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El Hombre En Su Palabra


Enviado por   •  20 de Octubre de 2014  •  1.998 Palabras (8 Páginas)  •  202 Visitas

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Seguramente dice la maestra Alicia- que quienes mejor se expresaron en la antigüedad fueron los conductores de la humanidad: consejeros, hechiceros, guías, y sacerdotes, mas tarde los políticos. Después, el hombre más fuerte; más tarde el más hábil y por último el que mejor hablaba, el que mejor pensaba, evolucionando del homo silvestres al homo sapiens.

Sin la palabra hablada o escrita, la civilización y la cultura habrían sido imposibles; no solo no habría Historia, Literatura, ni Religión, ni Estado. A través de la palabra Amo, ató el hombre su destino con la mujer e hizo posible la continuidad de la especie; con la palabra Creo, prendió el hombre alas en su espalda y se remonto hasta Dios, y así fue, como con la acción de estos verbos, la criatura efímera se hizo eterna en la tierra y en el cielo.

El espíritu no se concibe sin la palabra que lo expresa, lo explica o lo traduce; el pensamiento puede ser latencia, pero, solo es existencia, solo es potencia en la palabra; inútil es que la razón exista si es hermética y muda, cadáver, feto o despojo; nada significaría la idea si se quedase en nuestra cabeza, como en una vitrina de museo o en una cripta de cementerio, estaríamos vertiendo nuestro mejor vino en vasijas de barro.

Hablar, por esto, no constituye un ejercicio tangente a la vida, es la vida misma. ¿De qué nos serviría la inteligencia, que función representaría la sensibilidad, para que la emoción o la tristeza, incluso el odio o el amor, si no hubiera una forma de expresarlos?

Hablo, luego existo. Porque el pensamiento necesita de la palabra para manifestarse. Una emoción callada es una emoción suicida. De ahí que afirmemos lo que el maestro dictaba: La palabra es el cauce de la idea y de la imagen; es la que lleva el agua azul del cielo y la linfa iridiscente de la imaginación. Río luminoso que conduce, en sus ondas elásticas, el tulipán del sol, la magnolia de la luna y las azucenas de luz de las estrellas.

De ahí que no es casual para el Hombre que, antes de romper el silencio se sentirá morir de incertidumbre, paseará con los nervios encabritados, la imaginación en ascuas, el corazón en llamas; pero, luego, cuando ya está situado en la órbita del verbo, respirará optimista, liberado, sintiendo que trae un mundo sobre los hombros, un universo en la punta de la lengua que va a mostrar gloriosamente a los oyentes. Por eso cuando la Patria peligra… nos ponemos en pie entre la Patria y el peligro, ofrecemos nuestro pecho para que sobre el, se arroje la barbarie invasora y la crueldad de la zarpa enemiga no haga pedazos el pecho inmaculado de nuestra madre común, nuestra madre patria que vio sangrar sus entrañas para dejar surgir a sus mejores hombres, para cobijarlos sobre sus tierras abrazadas amorosamente por los mares colindantes…ya que morir no es nada, cuando por la patria se muere; pero recuerda joven orador que todos los hombres mueren, pero no todos viven realmente.

¡Saber! Sí, pero saber sin hablar lo que se sabe, es inútil; saber sin enseñar lo que se sabe es injusto. ¿Pero, podría saberse sin estudiar palabras escritas o lecciones de inteligencias que forzosamente se expresan con palabras?

¡Sentir! Si, ¿Pero, no requiere el sentimiento el límite de lo expresado? ¿No pugnan las sensaciones por encontrar sus símbolos? ¿No busca el amor, su signo verbal?... ¿Mudo el amor?

¡Mentira! El amor parece mudo porque está lleno de palabras, que en fuerza de querer decirlo todo, acaba por no decir nada, pues no es pobreza, sino plenitud que se ahoga en el caudal inagotable de su propia abundancia. Y el dolor… ¡lo mismo! Pero con signo contrario, este nos invade, nos sepulta en su soberana inmensidad, y de querer decir mucho, de tanto como queremos decir no decimos nada. Así como en el disco de Newton, el prodigio multicolor del espectro, truncase en la aparente negación de una blancura sin matices; así parece difuminarse en la nada la infinidad de la plenitud. Y así como un rayo de luz se descompone en un haz multicolor; así del silencio nace la voz.

De ahí que gracias a la elocuente palabra, en el amor o en el dolor y todos sus matices, debemos paginas inmortales; oraciones sublimes; evangelios incomparables. Y precisamente dicha elocuencia tiene el poder de transfigurar al bruto en arcángel; de trocar la pesuña en ala; de hacer del instinto vuelo y del grito canto, y del trueno aleluya, y de la sombra aurora, pues por la divina virtud del dolor y del amor hecho palabra, el hombre de las cavernas o el hombre de las batallas, han podido reivindicar sus miserias especificas en los gloriosos símbolos de carne, gloria y espíritu, que se llaman Esquilo el Trágico, Sócrates el Sabio, Platón el Artista, Demóstenes el Elocuente, Miguel Ángel el Creativo, Francisco el Santo y Jesús el Divino, que nunca fuera mas grande, ni más bello, ni mas bueno, que cuando convertido todo El en palabras, bajaba hasta la conciencia y llegaba hasta el corazón de los humildes en la misericordia armoniosa de las parábolas; en la dulzura inefable de las sentencias y en esa maravillosa sinfonía pastoral que llamamos el Sermón de la Montaña…

¡El Verbo! Con razón apunta la eterna sabiduría: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios, y el Verbo se hizo hombre y habito entre nosotros… el alfa y la omega… el YO SOY que permanecerá hasta el final de los tiempos…” Y el Verbo es el Fiat que hace la luz y a cuyo imperativo el Universo se hace, como se hace la luz dentro del ojo… Y Verbo es la justicia del Padre, y Verbo es la llama del Espíritu que en lenguas de fuego desciende hasta el alma que ha de vibrar en los flamígeros labios de los profetas. Y Verbo es el Hijo, todo el en palabras y bendiciones como lengua de maravillas, lengua

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