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Mafalda, El Retrato De Una Niña Politica

Andyflrs24 de Noviembre de 2014

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Mafalda, retrato político de una niña humanista

Mafalda dijo sanseacabó el 25 de junio de 1973, cinco días después de la masacre de Ezeiza, cuando la política se hacía a un costado para dar paso a un nuevo ciclo de violencia. En ese contexto, una niña ya no tenía mucho que decir. Su creador, Quino, se autoexilió en marzo de 1976. Es cierto que los libros de Mafalda, por seguir las indicaciones de los editores y cierta autocensura propia, no sufrieron ningún tipo de prohibición, ni antes ni durante la dictadura. Pero de alguna manera, alguna molestia habían generado, por debajo y a los ojos del régimen. Por algo fue que, en junio de ese año, cuando asesinaron a los cinco curas palotinos, los militares dejaron sobre sus cadáveres, a la vista de los fotógrafos, un afiche con la imagen del palito de abollar ideologías. “Cuando vi por primera vez esas fotos publicadas mucho después de que se hubiesen ido los militares, creo que en Página/12, fue algo que me impresionó muchísimo”, se lamenta Quino, a quien la violencia le genera mucha angustia. Antes había tenido otro encuentro directo, cuando un grupo de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) había asaltado un banco y había matado a un policía. “Tiraron como volante una página mía que había salido en Primera Plana, en la que aparecía un tablero de ajedrez en el que las piezas eran personajes humanos. De un lado había obreros y del otro los ricos, y aunque los obreros eran más el texto decía: ‘Juegan las negras y hacen mate cuando les da la gana’”.

Mafalda nació como garabato en 1962. Joaquín Salvador Lavado Tejón, alias Quino, la bosquejó para una publicidad de electrodomésticos que nunca se materializó. Pero, tozuda y persistente, la pequeña se las ingenió para seguir viva en la cabeza de su creador, porque dos años después –ha ce exactamente 50 años– lo llevó a decir: “bueno, es hora de que seas parte de la historia”.

A partir de entonces, el personaje parece haber sido un dolor de cabeza para el dibujante, tenía entonces 30 años. Quino era por ese tiempo un tipo oscuro, que tal vez pareciera incluso mayor, quizás debido a sus largos años de luto durante la infancia tras la muerte de su madre primero (luego de una larga agonía), su abuelo después y finalmente su padre.

El tiempo que le llevaba dibujar cada tira diaria (hasta nueve horas, según cuenta el propio autor) nos permite suponer que había una idea previa a la que debía darle forma, y no que simplemente se dejara llevar por los personajes y las ocurrencias espontáneas.

Para intentar comprender el ideario de Mafalda, hay que reconocer primero que Quino siempre fue un hombre de ideas socialistas, lo dejan en claro muchas de sus tiras y también su adhesión a la Revolución Cubana (no olvidemos que siempre tuvo buena relación con La Habana y que le confió al cubano Juan Padrón la dirección de sus primeros dibujos animados), pero que fue también crítico de las formas corrientes para llegar a ellas. Sus abuelos eran comunistas y sus padres republicanos “socialistoides” (según su propia definición) y durante su infancia, la cocina echaba humo pero no de puchero en ebullición sino de discusiones políticas.

Desde el día mismo de su nacimiento, Mafalda se convirtió en una figura política cuyo campo de acción fue cambiando cada dos o tres años, como una luchadora todo terreno que fue cambiando de soporte: pasó de revista a diario y de diario a semanario. Y en ese tránsito, Quino nunca abandonó a su personaje, al menos hasta su despedida definitiva en 1973. Y casi sin proponérselo, se transformó en el desvelo a la izquierda, que hasta hoy quiere comprender su línea política (o, según la propia Mafalda, su “garabato ideológico”).

No podemos dejar de ver el contexto para entender algunas cosas: hay que tener en cuenta que la pequeña llegó al mundo en un momento donde el progresismo y el desarrollo todavía eran una posibilidad real (aunque eran aún también un misterio). El absurdo golpe militar propinado a Frondizi (luego de cientos de amenazas), que terminó de mostrar a la sociedad la conspiración castrense-oligárquica en una farsa democrática-golpista (por momentos ridícula), dividía el proyecto nacional-desarrollista en dos sectores: la lucha política legal y la lucha armada.

Con Arturo Illia en el poder y con el peronismo proscripto, tras un acuerdo con Julián Delgado, jefe de redacción de Primera Plana, Quino se metió de lleno a darle a Mafalda una impronta política contestataria, aunque siempre desde una postura democratista liberal. Durante la primera parte del gobierno radical, la tira muestra un raro humor infantil para adultos; tres niños que juegan al gobierno, bajo los intentos golpistas militares; chistes sobre la clase media y su pavoroso terror a la China comunista (que en ese momento iniciaba la llamada revolución cultural), una izquierda marxista acechando, como telón de fondo, la disputa tecnológica URSS-EEUU por la conquista del espacio, etc. En pocas tiras se despliega una gran cantidad de crítica política aguda, que se ubica en el espacio de la lucha democrática legal, sin mención alguna del peronismo. El día siguiente al golpe de Onganía, Quino –que publicaba ya en el diario El Mundo (1965-67)– muestra su doble frustración en un cuadro donde abandona por completo el humor: Mafalda nos cuestiona (en un plano detalle de su rostro) como lectores adultos diciendo: “Entonces, eso que me enseñaron en la escuela…”. Aquí muestra por primera vez su frustración democrática y también literaria (ya que sabe que se inicia una etapa de mayor censura). La segunda vez, creemos, abandonará el personaje.

Durante la denominada “Dictablanda”, aparece una Mafalda más precavida (pero no menos aguda) con respecto a la sátira política. Las limitaciones angustiaban a cualquier autor que tuviera la intención de llegar a las masas con un mensaje profundo. Si bien a la censura se la impusieron desde el comienzo (“de entrada nomás la tuve, me decían: ‘pibe, chistes contra la familia no, militares no, desnudos no’”), Quino reconoce que hay un alto componente de autocensura: “En Brasil por lo menos había censores, Ziraldo (dibujante brasilero muy popular) me mostró una vez cómo le devolvían los chistes que mandaba, con una cruz roja encima prohibiéndolos. Pero acá nadie te decía nada. Así que uno se autocensuraba, porque si no te lo van a publicar, para qué lo vas a dibujar”. Otra fue la censura que vivió en la España franquista, cuando la tira de Mafalda salía con una banda que decía “sólo para adultos”.

La violencia crecía al calor de los despidos, la caída salarial y la organización obrera. Casi en medio de la balacera, cubriéndose la enorme cabellera con sus manitos, Mafalda empieza su ciclo en Siete Días entre un fuego cruzado: por un lado una feroz dictadura y por el otro estallidos sociales (Cordobazo) y la aparición en escena de la lucha armada. El calor sube por el río desde Europa (con el Mayo Francés), por la cordillera desde Chile (con el gobierno socialista de Allende) y por las montañas del norte desde Bolivia (con el Che preparando la guerrilla). Pero Quino ahora debe entregar sus originales con 15 días de anticipación, por lo cual, indefectiblemente, Mafalda no podrá seguir la realidad día tras día, sino que deberá cambiar de estrategia, apuntar más al fondo que a la superficie. Su blanco es entonces, más que nunca, el ser humano.

En repetidas ocasiones, Quino dejó en claro que la razón de la culminación de la tira, ocurrida (casualmente) cinco días después de la masacre de Ezeiza, fue solamente el cansancio. José Pablo Feinmann es uno de los tantos que no le cree. “¿Cómo la niña libertaria, idealista, tramada por los mejores valores de la condición humana, iba a emitir juicios en un país en que los juicios solían pagarse con la vida? No hay cobardía en esta decisión. Pero sin duda hubo una vacilación, la vacilación ante un país que empieza a volverse incomprensible. Mafalda no podía afrontar el terror que se desata ese día y que continuaría hasta el proceso genocida de los matarifes del ’76. Apenas cinco días después se retira de una escena que la sofoca. A la realidad –es una frase de Borges que suelo citar– le gustan las simetrías. Ezeiza y Mafalda no establecen una simetría, pero sí una relación temporal demasiado cercana como no sostener que hubo una influencia del terror de la naciente Triple A en el abandono que la niña hace de la escena argentina”, dijo en una de sus contratapas en Página|12.

El propio Quino reconoce que nunca supo cómo reaccionar ante la violencia política. En una entrevista realizada por el diario La Nación de Costa Rica, explica que “hay cosas que me hacen sufrir tanto que no soy capaz de volcarlas sobre un dibujo. Eso me pasa con los desaparecidos. Me parece que si la gente ve que hay algo de humor en un tema tan trágico va a pensar que en realidad no lo es tanto”. Y en la misma entrevista les deseó un largo sufrimiento a Videla y Pinochet: “Espero que terminen lo peor que puedan… Algo con mucho sufrimiento, no una muerte rápida. Quizás anunciada, no estaría mal”.

Entre quienes criticaron su postura está también Pablo Hernández, un sociólogo del peronismo de izquierda, que en 1975 publicó un estudio titulado “Para leer a Mafalda” (en homenaje al libro de Umberto Eco, Para leer al Pato Donald). Allí, en pocas palabras le exige a Quino, como gran productor de sentido, un mayor compromiso con la época y se pregunta por su omisión del peronismo. Pero lo hace de una manera infantil,

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