Expacion Del Conflicto
cami03918 de Agosto de 2012
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El liberalismo clásico
Para comprender el sentido de esa asombrosa aventura que fue la consolidación del liberalismo como doctrina política, debemos situarnos en la Europa continental del siglo XVI. En esos años ocurrieron hechos que cambiaron la cara y el destino del mundo: los grandes descubrimientos se sucedían, el comercio comenzaba a adquirir dimensiones planetarias, la producción abandonaba definitivamente su carácter pueril de simple economía de subsistencia para trocarse en ilimitada, por obra de las invenciones técnicas, y el viejo anhelo de libertad individual obtenía ritmo irreprimible. En suma, las fuerzas productivas sea hallaban en pleno desenvolvimiento.
Esta revolución, desde luego, no se dio de manera súbita. Desde varias centurias atrás se percibían los cambios que habrían de conducir a ese resultado. ¿Cómo seguir tolerando una organización económica que limitaba el número de explotaciones? ¿Cómo soportar más un sistema en el que el siervo estaba siempre adscrito a la gleba y el aprendiz a su oficio, todo meticulosamente reglamentado y a base de monopolios? En vez de lo señores feudales, que carecían de la noción del cambio, por lo cual la Edad Media . fue antes que otra cosa el reinado de la fijeza y del tradicionalismo, había que abrirle la ruta a tantas energías sociales en ebullición.
Desde el siglo XI se observaba el desarrollo de las ciudades en diferentes partes de Europa, las que tropezaban con el estorbo de los gremios profesionales. Esas ciudades, en las que dominaban los comerciantes y artesanos, eran centros de individualismo, rodeados por la inmensa red señorial con su severa organización jerárquica. El comercio internacional, al tomar vuelo, corría a cargo de hombres de gran iniciativa, que naturalmente procedían a romper los cuadros estrechos en que se venían moviendo las actividades productivas y de intercambio. Era lógico entonces que la primera demanda de los comerciantes fuera la de la libertad. Otro núcleo económico iba a actuar dentro de esa misma dirección: fue el constituido por quienes habían obtenido del rey el privilegio de explotar las minas. Con base en los ricos yacimientos de plata de Hungría, el Tirol y Bohemia, se formaron considerables fortunas personales. Hombres de presa como los Fuggers, de Alemania, y Jacques Coeur en 'Francia, obtuvieron señaladas preeminencias, entre otras, la de ser banqueros de los reyes. Jacques Coeur llegó a establecer 300 factorías en Inglaterra y en Bélgica. Debe destacarse en ese período la estrecha alianza de la burguesía mercantil, financiera y manufacturera con el monarca, fenómeno que tanto contribuyó al establecimiento del Estado moderno.
Para ese desarrollo, de tipo industrial especialmente, era necesaria la conjunción de dos factores: la acumulación de capital, el cual ya existía, según acabamos de decir, y una creciente masa de trabajadores proletarizados. En la ilustrativa descripción que de esa época hace Jacques Pirenne (1), se ve cómo pequeños menestrales que tejían paños con lanas facilitadas por comerciantes, acabaron por estar al servicio de éstos, como obreros. Igualmente señala aquel historiador que algunos miembros de la nueva clase de negociantes, al encontrarse estrechos en el marco municipal fueron a instalar sus talleres en el campo, sin duda en busca de mano de obra más barata. Todo esto fue desintegrando el feudalismo, y así encontramos que en 1415 Florencia eliminó definitivamente la servidumbre del hombre de la gleba, y casi un siglo después ocurrió lo mismo en los Países Bajos.
No debe creerse sin embargo que toda Europa experimentó al mismo tiempo esta mutación de signo capitalista. Eso ocurrió en la parte Occidental, no así en la Oriental, que debió seguir por un extenso período dentro de los cuadros tradicionales, ajena por tanto a la sacudida del Renacimiento y al despertar del individualismo y de las ansias libertarias.
Acabamos de mencionar el Renacimiento. Sin el potente desarrollo económico y social a que hemos aludido, él no habría sido posible, como también es cierto que su influencia se hizo sentir inmediatamente en la velocidad que adquirió ese desarrollo. Sin duda fue en el terreno jurídico donde primero se percibió el ímpetu renacentista. Y era natural. La joven burguesía, ebria del deseo de afirmar su personalidad, no podía regirse por las normas de tipo feudal, las que lo menos que hacían era impedir que se manifestara la libre personalidad. Esto implicaba la resurrección del Derecho Romano, y por eso él se propagó por la Europa continental. Si el comercio entre naciones estaba adquiriendo el volumen y la regularidad de que hemos hablado, era necesario que el hombre de negocios tuviera delimitados y asegurados sus derechos.. Y dentro de esa indispensable ordenación jurídica, el hoy llamado Derecho Internacional debía obtener particular relieve, ya que por obra del' comercio, de radio muy extenso, se ponían en relación individuos de un país con los de otros. E1 Estado Nacional, comenzaba a ser un hecho, y de ahí se desprendía la existencia, por lo menos en boceto, de una comunidad internacional.
La fundación de varias universidades en el siglo XV, aunque sometidas al principio a la Iglesia, atendió a la necesidad de impulsar no sólo la ciencia del Derecho, sino otras, vitales para el desarrollo iniciado. Cuando un artista como Leonardo da Vinci, al par que contribuía al resurgimiento de la estética y de todas las formas de belleza hablaba de la importancia que tendría para la agricultura 1a técnica de la irrigación, se situaba en el espacio del hombre del cuatrocientos, ávido de creación individual, y de ahí que propiciara la vuelta al mundo clásico y que exaltara la necesidad de amaestrar la naturaleza para que le sirviera a la raza humana.
Al fundir en plomo los caracteres impresos en madera, Gutemberg iba a hacer posible hacia 1440 la difusión rápida de las obras científicas y literarias, al tiempo que se generalizaba en Europa la fabricación de papel, asombroso invento de la China y del Asia Central. El Renacimiento, en suma, no fue sólo un episodio brillantísimo en lo que se relaciona con el arte, sino una secuencia de innovaciones en los diversos órdenes del conocimiento, cuyo resultado fue la afirmación del ser humano como sujeto del cambio social y de la historia. Mientras más cundía el gusto de la emancipación individual, el hombre de esa época sentía que se ensanchaba su fe en el destino que le esperaba. No fue cosa del azar que el genio representativo de ese tiempo, Leonardo, hubiera descubierto la irrigación de la sangre y presentido la teoría de la gravitación universal. Debió haber sido muy intensa la euforia de esos días cuando un personaje exclamó en pleno arrobamiento: ¡Oh, qué gran milagro es el hombre!
De ahí que para volver al período que hemos tomado como punto de partida, la iniciación del siglo XVI, digamos que tiene razón Pirenne cuando afirma que no fue el descubrimiento de América el que creó las condiciones de una economía nueva, sino que, a la inversa, fue el desarrollo del capitalismo el que empujó a Occidente a la búsqueda de otras rutas para el tráfico, las cuales, una vez consolidadas, precipitaron y ampliaron el ritmo de la economía capitalista, en proporciones tales que habría de transformar por completo el equilibrio del planeta.
Debemos tener presente que no sólo había aparecido el capitalismo. Otro fenómeno no menos importante surgió como punto cenital de la evolución descrita: fue el colonialismo. De ese modo la conquista y la colonización de América y del Asia quedaban inscritas en el orden de las cosas, con todo lo que aquéllas significaban para que el sistema capitalista pudiera implantarse como fenómeno mundial. Era lo que más tarde habría de llamar Kipling "la carga del hombre blanco".
De los soberanos de la primera mitad del siglo XVI fue sin duda Carlos V el que mejor entendió lo que estaba sucediendo. Coronado rey de España en 1516 y Emperador en 1519, gracias al apoyo de los banqueros Fuggers, sintió que su deber era extender su dominación sobre otros pueblos y de ahí su divisa orgullosa: ¡plus ultra! En ese mismo año de 1519 Hernán Cortés empezaba la Conquista de México y dos decenios después formaban parte del Imperio Español toda la costa del Pacifico y la América Central y del Norte. Lo que muestra mejor la clarividencia de Carlos V fue el convencimiento a que llegó de que no podían subsistir y ser gobernadas por la misma política dos regiones tan dispares como la Europa Occidental, volcada ya hacia el capitalismo, y la Central que todavía se inscribía en el orden feudal. Por eso en 1522 procedió a dividir el Imperio, con base no en criterios geográficos sino económicos. El se quedó con la parte marítima, es decir la Occidental, y le dejó a su hermano Fernando I la Continental, o sea la atrasada. El mar era en aquella emergencia, España, Italia y los Países Bajos, como quien dice la fracción del Imperio con apetencias no sólo capitalistas sino colonizadoras, para lo cual era imprescindible el control de la navegación ultramarina. El ecumenismo de su religión, la católica, había de ayudar a Carlos V a hacer del Imperio algo sinónimo de dominación universal.
A1 comenzar a integrarse al mercado mundial, el hombre de la nueva época tenía que actuar en términos planetarios. El criterio del éxito, en este caso la acumulación de la ganancia, era el que en definitiva decía si se había escogido el buen camino. Cualquier error era castigado con la ruina. A la luz del sistema que se estaba inaugurando, el que obtiene riqueza cumple una tarea que la sociedad debe aplaudir, ya que el bien social es el resultado de las acciones ejecutadas
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