La curiosidad en la enseñanza

Vivian Quevedo Ayala 11E

La curiosidad en la enseñanza

En una entrevista al fìsico teórico Michiu Kaku le preguntaron de qué forma sería fácil enseñarle a los niños ciencias, si era más fácil enseñarles cómo fumar, él respondió que en realidad lo difícil era no matarles el gusto que llevaban por dentro por la ciencia y para ilustrarlo contó su experiencia con su hija, que para un examen de geología tuvo que aprenderse los nombres de un montón de minerales y rocas. Fue tan grande su descontento que después de presentar el examen le preguntó a su padre “Papá, ¿por qué alguien querría ser científico?” Y es con esta clase de afirmaciones que nos damos cuenta que un modelo educativo basado en memorizar datos no sirve si no se relaciona con la persona que busca aprender, el apremio por la adquisición de conocimiento a una velocidad vertiginosa es inútil a la hora de poner en práctica aquellos aprendizajes “adquiridos”, porque puede incluso que en las evaluaciones la memorización funcione.

La relación entre la experiencia con el aprendizaje es un factor importante para la educación. A nadie se le olvida que hay que revisar bien qué se le agrega al jugo después de arruinar alguno con sal en vez de azúcar, o que hay que mirar bien después de accidentarse por andar distraído en la calle; son los sentimientos involucrados el detonante pedagógico para el aprendizaje de un conocimiento. Aunque no es solamente esto, pues también influye la constancia, la trascendencia que tome este conocimiento en la vida de quién lo aprende y la curiosidad que este presentó frente a aquel conocimiento (entre otras) (psicología positiva, Martin Seligman y Chris Peterson, 2009)

Evalúe usted a un bebé al nacer; sus acciones espontáneas e involuntarias a través de los movimientos le ayudan a conocer su medio. Estos movimientos a posteriori constituyen la exploración sensorial, mediante la cual se recopila información nueva proveniente del medio. A este tipo de aprendizaje se le llama Neuroplasticidad, la reconstrucción del cerebro ante las nuevas experiencias que se tienen con el medio. La evaluación de esta realidad trae como consecuencia un axioma, el ser humano es curioso por naturaleza. Y es aquella curiosidad la que potencia en su mayoría el aprendizaje del infante, “el juego es la conducta que desarrolla el niño para aprender con el estímulo de la curiosidad. Solo hay que ver a dos niños jugando y comprobar el ensimismamiento en la tarea. El instrumento del juego, combinación de curiosidad y placer, es el arma más poderosa del aprendizaje.” (Grupo Educación empresa, 2016)

De hecho, la curiosidad es bastante importante a la hora de aprender. En un estudio desarrollado por la UC Davis en el 2014 el Dr. Matthias Gruber explica que la memoria se incrementa conforme se es curioso respecto al tema a tratar y que incluso cuestiones más triviales y poco interesantes se recuerdan más fácilmente; en el experimento, se le hicieron resonancias magnéticas a los sujetos de prueba y se descubrió que al aprender algo sobre lo cual se tenía curiosidad las glándulas responsables de la secreción de dopamina se activaban, como si fuera “una pequeña dosis de alegría en recompensa”.

Es así mismo la curiosidad es la base del desarrollo científico y tecnológico, fue por esta que se mandan misiones espaciales y que se bucearon las profundidades marinas. Es también el origen de muchas invenciones, pues “la curiosidad y el conocimientos se retroalimentan, ya que adquirir conocimientos específicos despierta nuestra curiosidad, lo cual aumenta nuestro deseo de conocimiento y esto a su vez fomenta nuestra creatividad.” (Deheni, 2017) Pero si es tan importante, ¿Por qué se extingue entonces la curiosidad en las escuelas? Albert Einstein decía que “Cada florecita de curiosidad es aplastada por la sociedad misma”, quizás con frases como la de “La curiosidad mató al gato” se sientan las bases para culturalmente negar la posibilidad de usar la curiosidad como método pedagógico.

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