancia a los momentos de “pre-evangelización”, donde se intenta fomentar el interés y preparar al hombre a abrirse a la oferta de la fe. Del educador cristiano esperan los jóvenes recibir “razones para vivir y razones para esperar.

Solidario y responsable en una misión eclesial compartida

“La vocación del laico cobra su plena significación a la luz de la misión de la Iglesia” . El educador cristiano no puede llegar a la auténtica participación y compromiso de elaborar un proyecto educativo cristiano con otros educadores, sino estimando su propia tarea como vocación y apreciando la misión educativa en su sentido más trascendente . “En el proyecto educativo se funden armónicamente fe, cultura y vida” ; la escuela se constituye en un “centro de vida, y la vida es síntesis” , promoviendo al “hombre integral, según Cristo” ; los alumnos se sienten “respetados y queridos” . Y también como educador y como cristiano acepta sin paliativos la exigencia de formar un equipo, una comunidad de trabajo, movida por unos criterios y valores fundados en su fe, y, por esto mismo, reconoce que:

El educador cristiano sabe que sólo Dios inspira palabras de vida eterna; ora con fe y se pone en manos de Dios; presenta diariamente sus dificultades y las de sus educandos ; confía plenamente en la acción callada y profunda del Espíritu; acude frecuentemente a la mediación amorosa de María; y sin abandonar su permanente intercesión por sus discípulos, para que la siembra dé sus frutos, tiene la certeza de que el Reino de Dios sigue creciendo sin depender de sus esfuerzos, e incluso mientras duerme Mateo 4,27.

PERFIL DEL EDUCADOR LASALLISTA

Juan Bautista De La Salle, sacerdote, a partir de una profunda conversión personal, convivió y se hizo uno más dentro de la comunidad de sus primeros maestros, siendo semejante a ellos en todo . La formación de los primeros maestros marcó un proceso de identidad del maestro que requería la escuela cristiana de su tiempo. Hoy, en una sociedad más compleja y plural, debemos aceptar la realidad y diversidad humana y religiosa de los educadores laicos, sin olvidar algunos rasgos que marcan el perfil del educador lasallista , indispensables para una mutua complementariedad.

La primera “Guía de las Escuelas” (3.ª parte) asigna una labor imprescin¬dible al director o inspector de las escuelas, para atender a la formación y al seguimiento de los maestros noveles. Debemos reconocer hoy una mayor facilidad de acceder a los medios formativos y de perfeccionamiento, pero con más amplitud y exigencia profesional. La completa formación hoy apunta al conocimiento y vivencia del carisma y la pedagogía lasallista. No obstante, el “perfil” siempre se proyecta a una constante búsqueda de estos rasgos:

Preparación y competencia profesional

El educador lasallista se dedica plenamente con profesionalidad a la educación de los niños y jóvenes. Su competencia no se ciñe al ámbito intelectual, sino que abarca los aspectos pedagógicos más exigentes y cuanto le cualifica para la formación integral cristiana de los educandos , así como para estar a la altura de su fe adulta.

La plena profesionalidad tiene hoy una diversidad de exigencias y contenidos. Por eso, la formación psicopedagógica, formación espiritual, catequética, animadora, etc., exigen hoy una preparación más científica e interdisciplinar, que evite lagunas y tienda a una apuesta de formación humana integral, al mismo tiempo que explícitamente cristiana.

Vivencia cristiana y dedicación plena

El educador lasallista se siente vocacionado a vivir la educación como una misión de especial trascendencia. Es consciente de la importancia del ejemplo de su vida para sus alumnos. Vive su opción cristiana en sintonía eclesial. Contempla su propia elección al ministerio educativo como un don de Dios y un privilegio para poder servir mejor a los más necesitados. Por ello, el amor al educando se muestra en la entrega total –“de la mañana a la noche”-, el conocimiento personal de cada discípulo, su disponibilidad, la gratuidad, la corrección al alumno, son frutos de esa convicción y formación cristianas. Está atento a los alumnos más necesitados, ora por ellos y los acompaña en un proceso de crecimiento humano, social, intelectual y cristiano. El educador lasallista no puede, por tanto, ser ajeno al proyecto pastoral de la institución, a una acción explícita de evangelización, catequesis, animación del proceso formativo cristiano y al testimonio de la comunidad cristiana colegial . Pero el testimonio más imprescindible es el de su actitud y síntesis creyente, expresado en la vida diaria del aula.

Asociado a otros educadores para un proyecto educativo cristiano

De La Salle no concibe a su maestro si no es comunitario, que garantiza un proceso educativo y un método de calidad. El educador lasallista tiene conciencia de participar en un complejo proceso educativo que le implica totalmente. Asume con plena disponibilidad las responsabilidades que se le exijan y que le permitan sus capacidades, en aras de una mayor calidad en la obra edu¬cativa (El laico católico, testigo de fe en la escuela 38, 45, 78).

El educador lasallista construye equipo y comunidad educativa, pone en común todas sus cualidades y se integra con otros educadores en grupos y asociaciones que le permiten crecer en su identidad y en el servicio cualificado de la misión educativa (El laico católico, testigo de fe en la escuela 48).

No se le escapan al educador las múltiples dimensiones de su acción educativa: como mediador de aprendizajes significativos para sus alumnos, educador de valores, tutor, orientador y guía en el proceso de maduración de cada alumno.

Dispuesto a una actualización y formación permanente

Los avances técnicos y los cambios constantes en los saberes exigen del educador lasallista una actitud abierta para llevar a cabo su constante actualización profesional . Uno de los aspectos más exigentes del educador es su autosuperación personal para ser capaz de responder, en cada época, a las necesidades educativas de la juventud.

De La Salle enumera las 12 virtudes del buen maestro, que es un camino de perfeccionamiento para todo educador.

El hno. Agatón, superior general, comentó estas 12 virtudes-actitudes que marcan un camino de crecimiento para el maestro lasallista: “gravedad, silencio, humildad, prudencia, sabiduría, paciencia, mesura, mansedumbre, celo, vigilancia, piedad y generosidad”.

Vivencia ministerial del educador cristiano

El ministerio de la educación cristiana exige una dimensión creyente en el educador. Debe superar la simple relación laboral y adoptar la pers¬pectiva vocacional e inspirarse en criterios evangélicos . Esta nueva visión y conciencia de identidad rompen las barreras de su individualismo y le permiten considerarse un enviado de toda la comunidad cristiana y contemplar su misión en una dimensión eclesial. Así pues, la tarea educativa sólo alcanza esta dimensión ministerial cuando se integra en una acción comunitaria y eclesial, que da sentido estable a la misión evangelizadora.

Esta perspectiva en el educador exige una mayor formación teológica y mayor vivencia cristiana, para impregnar su tarea educativa de una dimensión y de un valor trascendente y comunitario. Ninguna tarea se puede reconocer ministerial sino en razón de la importancia de esa función para la proclamación de la Palabra de Dios y del servicio a los hermanos (Declaración 38)

Para De La Salle, el educador cristiano es el “mediador querido por Dios” . De la misma manera que De La Salle recuerda su dedicación y responsabilidad en realizar con éxito su misión, le anticipa la visión escatológica de su obra salvadora y el galardón eterno prometido por Dios, que empieza a recibir ya en esta vida terrena (Meditaciones para los días de retiro 207-208).

LA EDUCACIÓN CENTRADA EN LA PERSONA

La educación tradicional se ha ocupado principalmente de la transmisión de normas y virtudes y trataba de proporcionar a los educandos modelos de conducta que imitar y conocimientos para almacenar.

La educación evoluciona poniendo el acento en el educando que debe ser el protagonista de su propia formación integral, no tanto para moldearlo al estilo del ideal persona que establece nuestra sociedad, sino para desarrollar plenamente todas sus potencialidades.

Los cambios y transformaciones educativas de nuestra sociedad nos invitan a mirar al niño y al joven desde una perspectiva globalizadora, ya que el entorno en el que se mueve condiciona todos los planteamientos de nuestros proyectos educativos.

Es, pues, imprescindible conocer bien desde qué antropología partimos para dar coherencia a los objetivos, medios y resultados que seleccionemos.

Además nuestra sociedad va consiguiendo que la educación sea un derecho universal y que la calidad educativa sea un objetivo cada vez más consensuado que concentra esfuerzos de toda la comunidad social.

Nuestra lectura del pensamiento y la tradición lasallista debe proyectar luces inspiradoras a una propuesta coherente y desafiante para un proyecto educativo de calidad. Pero conviene revisar los rasgos antropológicos que fundamentan nuestra propuesta eductiva:

a) - Identidad: toda vida es un don y cada persona tiene peculiar identidad que le configura y le permite tomar conciencia de sí. Toda persona es un ser consciente, que debe afirmar su autonomía y es capaz de pensar su vida en el mundo. Asimismo es capaz de actuar con conciencia normativa en sus relaciones con el entorno.

b) - Búsqueda de sentido: cada individuo debe llegar a ser capaz de descubrir el sentido de sus acciones. Cada persona se ve impulsada a una vida plena, es capaz de valorar su vida y su entorno, es capaz de vincular sentido a su existencia. Todo individuo debe encontrar su razón de ser y su trascendencia, realizarse y vivir con plena dignidad. Conocer y buscar unos valores que le den plenitud.

c) - Libertad: toda persona asume su existencia con responsabilidad, es capaz de elegir, de tomar decisiones personales y de establecer una serie de relaciones con los demás con plena libertad, respetando los derechos y la dignidad de los demás.

d) - Interpersonalidad: el ser humano es un ser con otros, con un profundo sentido dialógico, que acepta radicalmente a cada uno de sus semejantes y debe ser aceptado en justa reciprocidad. Es un ser solidario, sensible a todo lo social.

e) - Unidad de la persona: toda persona valora, respeta y potencia todas las dimensiones de su vida, de una forma integrada. Es capaz de proyectar su ser, interiorizar y exteriorizar sus capacidades y vivencias.

f) - Necesidad de educación: tenemos la convicción de que nos realizamos con los demás, que los otros despiertan nuestras capacidades, nos transmiten afecto, ayuda, seguridad, cultura, motivación, nos abren al conocimiento y nos lanzan al desarrollo de nuestras potencialidades. El crecimiento y perfección nos implican con los demás en logros universales de progreso científico y bienestar.

g) - Ser abierto a Dios: todo ser humano está llamado a una vida plena y trascendente. Dios está en el horizonte de la acogida y plenitud del hombre. Jesús es el modelo del hombre, desde una amplia visión evangélica.

Conocer a los alumnos

Toda la dinámica escolar se fundamenta en el conocimiento de las peculiaridades, necesidades y posibilidades de cada alumno. De ahí la importancia de disponer de una información completa y acumulada desde que el alumno llega al colegio y su actualización permanente.

Por “conocer” podemos entender la percepción lo más exacta posible del ser del alumno desde el punto de vista escolar, psicológico y social. Se trata de disponer de un conjunto de datos objetivos de su ámbito cultural, familiar sociológico, que tenemos que poner al día y verificar.

Es importante conocer todos los aspectos directa o indirectamente relacionados con la vida escolar actual, que sean útiles para ajustar y calibrar las intervenciones docentes y educativas. Entre otros aspectos: lo vivido, inherente a la realidad social, afectiva; lo conductual; la escolaridad anterior y el ritmo de crecimiento; el carácter/temperamento, incluso en relación con el ambiente socio-familiar; el estilo y método de estudio; las aptitudes, hobbys, intereses culturales, problemas personales, etc.

La participación de los alumnos

En el terreno de la participación hay que poner de relieve el punto de la tradición lasallista de los empleos en la escuela y en la clase.

Un aspecto muy importante en la relación educativa era y es, por lo tanto, el de crear sentido de pertenencia, motivación interior, deseo de participación activa en la vida de la escuela. El alumno tiene que querer la escuela, sentirla suya, comprometerse en su marcha y sentirse responsable. Además de las diversas formas de educación en la sociabilidad, ya indicadas, los “encargos” confiados a los alumnos para la buena marcha de la vida escolar, apuntan a crear el sentido de responsabilidad, ejercitar la autoeducación y la maduración personal.

Son como la señal tangible de la confianza sobre la que se basa la relación educativa: el alumno se siente apreciado, valorado, sostenido y animado; éstas son condiciones esenciales para transformar el aula en un lugar de ejercicio técnico de aprendizaje, en un ambiente educativo de vida.

Cuando De La Salle piensa en “oficios” como el “encargado de las llaves-portero”, el portero que recibe a las personas que vienen a hablar con alguien, que controla las entradas y salidas de los alumnos; el “visitador de los ausentes”, se comprende fácilmente qué grado de participación y responsabilidad se proponía a los alumnos.

Más allá de lo anecdótico de esta lista, típica de otra época, entendemos las actividades de centro o de aula como formas de educación en la responsabilidad, en la pertenencia, en la sociabilidad. Pueden resultar muy positivas porque estimulan a los jóvenes, les hacen protagonistas y los corresponsabilizan. Esta tradición puede actualizarse y revitalizarse con creatividad y prudencia.

La participación responsable en la escuela

En el ámbito escolar se debe implicar a los alumnos en las formas de representación, sugeridas por el proyecto educativo. Las distintas edades y maduración van a aconsejar una variedad de participación acomodada a sus capacidades.

Hay una forma progresiva de representación democrática de los compañeros en los distintos órganos colegiados: consejo escolar, asociación de alumnos, delegados de grupos. Asimismo, los alumnos presentan sus juicios y opiniones sobre las actividades que dinamizan la vida colegial. Los alumnos ejercitan su responsabilidad en las actividades culturales, artísticas, deportivas y sociales.

La participación a distintos niveles y con distintas finalidades exige una atinada selección y control de las capacidades de los alumnos para los cometidos concretos.

• cultural: el aprendizaje personal encuentra punto de referencia y, por lo tanto, se refuerza y crece en la relación; ayuda a reforzar el espíritu de grupo, la solidaridad; estimula a los más tímidos a tener confianza en sí mismos y a lanzarse a la acción;

• deportivo: el deporte ofrece incontables ocasiones para confrontar carac¬teres y establecer lazos de solidaridad.

• religioso: todo aprendizaje de contenidos podrá y deberá ser llevado a la práctica mediante alguna experiencia de grupo.

CONCLUSIONES

En conclusión, el educador cristiano debe ser el portador del mensaje de salvación de Cristo vivo, fundamento de amor, principio de unidad para todas las naciones. Con este pensamiento el educador debe transformar vida, desarrollando una pedagogía que sea el reflejo del amor al prójimo, fruto de una Misión Evangelizadora y compromiso cristiano, en medio de muchas contradicciones de la vida.

Recordemos que nuestro fundador no habla de “pedagogía de la fe” ni de “iniciación cristiana”. Pero utiliza abundantemente otra expresión equivalente: “Educar en el espíritu del cristianismo”. Con ella supera la materialidad de la escuela como estructura que “atiende” a los niños y los carga de conocimientos. Se trata de algo más dinámico y vital para la transformación de vida espiritual.

Finalmente el educador lasallista de hoy, experimenta diferentes cambios producidos en los nuevos espacios y paradigmas que vive la sociedad, especialmente la educación como fenómeno social que transforma la conducta del hombre y la mujer.

BIBLIOGRAFIA

• Sociedad Bíblica Católica Internacional (1972). La Santa Biblia. Madrid, Artes Gráficas Carasa S.A.

• De La Salle, Juan Bautista. Meditaciones para los días de retiro. Francia

• De La Salle, Juan Bautista (2001), Obras Completas de Juan Bautista de la Salle. Madrid. Ediciones San Pio X

• Botana, Antonio, fsc. Itinerario del Educador, Madrid.

• Del Campo Calzada, David, fsc (2009). Remarcando las Canchas del Campo Educativo. Tarija, Bolivia. Editorial Bruño

• Lauraire, León, fsc (2006). La Guía de Las Escuelas: Enfoque pedagógico. Roma, Italia. Editorial Freres.

• Diez de Medina, José Antonio (1994). Espejo de Educadores. La Paz, Bolivia. Editorial Bruño

ANEXOS

Maestros y estudiantes en jornada de solidaridad en el Hospital Materno Infantil

Estudiantes de diferentes edades compartiendo esfuerzos en el Colegio

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