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Modernidad y Holocausto de Zygmunt Bauman

Isalarra15 de Enero de 2014

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Modernidad y Holocausto de Zygmunt Bauman:

El Holocausto no fue un acontecimiento singular, ni una manifestación terrible pero puntual de un "barbarismo" persistente, fue une fenómeno estrechamente relacionado con las características de la modernidad. El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nuestra civilización y en un momento culminante de nuestra cultura; es por tanto, un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura.

Modernidad y Holocausto

Descripción: el Holocausto no fue un acontecimiento singular, ni una manifestación terrible pero puntual de un ‘barbarismo’ persistente, fue un fenómeno estrechamente relacionado con las características propias de la modernidad. El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nuestra civilización y en un momento culminante de nuestra cultura, es, por tanto, un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura

Público lector: “El público al que me dirijo es la gente corriente que lucha por ser más humana” (Zygmunt Bauman, The Guardian, 07/04/2003)

Zygmunt Bauman (1925, Poznan, Polonia.

Prólogo

Después de escribir su historia personal, tanto en el ghetto como huida, Janina me dio las gracias a mí, su marido, por soportar su prolongada ausencia durante los dos años que invirtió en escribir y recordar un mundo que "no era el de su marido". Lo cierto es que yo escapé de ese mundo de horror e inhumanidad cuando se expandía por los rincones más remotos de Europa. Y, como muchos de mis contemporáneos, nunca intenté explorarlo después de que se desvaneciera de la tierra y dejé que permaneciera entre los recuerdos obsesionantes y las cicatrices sin cerrar de aquéllos a los que hirió y vistió de luto.

Evidentemente, tenía conocimiento del Holocausto. Compartía esta imagen del Holocausto con muchas personas, tanto de mi generación como más jóvenes: un asesinato horrible que los malvados cometieron contra los inocentes. El mundo se dividió en asesinos enloquecidos y víctimas indefensas junto con algunas personas que ayudaban a esas víctimas cuando podían aunque casi nunca fuera posible. En ese mundo los asesinos asesinaban porque estaban locos, eran malvados y estaban obsesionados con una idea loca y malvada. Las víctimas iban al matadero porque no podían competir con un enemigo poderoso y fuertemente armado. El resto del mundo sólo podía observar, perplejo y agonizante, sabiendo que solamente la victoria final de los ejércitos aliados en la coalición antinazi pondría fin al sufrimiento humano. Con todos estos conocimientos, mi imagen del Holocausto era como un cuadro convenientemente enmarcado para distinguirlo de la pared y subrayar su diferencia del resto del mobiliario.

Cuando leí el libro de Janina, empecé a pensar en todo lo que no sabía o, mejor dicho, en todas las cosas sobre las que no había recapacitado debidamente. Empecé a comprender que no entendía realmente lo que había sucedido en "ese mundo que no era el mío". Lo que había ocurrido era demasiado complicado como para que se pudiera explicar de esa manera sencilla e intelectualmente consoladora que yo ingenuamente suponía suficiente. Me di cuenta de que el Holocausto no sólo era siniestro y espantoso sino que además era un acontecimiento difícil de entender con los términos al uso. Para poder comprenderlo había que describirlo con un código específico que, previamente, debía establecerse.

Yo deseaba que los historiadores, los científicos sociales y los psicólogos lo establecieran y me lo explicaran. Exploré los estantes de las bibliotecas y los encontré repletos de meticulosos estudios históricos y de profundos tratados teológicos. También había algunos estudios sociológicos, hábilmente documentados y escritos con agudeza. Las pruebas que habían acumulado los historiadores eran abrumadoras en volumen y contenido. Sus análisis, profundos y sólidos. Demostraban más allá de cualquier posible duda que el Holocausto es una ventana, no un cuadro. Al mirar por esa ventana se vislumbran cosas que suelen ser invisibles, cosas de la mayor importancia, no sólo para los autores, las víctimas y los testigos del crimen sino para todos los que estamos vivos hoy y esperamos estarlo mañana. Lo que vi por esa ventana no me gustó nada en absoluto. Sin embargo, cuanto más deprimente era la visión más convencido me sentía de que si nos negábamos a asomarnos, todos estaríamos en peligro.

Y, no obstante, yo no había mirado por esa ventana antes y en eso no me diferenciaba del resto de mis compañeros sociólogos. Al igual que muchos de mis colegas, daba por sentado que el Holocausto había sido, como mucho, algo que los científicos sociales teníamos que aclarar pero en absoluto algo que pudiera aclarar las actuales preocupaciones de la sociología. Creía, por exclusión más que por reflexión, que el Holocausto había sido una interrupción del normal fluir de la historia, un tumor canceroso en el cuerpo de la sociedad civilizada, una demencia momentánea en medio de la cordura. Así, podía crear para mis estudiantes un retrato de una sociedad cuerda, saludable y normal y dejar la historia del Holocausto a los patólogos profesionales.

A nuestra suficiencia, a la mía y a la de todos mis colegas, la apoyan, aunque no sea excusa, ciertas maneras en que se ha utilizado el recuerdo del Holocausto. Con demasiada frecuencia, se ha sedimentado en la opinión pública como una tragedia que les ocurrió a los judíos y sólo a ellos y que, en consecuencia, requería de todos los demás remordimiento, conmiseración y acaso disculpas pero poco más. Una y otra vez, tanto los judíos como los no judíos lo habían narrado como propiedad única y exclusiva de los primeros, como algo que había que dejar para los que escaparon de los fusilamientos o de las cámaras de gas y para sus descendientes, quienes lo guardarían celosamente. Las dos actitudes, la "externa" y la "interna" se complementaban. Algunos (autoproclamados) portavoces de los muertos llegaron al extremo de avisar contra los ladrones que se confabulaban para arrebatar el Holocausto a los judíos, para "cristianizarlo" o simplemente para disolver su carácter genuinamente judío en una "humanidad" tristemente indiferenciada. El Estado judío intentó utilizar los recuerdos trágicos como el certificado de su legitimidad política, como salvoconducto para todas sus actuaciones políticas pasadas y futuras y, sobre todo, como pago por adelantado de todas las injusticias que pudiera cometer. Todas estas actitudes contribuyeron a que el Holocausto se afianzara en la conciencia pública como un asunto exclusivamente judío y de poca importancia para todos los demás (los judíos individualmente considerados también) que nos vemos forzados a vivir nuestro tiempo y a pertenecer a la sociedad moderna. Un amigo mío, muy culto y reflexivo, me descubrió hace poco, en un destello, lo peligrosamente que se había reducido el significado del Holocausto a trauma personal y reivindicacicón de una nación. Estábamos hablando y yo me quejaba de que en el campo de la sociología no había encontrado muchas referencias a las conclusiones de importancia universal que se derivan de la experiencia del Holocausto. "Es realmente sorprendente", me contestó mi amigo, "sobre todo si tenemos en cuenta la gran cantidad de sociólogos judíos que hay".

Se lee sobre el Holocausto con ocasión de los aniversarios, que se conmemoran con un público fundamentalmente judío y se presentan como acontecimientos propios de las comunidades judías. Las univesidades han programado cursos especiales sobre la historia del Holocausto que, sin embargo, se imparten desgajados de los cursos de historia general. Muchas personas definen el Holocausto como un asunto específico de la historia judía. Tiene sus propios especialistas, profesionales que periódicamente se reúnen y disertan entre ellos en simposios y conferencias especializadas. Sin embargo, su trabajo, impresionante y de crucial importancia, raramente acaba vertiéndose sobre la línea central de las disciplinas académicas ni en la vida cultural en general, como suele ocurrir con los otros intereses especializados en este nuestro mundo de especialistas y especializaciones.

En las pocas ocasiones en que encuentra una salida, se le suele permitir salir al escenario público de forma aséptica, es decir, amable y desmovilizadora. Puede llegar a sacudir al público y sacarlo de su indiferencia ante la tragedia humana, porque se hace eco de su mitología, pero no le sacará de su complacencia -como en Holocausto, la serie de televisión estadounidense en la que se veía a médicos bien alimentados y con buenos modales y a sus familias, igual que los vecinos de Brookling, erguidos, dignos y moralmente incólumes conducidos a las cámaras de gas por unos nazis degenerados y repugnantes a los que ayudaban campesinos eslavos sedientos de sangre. David G. Roskies, estudiante perspicaz y empático de las reacciones judías ante el Apocalipsis, ha observado el trabajo silencioso e inexorable de autocensura -las "cabezas inclinadas hacia el suelo" del poeta del ghetto se han sustituido, en ediciones posteriores, por las "cabezas levantadas por la fe". Roskies concluye diciendo: "Cuantas más zonas grises se eliminen, más claros serán los contornos del Holocausto en cuanto arquetipo . Los judíos muertos eran todos buenos y los nazis y sus colaboradores absolutamente malos" 1 . A Hannah Arendt la abuchearon coros de sentimientos ofendidos cuando se atrevió a decir que

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