Entorno Economico
dondorchaid22 de Noviembre de 2012
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El papel de la economía
Decir que nuestro futuro económico está determinado por los economistas sería una exageración; pero que su influencia, o en cualquier caso la influencia de la economía, es de un gran alcance difícilmente puede ponerse en duda. La economía juega un papel central en la configuración de las actividades del mundo moderno, dado que proporciona los criterios de lo que es “económico” y de lo que es “antieconómico”, y no existe otro juego de criterios que ejercite una influencia mayor sobre las acciones de los individuos y grupos, así como también sobre las acciones de los gobiernos. Puede pensarse, por lo tanto, que deberíamos recurrir a los economistas cuando necesitamos consejo sobre cómo vencer los peligros y dificultades en los que el mundo moderno se encuentra inmerso y cómo lograr planes económicos que garanticen la paz y la permanencia.
¿Cómo se relaciona la economía con los problemas abordados? Cuando el economista emite un juicio acerca de que una actividad es “económicamente sana” o “antieconómica”, se nos presentan dos cuestiones importantes y estrechamente relacionadas: ¿qué significa ese juicio?, en primer lugar, y en segundo, ¿es un juicio definitivo en el sentido de que la acción práctica puede basarse razonablemente en él?
Haciendo un poco de historia, podemos llegar a recordar que cuando se hablaba de fundar una cátedra de economía política en Oxford hace 150 años, mucha gente demostró poca satisfacción acerca de tal posibilidad. Edward Copleston, el gran preboste del Colegio Oriel, no quiso admitir en el curriculum de la Universidad una ciencia “tan propensa a usurpar a las demás”. Aun Henry Drummond de Albury Park, quien dotó la cátedra en 1825, creyó necesario aclarar que él esperaba que la Universidad mantendría a la nueva asignatura “en su propio lugar”. El primer profesor, Nassau Senior, no se conformó con ser considerado en un lugar inferior. Bien pronto, en su clase inaugural, predijo que la nueva ciencia “se ubicará en la opinión pública a la altura de las primeras entre las ciencias morales por su interés y utilidad” y proclamó que la “búsqueda de riqueza... es, para la mayoría de la humanidad, la gran fuente de progreso moral”. No todos los economistas, con toda seguridad, han puesto tan altas sus pretensiones. John Stuart Mill (1806-73) consideró la economía política “no como a una cosa en sí, sino más bien como un fragmento de una totalidad más amplia, una rama de la filosofía social tan interrelacionada con las otras ramas que sus conclusiones, aun circunscritas a su ámbito particular, tienen valor sólo condicionalmente, estando sujetas a la interferencia y a la acción neutralizadora de causas que no se encuentran directamente dentro de su área”.
Incluso Keynes, en contradicción con su propio consejo (antes citado) de que “la avaricia, la usura y la precaución deben ser nuestros dioses por un poco más de tiempo todavía”, nos aleccionó a no “sobrestimar la importancia del problema económico” ni “sacrificar otros asuntos de más grande y permanente significado por sus supuestas necesidades”.
Tales voces, sin embargo, se escuchan muy raramente en estos días. No sería ninguna exageración decir que, con una influencia cada vez mayor, los economistas se encuentran en el centro mismo del interés público, de tal suerte que los resultados económicos, el crecimiento económico, la expansión económica, etc., no se han transformado en el permanente interés, sino en la obsesión de toda sociedad moderna. En el vocabulario condenatorio corriente hay muy pocas palabras que sean tan concluyentes como la palabra “antieconómico”. Si una actividad ha sido etiquetada como antieconómica, su derecho a existir no es meramente cuestionado sino negado con energía. Cualquier cosa que se descubra que es un impedimento al crecimiento económico es una cosa vergonzosa y si la gente se aferra a ella se los tilda de saboteadores o estúpidos. Llame a una cosa inmoral o fea, destructora del alma o degradante de la condición humana, un peligro para la paz del mundo o un atentado al bienestar de las futuras generaciones, que si no ha demostrado que es “antieconómica” no habrá cuestionado en nada su derecho a existir, crecer y prosperar.
Pero, ¿qué significa cuando decimos que algo es “antieconómico”? No estoy preguntando qué es lo que la gente piensa cuando lo dice porque eso es algo muy evidente. Simplemente quieren decir que es como una enfermedad y que se está mejor sin ella. Se supone que el economista está en condiciones de diagnosticar la enfermedad y luego, con suerte y habilidad eliminarla. Es bien cierto que los economistas a menudo discrepan entre sí acerca del diagnóstico y, más frecuentemente aún, acerca de la cura, pero esto solamente prueba que el problema es de una dificultad poco común y que los economistas, como todos los seres humanos, son falibles.
No, yo más bien pregunto: ¿cuál es el criterio, qué clase de criterio se deduce del método de la economía? La respuesta a esta pregunta no puede ponerse en duda, algo es antieconómico cuando fracasa en su intento de producir un beneficio monetario. El método de la economía no tiene, y no puede tener, ningún otro criterio. Se ha tratado reiteradamente de oscurecer este hecho y el resultado ha sido una gran confusión, pero el hecho permanece intacto. La sociedad, un grupo o un individuo dentro de la sociedad, puede decidirse a seguir manteniendo una actividad o una propiedad por razones no económicas (sean éstas sociales, estéticas, morales o políticas) pero de ninguna manera altera el carácter antieconómico de la misma. El juicio de la economía, en otras palabras, es un juicio extremadamente fragmentario; de todos los numerosos aspectos que en la vida real tienen que ser analizados y juzgados antes de que pueda tomarse una decisión, la economía sólo se fija en uno: que una cosa produzca o no beneficio monetario a quienes la poseen y administran.
“A quienes la poseen y administran” son palabras que no pueden subestimarse. Es un gran error pretender, por ejemplo, que la metodología de la economía se aplica normalmente para determinar si una actividad desarrollada por un grupo dentro de la sociedad produce un beneficio para la sociedad en su totalidad. Ni siquiera las industrias nacionalizadas están consideradas dentro de este más amplio enfoque. Cada una de ellas tiene asignado un objetivo financiero que, en realidad, es una obligación y se espera que cumpla con él sin consideración alguna por cualquier daño que pueda ocasionar sobre otras partes de la economía. Más aún, la creencia generalizada, sostenida con igual fervor por todos los partidos políticos, es que el bien común será necesariamente optimizado si cada uno, cada industria y comercio, sea nacionalizado o no, lucha por conseguir un “beneficio” aceptable sobre el capital invertido. Ni aun Adam Smith tuvo una fe más implícita en la “mano invisible”, para asegurar que “lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos”.
De cualquier manera, no puede haber duda alguna acerca de la naturaleza fragmentaria de los juicios de la economía. Aun dentro del estrecho ámbito del cálculo económico, estos juicios son necesaria y metódicamente estrechos. Porque, por un lado, dan mucho más peso al corto plazo que al largo, ya que a largo plazo, como decía Keynes con alegre brutalidad, estaremos todos muertos. Y por otro lado, se basa en una definición de costo que excluye todo “bien libre”, es decir, el medio ambiente enteramente dado por Dios, excepción hecha de esas partes del mismo que han sido apropiadas privadamente. Esto significa que una actividad puede ser económica a pesar de que atenté contra el medio ambiente, y que una actividad competitiva será antieconómica si protege y conserva el medio ambiente a un costo determinado.
Aún más, la economía trata con las mercancías de acuerdo a su valor de mercado y no de acuerdo a lo que ellas son intrínsecamente. Las mismas reglas y criterios se aplican a las materias primas. Las mismas reglas y criterios se aplican a las materias primas, que el hombre tiene que apropiarse de la naturaleza, y a las mercancías secundarias, que presuponen la existencia de las primarias y se manufacturan en base a las mismas. Todas las mercancías son tratadas de igual manera, dado que el punto de vista es fundamentalmente el de obtener beneficios individuales, y esto significa que es inherente a la metodología de la economía el ignorar la dependencia del hombre del mundo natural.
Otra forma de dejar sentado lo mismo es decir que la economía trata con mercancías y servicios desde el punto de vista del mercado, donde el comprador con ganas de comprar se encuentra con el vendedor con ganas de vender. El comprador es esencialmente un cazador de gangas; a él no le preocupa el origen de las mercancías o las condiciones bajo las cuales se han producido. Su única preocupación es obtener la mejor inversión de su dinero.
El mercado, por lo tanto, representa sólo la superficie de la sociedad y su significado hace relación a una situación momentánea, tal como existe allí y entonces. No hay profundización en la esencia de las cosas ni en los hechos naturales o sociales que yacen detrás de ellas. En un sentido, el mercado es una institucionalización del individualismo y la irresponsabilidad. Ni el comprador ni el vendedor son responsables de ninguna cosa excepto de ellos mismos. Sería “antieconómico” que un acaudalado vendedor redujera sus precios a clientes pobres simplemente porque ellos están
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