La Industria De Lo Humano Héctor Schmucler
Rous2230 de Julio de 2014
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La industria de lo humano Héctor Schmucler
La industria de lo humano, que encuentra en la manipulación genética su expresión más destacada: admite la posibilidad de concluir con la libre apertura al mundo como rasgo indelegable de los seres humanos.
Terminaba la Segunda Guerra Mundial con la derrota de Alemania y sus aliados, la confianza que una buena parte del mundo había puesto en la razón, cuyo prestigio se había extendido en los últimos siglos bajo la forma del
Iluminismo, mostraba heridas profundas.
La descripción que ofrece Dialéctica del iluminismo muestra como una implacable luz negra con la cual se pueden reconocer los mayores peligros y nuestras responsabilidades más difíciles: “Si la vida pública ha alcanzado un estadio en que el pensamiento se transforma inevitablemente en mercancía y la lengua en embellecimiento de ésta, el intento de desnudar tal depravación debe negarse a obedecer las exigencias lingüísticas y teóricas actuales antes de que sus consecuencias históricas universales lo tornen por completo imposible”.
La industria cultural
Pero no ha ocurrido así y el Iluminismo, en su parálisis, ha generado la posibilidad de que los “hombres sean completamente traicionados”. La industria cultural reemplaza al arte con el entretenimiento y el entretenimiento aparece como una de las formas indiferenciadas de la actividad humana. El entretenimiento se ha vuelto la continuidad del proceso de acumulación capitalista en las horas aparentemente no productivas.
La industria cultural incluye la totalidad de la vida en su percepción del mundo como espectáculo.
La fabricación planificada de la cultura produjo el más significativo avance hacia la homogeneización de todo lo existente. Cuando nada deja de ser cuantificable, la equivalencia universalizada permite pensar la vida sólo como interacción de actos y objetos igualados en su abstracción comunicante. Que las cosas sean intercambiables (luego de haber cosificado también el antes irreductible espacio del espíritu) señala un reacomodamiento civilizatorio: cada cosa expresa, en realidad, otra cosa. El mercado se encarga de darles sentido.
Pero esa sorpresa, que hace nuevo cada encuentro, no es una condición aleatoria: es la manera originaria de ser de lo humano. El hombre sólo es tal en la medida que su imaginación es capaz de reconstruir el mundo de manera no necesariamente previsible. La industria cultural apunta en sentido contrario: fuerza a que la vida se construya como una suma de comportamientos regulares.
Hace de la vida una sucesión de acciones previamente categorizadas.
La biotecnología y los límites de lo humano
La biotecnología, y la industria de lo humano que resulta de ella, intenta ir más allá: ya no se trata de otorgarle a la vida una significación previamente establecida, sino de modificar las bases sobre las que la vida se sustenta.
La “técnica de la vida” pretende alterar las condiciones elementales que han hecho posible el fenómeno de la humanidad y que resulta inconcebible sin el azar reproductivo. A partir de lo imprevisible que encierra cada criatura los sujetos son únicos y, en consecuencia, emerge la necesaria existencia y reconocimiento del otro. Sin embargo es posible reconocer una extensa repetición de esfuerzos por moldear el cuerpo humano -en cuanto condición de la vida- para orientarlo a fines determinados.
La naturaleza del hombre instala en lo humano la capacidad de opción, de reconocer encrucijadas en las que el camino a seguir no está necesariamente señalado.
Pero a medida que ese cuerpo va perdiendo espesor, a medida que se le despoja de sus músculos, pierde progresivamente porte y dignidad. Lo vemos hundirse lentamente, página a página, y lentamente se convierte en una especie de maniquí apoyado en una pared; por último, no es más que una estructura vacía, mantenida en pie por la cuerda de una horca. Para conocer su cuerpo, tiene que destruirlo primero”.
Vesalio había inaugurado la anatomía macroscópica despojando de vida al cuerpo humano.
Eugenesia y biotecnología
La biotecnología (entendida como la suma de denominaciones que se vinculan con la alteración voluntaria de la condición morfológica y fisiológica de fracciones o de la totalidad de organismos vivos) es el más novedoso y sustancial capítulo que ha recorrido la eugenesia.
Francis Galton (1822-1911), precursor de la estadística moderna y primo de Charles Darwin, había acuñado en 1883 el término “eugenesia” para designar una ciencia que postula el mejoramiento de la raza humana a través de una cuidadosa evaluación de las características más adecuadas de los individuos. Su primera sugerencia fue la regulación del matrimonio y del tamaño de la familia de acuerdo al patrimonio hereditario de los padres. Pocas convicciones se desplegaron con tanta velocidad y fueron compartidas por el mundo científico con tanta unanimidad como los principios eugenésicos. La aspiración a “construir” un ser humano con rasgos previamente caracterizados como superiores, penetró todos los espacios.
La cultura de la época había instalado los nuevos cimientos para la apropiación
“científica” del cuerpo que, con el tiempo, daría lugar al predominio de la eugenesia y de la biotecnología.
La solidez de la argumentación racista corresponde a Haekel quien, en su Historia de la creación de los seres organizados según las leyes naturales (1868), propuso científicamente y en el sendero del darwinismo, una clasificación jerárquica de las razas humanas de acuerdo a su lugar en la evolución: desde los negros, considerados próximos al mono, hasta la forma más evolucionada de la raza, los Indo-germanos, entre los que se cuentan los alemanes, los anglosajones y los escandinavos.
El lugar del progreso
Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), discípulo de Gobineau, avanzó más que su maestro en el común entendimiento entre progreso y racismo. Para Chamberlain, el progreso es un valor universal en la medida de que las razas son perfeccionables. Se trata de saber cómo favorecerlas estableciendo cruces calculados y sistemáticos y evitando aquellos “malos” cruces que la degradan. Desde una perspectiva eugenésica, la ciencia de la manipulación genética anunciaba su futuro apoyada en una ideología a la que casi nadie ponía obstáculos: el progreso.
Las nociones de raza y de racismo –difícilmente separables de la eugenesia- tienen un espacio común con la creencia en el progreso que la Modernidad hizo posible. La idea de progreso sólo se afirma en la época moderna al igual que la presunción de que algunas razas son portadoras privilegiadas del impulso hacia el mismo.
Para que pudiera instalarse la afirmación de que algunos grupos humanos, por naturaleza, son inferiores a otros, se tuvo que superar la versión bíblica que concebía a toda la humanidad como descendiente de una única pareja. La
monogenesia establece un obstáculo difícil (aunque no imposible) de franquear para la idea de que existen razas de desigual valor ontológico. Cualquier afirmación de superioridad de un grupo sobre otro, coincide generalmente con el presupuesto contrario. La poligenesia se sostiene en la convicción de que esos seres que un orden clasificatorio comprendió como “hombres”, en realidad tienen orígenes diferentes. Si el progreso es expresión de un nivel superior de capacidad mental, aquellos que por condicionamiento biológico no disponen de tal capacidad quedan excluidos. Desde otra perspectiva podría razonarse: si el progreso es un sendero que los hombres necesariamente deben transitar, aquellos que no logran enfrentarlo quedan cubiertos por un manto de sospecha sobre su identidad humana.
Configurado un ideal humano capaz de progreso, pronto ese ideal se transforma en modelo a imitar y a proteger. Los otros, los que no se parecen a los portadores del progreso, pasan rápidamente a una categoría de subhumanos y, en el extremo, a la situación de seres que no merecen vivir (al menos como hombres).
La tentación progresista
La confianza en la ciencia como proveedora de verdad no permitió a algunos partidarios del progreso reparar en la magnitud de las contradicciones. Ciertos ideales explicitados para favorecer un orden social más justo parecían coincidir con las certezas enunciadas por la ilusión del saber. El error llegó a ser desesperante. El progreso podía contener un cataclismo.
El encandilamiento de Huxley (como el de tantos otros) en las promesas de una ciencia que facilitaría el bienestar humano, le impedía comprender la significación que estaba adquiriendo la práctica científica que lo entusiasmaba. En esos mismos años, sustentados en principios vinculados a la eugenesia y sin demasiado cuidado por ocultarlo al mundo exterior, los alemanes comenzaban la utilización de gas para eliminar a los enfermos mentales. Como se sabe, la “limpieza” siguió rápidamente con otros tipos de enfermos que se apartaban del ideal racial buscado por la Alemania de Hitler. Las fábricas de muertes se multiplicaron y perfeccionaron: sin solución de continuidad millones de seres humanos fueron eliminados (la técnica del gas permitió una producción creciente de cadáveres) en nombre de la higiene y mejoramiento de un tipo humano inexistente: el ario. Así, en busca de una quimera, un tercio del total mundial de la población gitana fue destruida, al igual que otro tercio de los judíos que entonces habitaban el planeta. La aniquilación podría haber continuado; sólo hubiera sido necesario que los nazis ganaran la guerra. En el caso de los
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