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Estereotipos En La Literatura


Enviado por   •  16 de Mayo de 2012  •  1.338 Palabras (6 Páginas)  •  2.947 Visitas

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A lo largo de la historia hemos apreciado distintos roles que se van generando en las culturas, sociedades, comunidades, etc., Los cuales se dan entre hombres y mujeres, estos van cambiando, o bien, varían de acuerdo al tiempo, espacio o contexto en el que se desarrollan. Estos roles se llaman “estereotipos”, que según la RAE significa: “Imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”. Sin embargo estos estereotipos no solo se dan en la sociedad, sino que también se ven reflejados en la literatura, es así como podemos ver en la típica novela de la antigüedad, donde existían caballeros, reyes, princesas, etc. Es aquí donde el hombre asume el rol que se relaciona a la razón, al conocimiento, a la frialdad, al poder, etc. Mientras que la mujer se asocia a la sensibilidad, al recato, a la reproducción, a la sumisión, etc. Es por esto que a través de este texto analizaremos en qué consistía el estereotipo de la mujer idealizada y del hombre caballero, para así poder demostrar con exactitud a que se refieren cada uno de éstos.

Durante los siglos XV y XVII, podemos ver en la literatura, el estereotipo de la mujer idealizada, es decir, aquella dama que traspasa todas las barreras de la belleza, es frágil y sublime. Esta especie de fémina podemos encontrarla en obras como “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra (1605), donde se hace alusión a la figura de Dulcinea.

Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo: Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítamela vida, pues me has quitado la honra. (Cervantes, 1615: 248).

Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el inundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son

oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas. (Cervantes, 1605: 46)

Así también podemos encontrar a esta clásica mujer en la obra “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla (1844) a través de la figura de Doña Inés.

¿Alma mía! Esa palabra

cambia de modo mi ser,

que alcanzo que puede hacer

hasta que el Edén se me abra.

No es, doña Inés, Satanás Doña Inés,

quien pone este amor en mí;

es Dios, que quiere por ti

ganarme para Él quizás.

en mi corazón mortal in

no es un amor terrenal

como el que sentí hasta ahora;

no es esa chispa fugaz

que cualquier ráfaga apaga;

es incendio que se traga

cuanto ve, inmenso, voraz..

Desecha, pues, tu inquietud,

bellísima doña Inés,

porque me siento a tus pies

capaz aún de la virtud.

Sí, iré mi orgullo a postrar

ante el buen Comendador,

y o habrá de darme tu amor,

o me tendrá que matar.

(Zorrilla, 1996:87)

Mucho tiempo antes que las obras de Cervantes y Zorrilla tenemos a Francisco Petrarca, humanista italiano, quien a través de su obra Canzoniere, idealiza la figura de la mujer, en este caso Madonna Laura, aquella mujer que tiene cierta elevación espiritual y transciende el amor de Petrarca.

Al aura el pelo de oro vi esparcido,

que en mil sedosos

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