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Obra: La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada

Ivan HuentemillaTrabajo14 de Mayo de 2017

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Obra: La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada.

Personajes:

Eréndira                                                 Abuela

Amadís 1 y 2                                                 Indio

Viudo                                                         Camionero

Carguero                                                Correo

Ulises                                                        Padre

Madre                                                         Soldado 1 y 2

Mujer 1, 2 y 3                                                Fotógrafo

Muchacho                                                 Músico

Mujer araña                                                Presentador

Insertar escenografía aquí

 Eréndira lleva a su abuela al dormitorio. La sienta en la cama y comienza a desenredar su cabello.

Abuela: Anoche soñé que estaba esperando una carta

Cándida (luego de unos segundos): ¿Qué día era en el sueño, abuela?

Abuela: Jueves

Cándida: Entonces era una carta con malas noticias, pero no llegará nunca.

Cándida terminó de peinarla, fue en busca de dos discos y los colocó. Abuela se queda divagando por el pasado mientras Eréndira se va a barrer.

Flashback

Abuela se encuentra colocando en la frente de Amadís primero, paños húmedos.

Abuela: ¿Recuerdas cuando me rescataste de aquel prostíbulo de las Antillas?

Amadís 1: El pago por rescatarte lo sigo pagando.

Amadís 2 llega y entra a la habitación de golpe, moribundo, pues le habían disparado. Se lanza a los brazos de su madre.

Abuela: ¡Hijo!

Amadís2: Cuida a tu nieta, por favor.

Ambos mueren. Abuela los entierra en el jardín. Eréndira se encuentra con su abuela en la habitación.

Abuela: Busca una escoba y limpia este lugar.

Eréndira, su nieta, se hace cargo de la casa desde aquél día.

Fin Flashback.

Eréndira, sonámbula le sirve sopa a su abuela.

Abuela: Eréndira, despierta.

Eréndira camina dormida a la mesa. Abuela hace sonar la campana, a lo que Erédira despierta de golpe, dejando caer la sopa en la alfombra.

Eréndira: Disculpe, no era…

Abuela: No es nada, hija. Te volviste a dormir caminando

Eréndira: Es la costumbre del cuerpo.

Abuela: Déjala así, en la tarde lavas.

Abuela se sienta y comienza a cantar. El viento de la desgracia pasea por el patio, intentando entrar a la casa, mientras Eréndira limpiaba. Así cae la noche. La Cándida acuesta a su abuela.

Abuela: Aprovecha mañana para lavar también la alfombra de la sala, que no ha visto el sol desde los tiempos del ruido.

Eréndira: Sí, abuela.

Abuela: Plancha toda la ropa antes de acostarte para que duermas con la conciencia tranquila.

Eréndira: Sí, abuela.

Abuela: Revisa bien los roperos, que en las noches de viento tienen más hambre las polillas.

Eréndira: Sí, abuela.

Abuela: Con el tiempo que te sobre sacas las flores al patio para que respiren.

Eréndira: Sí, abuela.

Abuela: Y le pones su alimento al avestruz.

Eréndira: Sí, abuela.

Abuela se duerme pero sigue dando órdenes. Eréndira sale de su habitación a trabajar, siempre contestándole a su abuela.

Abuela: Le das de beber a las tumbas.

Eréndira: Sí, abuela.

Abuela: Antes de acostarte fíjate que todo quede en perfecto orden, pues las cosas sufren mucho cuando no se les pone a dormir en su puesto.

Eréndira: Sí, abuela.

Abuela: Y si vienen los Amadises avísales que no entren, que las gavillas de Porfirio Galán los están esperando para matarlos.

La Cándida obedeció ante cada orden. Al terminar, con candelabro en mano se fue —media dormida—, a su habitación. El viento no dejaba de intentar entrar a la casa, lo que logra cuando Eréndira se duerme. Y junto todo el desastre que hace, bota el candelabro en las cortinas. Los indios del pueblo intentan sacar todos los escombros del incendio, mientras la Abuela observa desde lejos los residuos de su fortuna.

Abuela (observando a Eréndira): Mi pobre niña. No te alcanzará la vida para pagarme este percance.

Indio: Señora, hay un hombre en el desierto que paga a buen precio la virginidad.

Abuela: Grandioso, vamos niña.

La abuela observa a Eréndira, toma su brazo y van donde el viudo. Al llegar, él examina a Eréndira, consideró la fuerza de sus muslos, el tamaño de sus senos, el diámetro de sus caderas. Cuando ya tuvo una idea del precio, se dirigió a la abuela.

Viudo: Todavía está muy bache, tiene teticas de perra.

Sube a Eréndira a una pesa.

Viudo: ¡42 kilogramos! (mira a la abuela) No vale más de 100 pesos.

Abuela: ¡Cien pesos por una criatura completamente nueva! No, hombre, eso es mucho faltarle el respeto a la virtud.

Viudo: Hasta ciento cincuenta

Abuela: La niña me ha hecho un daño de más de un millón de pesos. A este paso le harán falta como doscientos años para pagarme. Suba siquiera hasta trescientos.

Viudo: Doscientos cincuenta.

Abuela: Doscientos veinte pesos en efectivo y algunas cosas para comer.

Viudo: Hecho.

Estrechan manos, viudo se dirige a la habitación antes de Eréndira.

Abuela: Aquí te espero.

Eréndira: Sí, abuela.

Eréndira se marcha. La abuela se sienta a leer, mientras escucha gritos y golpes que venían de la habitación del viudo, sigue leyendo hasta que cesan por completo.

Eréndira vuelve con el viudo, quien le paga a la abuela por el servicio de Eréndira.

Abuela: Vamos al pueblo, sé que más de algún hombre pagará por tu amor

Una fila de clientes se forma al llegar, quienes empiezan a pagar y a entrar rápidamente.

Abuela (enfadada, contando billetes): Nos vamos, no queda hombre que no haya pagado por ti, Eréndira.

Eréndira: ¿A dónde iremos, abuela?

Abuela: A otro pueblo, hay un camionero interesado en tus servicios, haré un trato con él para que nos lleve.

Abuela hace el trato con el camionero, Eréndira le paga con sus servicios al carguero del camión.

Camionero: Este es el pueblo más cercano, señora.

Abuela: Con estas calles miserables y solitarias, no le creo.

Camionero: Es territorio de misiones.

Abuela: A mí no me interesa la caridad, sino el contrabando.

Eréndira encuentra un collar de perlas en una bolsa de arroz.

Camionero: No sueñe despierta, señora. Los contrabandistas no existen.

El carguero al ver que Eréndira sacó el collar, se lo quita y lo vuelve a poner en la bolsa.

Abuela: ¡Cómo no, dígamelo a mí!

Camionero (burlándose): Búsquelos y verá. Todo el mundo habla de ellos, pero nadie los ve.

Abuela: Nos quedamos aquí. ¡Eréndira!

Eréndira baja a la abuela del camión y la sienta, mientras espera que bajen toda la carga. Cuando está todo listo, el camionero se acerca a la abuela.

Camionero: Cincuenta pesos

Abuela: Su esclavo se pagó por la derecha.

Carguero afirma. A lo que el chofer vuelve a su camión.

Carguero: Eréndira se va conmigo, si usted no ordena otra cosa. Es con buenas intenciones.

Eréndira (asustada): ¡Yo no he dicho nada!

Carguero: Lo digo yo que fui el de la idea

La abuela lo examina de pies a cabeza.

Abuela: Por mí no hay inconveniente. Si me pagas lo que perdí por su descuido. Son ochocientos setenta y dos mil trescientos quince pesos, menos cuatrocientos veinte que ya me ha pagado, o sea ochocientos setenta y un mil ochocientos noventa y cinco.  

Carguero: Créame que le daría ese montón de plata si lo tuviera. La niña los vale.

Abuela: Pues vuelve cuando lo tengas, hijo. Pero ahora vete, que si volvemos a sacar las cuentas todavía me estás debiendo diez pesos.

El carguero se sube al camión y le dice adiós a Cándida.

Abuela: A dormir, mañana trabajarás.

Eréndira: Sí, abuela.

Al día siguiente, la abuela maquilla a Eréndira para su labor.

Abuela: Te ves horrorosa, pero así es mejor; los hombres son muy brutos en asuntos de mujeres.

Escuchan a unas mulas acercarse

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