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El Hombre Triste


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2014  •  1.399 Palabras (6 Páginas)  •  249 Visitas

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El Hombre Triste

Había una vez un muchacho que vivía en una casa grande sobre una colina. Amaba a los perros y a los caballos, los autos deportivos y la música. Trepaba a los árboles e iba a nadar, jugaba al fútbol y admiraba a las chicas guapas. De no ser porque debía limpiar y ordenar su habitación, su vida era agradable.

Un día el joven le dijo a Dios: “He estado pensando y ya sé que quiero para mí cuando se mayor”. “¿Qué es lo que deseas?”, le pregunto Dios. “Quiero vivir en una mansión con un gran porche y un jardín en la parte de atrás, y tener dos perros San Bernardo. Deseo casarme con una mujer alta, muy hermosa y buena, que tenga una larga cabellera negra y ojos azules, que toque la guitarra y cante con voz alta y clara. Quiero tres hijos varones, fuertes, para jugar con ellos al fútbol. Cuando crezcan, uno será científico, otro será político y el menor será un atleta profesional. Quiero ser un aventurero que surque los vastos océanos, que escale altas montañas y que rescate personas. Y quiero conducir un Ferrari rojo, y nunca tener que limpiar y ordenar mi casa.” “Es un sueño muy agradable –dijo Dios-. Quiero que seas feliz.”

Un día, cuando jugaba al fútbol, el chico se lastimó una rodilla. Después de eso ya no pudo escalar altas montañas, grandes, y mucho menos surcas los vastos océanos. Así ni siquiera pudo trepar árboles, por lo que estudio mercadotecnia y puso un negocio de artículos médicos. Se casó con una muchacha que era muy hermosa y buena, y que tenía una larga cabellera negra. Pero era de corta estatura, no alta, y tenía los ojos castaños, no azules. No sabía tocar la guitarra, ni cantar. Pero preparaba deliciosas comidas chinas, y pintaba magníficos cuadros de aves, y cocinaba aves sazonadas con exótica especies.

A causa de su negocio, el hombre vivía en la ciudad, en un apartamento situado en lo alto de un elevado edificio, desde el que se dominaba el océano azul y las luces de la urbe. No contaba con espacio para dos perros San Bernardo, pero era dueño de un gato esponjado. Tenía tres hijas, todas muy hermosas. La más joven, que debía usar sillas de ruedas, era la más agraciada. Las tres querían mucho a su padre. No jugaban al fútbol con él, pero a veces iban al parque y correteaban lanzando un disco de plástico… Excepto la pequeña, que se sentaba bajo un árbol y rasgueaba su guitarra, entonando canciones encantadoras e inolvidables.

Nuestro personaje ganaba suficiente dinero para vivir con comodidad, pero no conducía un Ferrari rojo. En ocasiones tenía que recoger sus cosas, incluso cosas que no eran suyas y ponerlas en su lugar. Después de todo, tenía tres hijas. Y entonces el hombre se despertó una mañana y recordó su viejo sueño.

“Estoy muy triste”, le confesó a su esposa un día. “¿Por qué?”, inquirió su mujer. “Porque una vez soñé que viviría en una mansión con porche y un jardín en la parte de atrás, y que tendría dos perros San Bernardo. En lugar de eso, vivo en un apartamento en el piso 47”. “Nuestro apartamento es cómodo y podemos ver el océano desde el sillón de la sala de estar –repuso ella-, y nos queremos, y tenemos pinturas de aves y un gato esponjado…, por no mencionar a nuestras tres hermosas hijas”. Pero su marido no la escuchaba.

Yacía postrado en una blanca habitación del hospital, rodeado de enfermeras con blancos uniformes. Varios cables y mangueras conectan su cuerpo a máquinas parpadeantes que alguna vez él mismo le había vendiendo al hospital. Estaba triste, muy triste. Su familia, sus amigos y su párroco se reunían alrededor de su cama. Ellos también estaban profundamente preocupados. Sólo su terapeuta y su asesor seguían felices.

Y sucedió que una noche, cuando todos se habían ido a casa, salvo las enfermeras, el hombre le dijo a Dios: “¿Recuerdas cuando era joven y te hablé de las cosas que deseaba?”. “Si, fue un sueño maravilloso”, asintió Dios. “¿Por qué no me otorgaste todo eso?”, preguntó el hombre. “Pude haberlo hecho –respondió Dios-, pero quise sorprenderte con cosas que no habías

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