El Aprendizaje Y El Desarrollo De Las Competencias
lmonicop2 de Abril de 2015
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El aprendizaje y el desarrollo de las competencias
Xavier Vargas Beal, Mayo 2005
Introducción
Últimamente en las universidades mexicanas nos hemos visto inmersos en un arduo proceso de elaboración conceptual a propósito del diseño de nuevos planes de estudio que desarrollen en los alumnos las competencias propias de sus carreras. Esta noción de competencia, además, la encontramos frecuentemente articulada con otras dos: situaciones de aprendizaje y aprendizaje significativo.
Al mismo tiempo observamos la dificultad que no pocos de nuestros maestros expresan y muestran para comprender y manejar las nociones antes consignadas. De ahí nuestro interés por profundizar en el tema y compartir los hallazgos confiando en que le serán útiles a todos aquellos actores educativos que se ven cotidianamente exigidos por estos procesos de diseño e instrumentación curricular. Tal exigencia creemos justifica nuestro esfuerzo.
Para la elaboración de este trabajo, partimos de una problematización que permite poner sobre la mesa de análisis, a propósito de las nociones antes señaladas, los supuestos de la educación superior que nos han parecido insuficientes o falsos. De tal problematización desprendemos una pregunta central enmarcándola en un objeto de estudio específico. En seguida, compartimos nuestra postura epistemológico-metodológica tanto en lo general como en lo particular, y finalmente, abordamos el cuerpo mismo del escrito entretejiendo los conceptos fundamentales obtenidos a lo largo de nuestra búsqueda teórica.
Problematización
Como ya lo expresamos, problematizaremos el tema a partir de lo que creemos que constituye una nueva exigencia educativa para el diseño y la instrumentación curricular: desarrollar competencias y hacerlo a partir de aprendizajes significativos y situados en la realidad.
Sobre las competencias
Lo primero que la noción de competencia nos ofrece, es una asociación de ideas con la empresa y el trabajo, así como con la relación directa que guardan estas nociones con el mercado. De hecho Ronald Barnett, al tratar de establecer un marco conceptual para comprender los límites de las competencias, hace una pregunta que es central para entender este cambio en la educación superior: “¿Son los logros que busca el mundo del trabajo (al que debe responder la educación superior) semejantes a los logros generales que la educación superior desde siempre proclamó que perseguía?” . Él mismo reconoce sin titubeos que “una ideología, la de la competencia académica, está siendo desplazada por otra: la de la competencia operativa”. Ello significa, en sus propias palabras, que “el interés de la sociedad –si no el del ámbito académico- se inclina hacia formas de conocimiento que tienen un valor de uso en el mercado del trabajo” . Barnett identifica pues estas dos tendencias, la académica y la operacional, y afirma que ambas “reflejan mundos e intereses limitados (el mundo académico y el mundo del trabajo)”.
No extraña por tanto que “la Oficina Federal de Estadística de Suiza en colaboración con el Departamento de Educación del Centro Nacional de Estadísticas de la Educación de los Estados Unidos, bajo los auspicios de la OCDE, conduzca una investigación que ayude a fomentar el desarrollo del marco conceptual necesario de las competencias”. El proyecto se llama “Definición y selección de competencias: fundamentos teóricos y conceptuales”.
En este marco neoliberal de los países del primer mundo es que categóricamente se afirma: "Parte de la razón por la que en la actualidad la competencia se considera un asunto de tan inmensa importancia potencial quizá sea la suposición existente en gran parte de la literatura de que se está viviendo una época de grandes e intensos cambios tecnológicos que están reconfigurando radicalmente los mundos socioeconómicos en los que operan las competencias y que los ciudadanos del siglo XXI deben adaptarse a esta nueva realidad".
Y sin embargo, aun a pesar de esta realidad insoslayable y del peso específico que tal circunstancia está teniendo en el diseño de los nuevos planes de estudio de muchas universidades, conviene reflexionar respecto de la diferencia fundamental que existe entre este tipo de competitividad operativa propia del mundo de las empresas, y la competencia cognitiva en el ámbito propio del mundo académico al buscar, éste último, establecer una mejor articulación entre los objetos de estudio (conocimiento teórico) y los objetos socio-profesionales (praxis del conocimiento).
En toda competencia empresarial, deportiva, etc., ciertamente se compite y para ello se debe ser competente, pero hay una diferencia fundamental entre ser competente y ser competidor. Ser competente, refiere a unas capacidades que aún siendo operativas, se encuentran articuladas sustantivamente con distintas formas del saber; ser competidor en cambio, refiere a un rol concreto dentro de unas relaciones sociales de ganar-perder. El riesgo de confundir capacidades socio-profesionales, siempre y necesariamente articuladas a determinados campos del conocimiento, con roles socio-profesionales articulados a necesidades empresariales de sobrevivencia en los mercados donde operan, puede conducir a las universidades a convertirse en simples instituciones reproductoras de las habilidades operativas que las empresas requieren para competir, amén de promover en los alumnos el individualismo profesional bajo el falso supuesto de que sólo siendo un buen competidor se puede ser competente.
De no acompañar el desarrollo de las competencias con reflexiones de fondo, las universidades podrían acabar transformando la formación que hoy se asume como una formación inteligente y ética para servir, en una formación automatizada y eficiente para ganar. Eduardo Arias, frente a estas realidades y en oposición al modelo operativo empresarial, sugiere "dejar de lado la competitividad con su subrayado laboral e individualista para desarrollar competencias que enfatizan el aprendizaje personal y en colaboración". Aquí, Arias hace énfasis en la necesidad de tomar en cuenta el factor humano y social al desarrollar competencias, pero nos preguntamos si no haría falta también señalar el daño cognoscitivo que implica sacralizar universitariamente el modelo operativo-empresarial tradicionalmente desarticulado de la reflexión teórica que exige el verdadero conocimiento. La operación de la realidad, cualquiera que ésta sea, demanda operaciones cognitivas más simples y menos relacionadas con la teoría que las que nos exige la comprensión de la realidad con toda su complejidad.
A partir de estas primeras consideraciones, ya podemos cuestionarnos si no sería conveniente para el mundo académico, entender y concebir la noción de competencia en un sentido más amplio y profundo que sólo aquel que ofrece su origen operativo y empresarial. Compartimos con otros autores humanistas, la idea de que el desarrollo de las competencias debe incorporar la dimensión colaborativa y humana a fin de fomentar un cierto espíritu comunitario aun en el ámbito del trabajo y la empresa, pero sobre todo estamos preocupados por el carácter anti-reflexivo y anti-conceptual que la noción de competencia parece estar fomentando en el ámbito de la educación superior. ¿No queda la práctica profesional desprovista de sentido si se le desarrolla sin análisis y reflexión teórica? ¿No toma el mundo de la empresa un control excesivo de las operaciones socio-profesionales si se desnudan éstas de su carácter reflexivo y conceptual? Llevada nuestra inquietud al extremo, nos preguntamos: ¿cómo se opera el mundo sin comprenderlo? O mejor, ¿a qué intereses sirve una operación del mundo sin su reflexión y su comprensión? ¿No debería entonces ser considerada la competencia –por lo menos en el mundo académico- como una noción que incluyera un diálogo de ida y vuelta entre el objeto socio-profesional al que sirve utilitariamente y el objeto de estudio que la provee de significado y sentido?
Las nociones mismas de capacidad y capacitación, tan reivindicadas por los teóricos de la competencia, refieren a esquemas educativos ligados a la acción misma y a los espacios propios de la empresa. Ésta es la razón por la que creemos que en el mundo académico esta noción ha perdido su sentido semántico original, es decir”hacer a alguien capaz de” para convertirse en un concepto que identifica los programas formativos propios de las empresas con fines estrictamente operativos y utilitarios. Se capacita en y para la acción misma. En otras palabras, se capacita a un vendedor para vender ciertos productos, a un obrero para operar determinada máquina, a un supervisor para llevar ciertos controles, etc. Entonces, ¿cómo y por qué razones habremos de re-significar, en el ámbito propio de la educación superior, esta noción para que tome un significado más académico que sea el de vincular los marcos referenciales teóricos del estudiante con la acción misma en que se ponen en juego precisamente esos saberes? ¿Es esto posible? ¿No conspira de origen, académicamente hablando, la noción de capacitación contra la noción misma de educación? ¿Capacitar y educar son realmente cosas distintas? ¿Por qué? ¿En qué estriba la diferencia que hace a los académicos alejarse de aquella para atrincherarse en ésta, al mismo tiempo que a los empresarios alejarse de ésta para atrincherarse en aquella? Este tipo de constructos pedagógicos, creemos, son los que deben ser examinados y comprendidos suficientemente por profesores y funcionarios académicos universitarios, antes de lanzarse a modificar y operar nuevos planes de estudios fundados –a veces sólo discursivamente- en el desarrollo
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