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El valor de fútbol


Enviado por   •  4 de Marzo de 2013  •  Trabajos  •  1.364 Palabras (6 Páginas)  •  275 Visitas

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El fútbol da la oportunidad de expresar en voz alta, a los cuatro vientos, nuestra emoción, y eso es sano. También sirve de catarsis ante algunas frustraciones cotidianas. Así, al menos una vez a la semana, en el estadio o frente al televisor, millones de personas pueden gritar, insultar, aclamar o condenar (sí, el árbitro y el equipo rival se convierten en chivos expiatorios). Por unas horas el público es el soberano, y cualquier aficionado está convencido de que posee más conocimientos que el entrenador; sentir esa autoridad, ese dominio, aunque sea fugaz, viene muy bien.

El fútbol mueve mucho dinero, es un gran negocio. Los sueldos de los astros del deporte son astronómicos, pero aún son mayores los intereses económicos que están detrás de la publicidad y de las retransmisiones deportivas seguidas por millones de espectadores. Un sector muy importante de los medios de comunicación y muchos de sus profesionales viven del fútbol. Por supuesto, muchos fabricantes de ropa y material deportivo se benefician del auge del fútbol y, además, la estética del deporte influye en toda la moda. Un partido de fútbol repercute económicamente, según los casos para bien o para mal, en sectores tan distintos como los restaurantes y las empresas de comida rápida y a domicilio, los teatros y los cines, los taxis, las discotecas y los locales de alterne.

Los futbolistas de elite son famosos y ricos, jóvenes y fuertes; son admirados y deseados. Representan el éxito. El peinado y la ropa que visten es imitada. Sus faltas son disculpadas, se ríen sus excentricidades. Están por encima de lo humano: son mitos, son héroes, y a algunos se les compara con dioses (Maradona). Constituyen un modelo, y los publicistas lo saben, y los niños lo dicen: «Quiero ser como Beckham»; por su parte, las adolescentes besan su fotografía y lloran de emoción cuando les tienen cerca.

Tanto la tarde-noche del ya famoso 4 -0 de España, como en los días sucesivos, los medios de comunicación terminaron con los adjetivos y con las metáforas: «España se paralizaba a las tres de la tarde». «Es un fenómeno que atraviesa a toda la sociedad; no ha sido una jornada laboral más». «Ni la política, ni el Estatut, el fútbol ha sido lo importante». «El gol se ha celebrado igual en Bilbao, Barcelona, Sevilla y Madrid». «La política se ha tomado un descanso». «Hay que festejar la alegría compartida». «La victoria de España sirve para oxigenar la vida de la sociedad que está muy crispada». «Es algo esperanzador; es lo que quisiéramos que pasara en España».

No me dirán que no es reveladora la 'lectura política' que han dado los medios de comunicación. Permítanme que continúe: el periódico 'El Mundo' informó de que desde el PSOE se destacaba el «triunfo de la España plural», mientras que desde el PP se insistía en el «legítimo orgullo de la nación más antigua de Europa», por su parte, el independentista Carod había dicho que prefería que el mundial lo ganase Polonia o Brasil. ¿No les parece un relato fantástico?

Qué lejos están las interpretaciones anteriores de las que dicen que el poder autoritario ha utilizado el fútbol de la misma forma que los romanos usaban el circo: para alienar a las masas y que éstas no se levanten ante la injusticia social. Franco en España, Videla en Argentina y otros muchos gobernantes utilizaron la competición deportiva para distraer al pueblo, evitar las críticas internas y exaltar el nacionalismo. Claro que también algunos destacan que en las actuales democracias formales el fútbol y otros espectáculos sirven para aliviar a la población del soporífero y lejano circo de la controversia ente los partidos políticos.

El fútbol es el 'paradigma' de los espectáculos de masas. En el estadio, junto a miles de aficionados, de hinchas, el individuo se convierte en miembro de la masa y se comporta como tal: se contagia de la emoción colectiva, vibra con el grupo, surge la unidad mental, aparecen los comportamientos impulsivos, las emociones simples, el alma primitiva. Los roles y las normas habituales quedan en suspenso y hay gente 'de orden'

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