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EL PODER DE LAS MASAS

Tavo11831 de Mayo de 2013

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Dr. José Luis Sánchez Noriega ©

Profesor de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Pontificia de Salamanca.

jlnoriega@nexo.es

En este final de siglo -y de milenio- estamos persuadidos de asistir a una evolución de tal calibre en los sistemas de producción, en la tecnología y en las aplicaciones de la ciencia, en el surgimiento de nuevas actividades y profesiones, en el modo como se configuran las propias sociedades... que nada parece asombrarnos ya y no tenemos reparo en poner plazos a nuevos descubrimientos tecnológicos o a soluciones de enfermedades hoy incurables. Naturalmente el justificable optimismo coexiste con pesimismos cuasiapocalípticos: nunca tan pocos tuvieron tanto en detrimento de tantos, nunca se pudieron resolver técnicamente -y no se quiso- tantas miserias humanas, nunca tuvimos un conocimiento riguroso de la destrucción progresiva del planeta sin poner remedio eficaz... En esta encrucijada podemos estar convencidos de que lo que crea riqueza ya no es la materia prima (como en la era preindustrial) ni los procesos de transformación (como en el presente a punto de caducar), sino el dominio de la información y de la comunicación (telecomunicaciones, aplicaciones informáticas a la empresa y al comercio, tecnologías de la información y el tiempo libre, etc.) tanto en las herramientas (hardware) como en su explotación (software). Como sintetiza Manuel Castells (1998: 23) en el prólogo a su enciclopédica obra:

"La revolución de las tecnologías de la información y la reestructuración del capitalismo han inducido una nueva forma de sociedad, la sociedad red, que se caracteriza por la globalización de las actividades económicas decisivas desde el punto de vista estratégico, por su forma de organización en redes, por la flexibilidad e inestabilidad del trabajo y su individualización, por una cultura de la virtualidad real construida mediante un sistema de medios de comunicación omnipresentes, interconectados y diversificados, y por la transformación de los cimientos materiales de la vida, el espacio y el tiempo, mediante la constitución de un espacio de flujos y del tiempo atemporal, como expresiones de las actividades dominantes y de las elites gobernantes"

En este panorama, el creciente desarrollo de los medios de comunicación de masas ocupa una posición de liderazgo y está en la base de lo que se ha llamado la sociedad-red (1): en primer lugar, porque la formación de grandes grupos multimedios y las alianzas con otros sectores agrupa la comunicación pública y privada, los medios impresos y los audiovisuales, los ámbitos regionales, nacionales y supranacionales... de modo que, para el negocio de esos grupos, ya no existen las fronteras entre el trabajo y el ocio, entre la información y el entretenimiento, entre el consumo solitario y la necesidad de estar en contacto con el mundo; en segundo lugar, porque la determinación económica de esos grupos -al fin y al cabo sociedades anónimas que cotizan en bolsa y actúan en función de la cuenta de resultados- establece las directrices y los contenidos de todo tipo de comunicación (pública y política, ociosa y artística) y del empleo de tiempo libre, y de las pautas sociales inherentes a una y otro.

Una revolución decisiva

A poco que hagamos memoria nos percataremos de la evolución vertiginosa que los medios de comunicación de masas han tenido a lo largo del siglo XX: de la prensa elitista (las masas eran analfabetas) y de la incipiente radio hemos pasado a diarios -en papel y en la WWW- con cientos de miles de lectores, multitud de emisoras que transmiten desde y para cualquier lugar del planeta, canales de televisión a la carta que proporcionan noticias, retransmisiones deportivas, cine o concursos las 24 horas del día, revistas especializadas en todas las áreas del saber o de la conjetura, del ocio, de la política o de las vidas ajenas, redes de comunicación (Internet) muy capaces de abolir el espacio y el tiempo para hacer accesible cualquier (?) documento... En este gran sector de las comunicaciones públicas los soportes y canales se han multiplicado y coexisten el papel, las ondas hetzianas, el hilo telefónico, la fibra óptica, las difusiones digitales o analógicas por satélite, las microondas de la telefonía móvil, los diversos soportes informáticos (cederrom, discos y cintas magnéticas), las cintas de vídeo, etc. En fin, nunca circuló tanta información y nunca tuvimos tantas posibilidades para saber más, hacernos más cultos, lograr un entretenimiento de mayor calidad o simpatizar con realidades lejanas y sentirnos más ciudadanos del mundo; y, sobre todo ello, para convertirnos en trabajadores con capacidad para aprender (vid. las conclusiones de Castells, 1998, vol. 3), porque en la sociedad red es, también, una sociedad de aprendizaje (Cebrián, 1998, cap. 5). Pero hay que subrayar que esa evolución deviene auténtica revolución en la última década, fundamentalmente con las plataformas digitales de televisión y con Internet. Pensemos que hace sólo quince años en nuestro país apenas nos iniciábamos en los primeros ordenadores -llegamos a aprender con el inútil MS-DOS y el pedestre Wordstar-, no existían televisiones privadas, comenzaba el furor de los videoclubes (ya prácticamente obsoletos) y los trucos infográficos de algunas películas nos parecían el no va más de la técnica. Como resume Ignacio Ramonet (1998: 218) "el mundo ha producido en 30 años más informaciones que en el transcurso de los 5.000 años precedentes...". Discutir, de entrada, la bondad/maldad de esta situación -o negarla por la vía de mitigar sus efectos- me parece tan estéril como achacar a los motores de gran cilindrada la responsabilidad de los accidentes de tráfico. Vivimos en un mundo con un peso creciente -mejor habría que hablar de hegemonía o dominación- de los medios de masa en el tiempo de ocio, la mentalidad dominante, la cultura o la política y esto constituye un dato de realidad sobre el que reflexionar e intervenir, so pena de abogar por robinsonismos trasnochados.

¿En qué dirección se está desarrollando esta revolución? Parece evidente que el uso práctico de cada nueva tecnología no agota todas las posibilidades. Como muy bien ha apuntado José Vidal-Beneyto, la cámara doméstica de vídeo podía ser empleada para reportajes que denunciaran el deterioro de un barrio o como un barato y accesible medio de expresión audiovisual y, lamentablemente, ha quedado para grabar bodas, bautizos y comuniones o para recopilar gansadas familiares que luego son exhibidas sin pudor en las televisiones... Queremos decir que hay que mitigar el optimismo ante las NTIC (Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación) pues, ciertamente, las pluralidad televisual llega a hacer inútil las videotecas aunque, lamentablemente las mejores películas sean emitidas de madrugada; o que las posibilidades de Internet parecen no tener límite, aunque la mayoría de los usuarios actuales se limiten a navegar sin rumbo en lo que parece más un recreo que búsqueda de información.

De lo que cabe duda es del poder que presenta el conjunto de los medios -el sistema mediático- en las sociedades actuales. Y ello porque todos somos usarios de los medios tradicionales (prensa, radio y televisión) y crecientemente de los nuevos multimedia. Se trata de un poder o influencia o capacidad de creación de opinión pública en los distintos ámbitos de la realidad pública y privada, de crear necesidades, de demandar determinadas políticas, de instigar conductas públicas... o comoquiera que describamos un poder no estrictamente coercitivo, sino seductor, pero poder al fin y al cabo. Cuando hablamos de este poder de los medios ordinariamente estamos bajo supuestos prácticamente obsoletos en un doble sentido: en primer lugar porque entendemos el poder como influencia o capacidad del editorial de un periódico para que un concejal sea destituido o para proporcionar buena imagen pública a un ministro, cuando, en la actual situación, parece evidente que el principal poder radica en la capacidad para modelar las conciencias ciudadanas o para marcar determinadas políticas cualquiera que sea el gestor de las mismas, es decir, es un poder más remoto pero más fuerte; en segundo lugar, porque pensamos en los medios tradicionales concretos, cuando los verdaderamente poderosos a escala nacional y supranacional son los grandes grupos que, además de esos medios, poseen editoriales, librerías, productoras cinematográficas, agencias publicitarias, imprentas e intereses en la industria electrónica de consumo.

Únicamente el sistema económico es previo al mediático, al menos en la medida en que las empresas de comunicación forman parte del mismo, y por tanto, relativamente independiente; pero, al mismo tiempo, determinadas políticas económicas de los gobiernos o de sectores empresariales han de contar con el apoyo del sistema mediático para resultar exitosas. Más que un cuarto poder capaz de controlar al ejecutivo, legislativo y judicial, los medios de comunicación son un poder público que, junto y/o subordinado al poder económico y financiero, entra en diálogo con el poder político.

Más concretamente podemos subrayar las siguientes características o funciones que revelan el poder de los medios (vid. Sánchez Noriega, 1997: 138ss):

a) una industria, un negocio empresarial necesitado de capital, materia prima, mano de obra, red de comercialización y consumidores que se rige por los mismos patrones de rentabilidad económica que el resto de las industrias y que, en el sistema económico, tiene un peso considerable

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