El Conflicto Entre Ciencia Y Religión
MACTREX12 de Septiembre de 2013
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Héctor Martínez Sanz
I. El conflicto entre ciencia y religión
A día de hoy, vivimos una época escandalizada con la religión, la teología y
todo lo que huela, mínimamente a lo trascendente. El recién acabado siglo XX ha sido
el escenario de los últimos coletazos de las ortodoxias religiosas cristianas. Decir hoy,
reconocerse como religioso, supone algo así como reconocerse manipulado, alienado
y momificado en el tiempo. Una reacción que viene manifiestamente provocada por
tres factores: el profundo resentimiento antieclesiástico, la manida idea de la oposición
entre progresismo y conservadurismo, y la
recuperación de una razón ilustrada y la
confianza moderna en ésta, que ya no necesita de la hipótesis de Dios para la
explicación científica del mundo natural
–como asegurara Laplace. Secundariamente,
la eclosión de las políticas sociales y de izquierdas, socialistas y comunistas, son un
ingrediente que dio y da sabor al caldo cocinado. Al fin y al cabo, en la mayoría de los
casos, la lucha contra la ortodoxia religiosa, no ha sido más que una batalla por el
trono del poder y el gobierno social.
¿Ocurre lo mismo en la ciencia? ¿Puede hablarse de alineación con la religión,
como si fuera ésta opio para la ciencia, o es por el contrario el estimulante y madre
paridora de la segunda? ¿Existe esa batalla entre el progresismo y conservadurismo?
Esto es, la cuestión que se nos plantea sugiere la discusión sobre la recursiva imagen
de “guerra”, “lucha” o “conflicto” entre ciencia y religión, tal como ante el poder y la
cultura manifiesta la historia. Quiero decir, ¿es viable sostener la tesis del conflicto, al
menos de igual modo que en los otros ámbitos mencionados?
Beltrán Marí, en su obra
Galileo, ciencia y religión
, tematiza el asunto de la
autenticidad de la tesis a través de diversos puntos que no dejan de ser curiosos.
Advierte él dos circunstancias: primera, que gran número de científicos y pensadores
han sido o son creyentes sin apenas complicaciones para sus investigaciones y
desarrollos; segunda, que el debate en torno a la tesis no pasa meramente por
decantarse a favor o en contra, sino que previo a ello existe una exigencia de tomar
conciencia de la complejidad del debate.
Por la primera circunstancia, no resulta difícil a muchos sostener la
compatibilidad entre ciencia y religión, y negar de pleno el conflicto. Sin embargo,
seguirán chirriando casos como Giordano Bruno, las excomuniones o las listas de
libros prohibidos. Por la segunda circunstancia, la complejidad queda declarada desde
el momento en que autores que rechazan la tesis, sin embargo, no pueden dejar de
admitir ciertos roces. Así cita a Whitehead, Wildman o Michael Heller. Se puede aducir
a esta aparente contradicción que el uso del término “conflicto” o “guerra” en estos
últimos se da más por costumbre que por convicción de ello (Lindberg y Numbers citan
este hecho en sus
Historical essays
que veremos más tarde).
Por otro lado, Beltrán Marí caracteriza a la religión misma en dos momentos: el
cristianismo inicial, empujado por el ánimo de la libertad religiosa y el cristianismo en
su segundo nivel histórico, institucionalizado en su acceso a los asientos del poder, y
convertido así en apostolado, represivo, antiliberal y controlador (pp.265-266).
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Así expuesto resulta que:
Después de todo, digámoslo claro, se puede discutir si el conflicto ha sido más
o menos superficial, más o menos frecuente o más o menos circunstancial, pero no se
puede negar en absoluto que ha habido conflicto.
Aunque reconoce que no se trata de la religión propiamente dicha, sino que,
La religión institucionalizada sí ha estado en claro y abierto conflicto con la
ciencia a lo largo de la historia.
Es decir, si bien no puede negarse el conflicto, ha de tenerse en cuenta lo
distinto que resulta considerarlo sobre “ciencia y religión” que sobre “ciencia y religión
institucionalizada”. En la segunda formulac
ión habría clara unanimidad, y es posible
que sea en ella en la que Whitehead, Wildman o Heller vean los conflictos aún
negando de lleno la tesis. Mientras tanto, la primera formulación de la tesis del
conflicto como conflicto entre “ciencia y re
ligión” pasaría a avalar la compatibilidad
entre ambas. Quiero decir, existe diferencia entre religión como “credo personal” y
como “aceptación de una ortodoxia”, siendo la
ortodoxia la que muestra claramente en
la historia su violenta reacción sobre la ciencia moderna. Por así decirlo, no era la
religión quien quemaba a las gentes, sino la inquisición sujeta al dogma y la ortodoxia
de la Institución eclesial. O de otro modo, no puede reducirse, sin caer en la
barbaridad, la religión a la Iglesia.
Entonces, la simpleza y facilidad con que algunos sostienen la tesis ocurre por
este reduccionismo. El problema es, como se ve, y como Beltán Marí pone de
manifiesto, algo bastante más complicado. Afirmado el conflicto entre ciencia e Iglesia,
aún queda impoluto lo que verdaderamente se trataba de poner sobre la mesa: ¿existe
conflicto entre ciencia y credo personal? O dicho más claramente, ¿se puede ser
científico y creyente?
A este respecto, y recogiendo algo de lo que empecé diciendo, la actitud que
se ha venido desarrollando ya no ha sido sólo contra la Iglesia, sino incluso contra la
religión como credo personal. Este credo, en muchos casos, es visto como un prejuicio
perjudicial para el progreso de la investigación científica, la cual ha llegado hasta el
punto de admitir a Dios, tan sólo como una hipótesis o como solución a los problemas
aún no contestados por la ciencia. Es decir, y en esto ciencia e Iglesia van de la mano:
queda Dios relegado al hueco del misterio y lo desconocido todavía. Aun más, la
ciencia parece ir comiendo terreno al lugar que antes estuviera o se pusiera a Dios:
Donde la ciencia dice <<no sé>>, la teología dice <<Dios>> (...) Pero me temo
que aquí ya no es posible la discusión racional, el diálogo. O lo creemos o no lo
creemos, pero, por definición, no podemos esperar argumentos racionales.
Es aquí, en esta otra disputa en que la ciencia es vista como la descubridora y
conquistadora de tierras nuevas, antes no conocidas, donde Beltrán sitúa la tercera de
sus afirmaciones si bien la primera era la distinción entre ortodoxia y credo personal, y
la segunda el enfrentamiento abierto entre ciencia y ortodoxia, a saber: que la religión
como credo personal no es necesariamente incompatible con la actividad científica,
haciéndose eco de la afirmación de Antonio F. Rañada:
Por sí misma, la práctica de la ciencia ni aleja al hombre de Dios ni lo acerca a
Él. Es completamente neutra respecto de la religión. La decisión de creer o no se toma
por otros motivos ajenos a la actividad científica, pero, una vez tomada, la ciencia
ofrece un medio poderoso para racionalizar y reafirmar la postura personal.
Dos breves ensayos sobre los problemas fundamentales de la Ciencia
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O lo que es lo mismo, religión –como credo personal- y ciencia, están tan
separadas como unidas, esto es, no se oponen aunque se las considerase separadas.
Ahora bien, Rañada tiene varios apuntes importantes que han de reseñarse: que dice
de la ciencia ser neutra en cuanto a la religión, pero no dice nada sobre la inversa;
además está considerando que el fenómeno del creyente pertenece al ámbito de una
decisión, y en ningún momento considera que sobre la ciencia pueda ocurrir lo mismo,
puesto que esta reafirmaría la postura tomada. ¿Acaso no se puede tomar igualmente
una postura frente a la ciencia? –sobre la tiranía de la ciencia hablaremos algo más
tarde, en el segundo ensayo que en parte se centrará en Feyerabend. Luego, bien que
no hay conflicto entre ciencia y credo personal mirando la relación desde la ciencia, y
sin atender a la pretensión natural y actual de la ciencia que Beltrán enuncia, y según
la cual, cada vez más se busca una ciencia que armonice todo sin necesidad de Dios.
Así, Rañada no parece ser del todo concluyente.
Por su parte, desde la religión tenemos también una visión reconciliadora
sostenida por el fallecido Papa Juan Pablo II, cimentada sobre el principio agustiniano
que viene a decir:
Puesto que la verdad es una y proviene de Dios, la verdad de la ciencia y la
verdad de la revelación –(...) lo que descubrimos en la creación y lo que leemos en el
texto bíblico- no pueden contradecirse.
En este punto, a mi juicio, Beltrán Marí se deja exaltar demasiado por su
espíritu crítico contra la Iglesia de nuestro tiempo. Arguye que Juan Pablo II no está
sosteniendo el principio agustiniano en todas sus consecuencias,
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