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Gloria Contreras, las raices rusas en el ballet mexicano


Enviado por   •  11 de Septiembre de 2016  •  Ensayos  •  1.991 Palabras (8 Páginas)  •  196 Visitas

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CEDART “Miguel Cabrera”

Seminario de Arte Mexicano II

Mtra. Teresa Ramírez

Ana Ximena Gómez Gómez

6D

Gloria Contreras: las raíces rusas en el ballet mexicano

El ballet no nació en Rusia, eso es algo que se debe aclarar. Nació en la Italia renacentista y después viajó  Francia, donde en las cortes del “Rey Sol” se profesionalizó y reformó. Para cuando el  romanticismo llegó, es decir, a mediados del siglo XIX, el ballet ya constituía un método determinado y una escuela definida de la danza. Las posiciones, los movimientos básicos y la terminología se establecieron todos durante ese periodo en ese país, incluso los nombres actuales de cada movimiento están en francés, pero, paradójicamente, hoy es Rusia el nombre más notable en el ámbito del ballet. Natalia Osipova, Svetlana Zakharova, Mikhail Barishnikov y Anna Pavlova son nombres que todo aquel que gusta de este arte conoce: grandes artistas que destacan en el mundo por la limpieza de su técnica, la destreza en cuanto al dominio de la misma y la habilidad para interpretar no sólo técnicamente sino también emocionalmente las mismas piezas que desde hace siglos se bailan.

        

El Ballet Bolshoi, el Mariinski Ballet, el Ballet Imperial Ruso, son algunas de las escuelas con mayor renombre a nivel mundial en cuanto a la enseñanza de ballet se refiere. Y aún hoy que ya no creemos en cuentos de princesas transformadas en cisne, muñecos que viven, sienten y piensas como nosotros y amores eternos que enfrentan todos los males del mundo; incluso ahora que hemos dejado un poco de lado la imaginación y el romanticismo, los teatros se siguen llenando en cada estreno y cada temporada, seguimos yendo a maravillarnos con las ilimitadas capacidades físicas que puede tener un cuerpo entrenado para la danza, un cuerpo que además de danzar extraordinariamente, puede contar historias irreales que todos creemos.

        

El ballet, de más de seiscientos años de edad, sigue vivo. Más vivo que nunca, pues cada vez hay más posibilidades para que el cuerpo y el alma se comuniquen con el mundo, un mundo que ya no es sólo la Europa del romanticismo ni las exclusivas escuelas rusas e inglesas donde la exigencia de una línea estética perfecta es tan rígida como hace cientos de años; un mundo que ahora también es Latinoamérica, donde la Escuela Cubana fundada por Alicia Alonso se convirtió en el primer reto a las escuelas ortodoxas de Europa: la mujer latina, con las caderas anchas, la estatura corta y los pechos prominentes también puede bailar. Un mundo donde cada vez hay más voces y más cuerpos deseos de cambiar el mundo y expresarse, donde ya no se bailan únicamente los grandes clásicos románticos sino también nuevas obras contemporáneas que gustan no sólo por su complejidad coreográfica, sino porque retratan nuestras sociedades actuales, nuestros problemas, nuestros vivires.

        Así, el ballet está también en México. Llegó en el siglo XVIII a las cortes virreinales pero se convirtió en nuestro cuando, en 1825, el matrimonio de María Rubio y Andrés Pautret, hicieron por primera vez una pieza nacional alusiva al Grito de Dolores. Ese fue el inicio del ballet en México, que como en todo el mundo, ha ido transformándose a lo largo de los años. Durante el porfiriato perdió popularidad y, aunque casi desaparece, la Revolución Mexicana y la fundación en esa época de la Dirección General de Bellas Artes, lo rescataron. Numerosos nombres han sido parte de la historia de este arte en México, pero entre todos ellos destaca uno en particular, es el de la mujer que dio cuerpo a la danza nacionalista, fundadora del Taller Coreográfico de la UNAM y, con ello, de una visión completamente nueva respecto de la formación dancística; autora de más de ciento cincuenta obras dancísticas y directora hasta el día de su muerte de la compañía que años atrás hubiese fundado: Gloria Contreras.

        Nació y murió en México y fue ahí también donde realizó sus primeros estudios dancísticos, sin embargo, durante su estancia en Estados Unidos y Canadá, entre 1955 y 1964, recibió lecciones de maestros rusos tales como  Fierre Vladimiroff, Felia Doubrovska y Anatole Oboukhoff y quizá fue ahí donde su interés por Rusia nació. Nikita Dolgushin, una de las grandes figuras rusas del ballet clásico la llamó “la primera dama del ballet en mexicano”[1] y hoy es una de las coreógrafas más admiradas, queridas y estudiadas en Rusia. Sus ballets son de imaginación incontenible, poesía visual pura y, al mismo tiempo, un deseo real de entender al hombre en su pasado y lo que le emociona hoy en día: ¡la historia y la actualidad! Y es quizá éste el vínculo más estrecho que con el arte ruso tiene, más aún con la cosmovisión rusa, el mundo de los sentimientos y la conciencia ruso, caracterizado por sus tormentosas reflexiones acerca de la vida y el pasado del hombre.

        Esto, por supuesto, no es casualidad. México es un país que tiene una historia compleja y, en ciertos periodos, trágica incluso. Gloria amó su país y escudriñó en su pasado tratando de entender el alma de su pueblo, que ha vivido etapas difíciles de formación y desarrollo. Rusia, como México, es un país con una historia turbulenta donde lo que más ha destacado es el pueblo, es ahí donde comienza el interés de Gloria por este país, su historia, su arte y su gente, es ahí donde Rusia se convierte en una raíz muy profunda del arte que durante toda su vida desarrollaría la maestra Contreras. [2]

        Y si bien los temas de algunas de sus piezas son muy nacionalistas, reflexivos, actuales y profundos, así lo es también la visión de la maestra respecto a la danza, el ballet y el bailarín actual. George Balanchine dijo a Gloria una vez “Si tengo que firmar un papel que diga que tú eres coreógrafa, lo firmo. Pero tú no quieres ser coreógrafa, quieres ser poeta”.[3] Basta recordar que, en 1958 con el estreno de Huapango en la ciudad de Nueva York, culmina formalmente el nacionalismo en la danza mexicana. Huapango, una pieza neoclásica como todo el repertorio de Gloria Contreras que ya no resaltaba el carácter folcklórico e indigenista de la cultura mexicana, sino la esencia de los propios mexicanos, una esencia reconstruida sólo gracias a una música que provenía de otra parte, como la mayoría de los elementos del mosaico mexicano, pero de la que México ha sabido apropiarse como si desde siempre le hubiese pertenecido.

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