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Panaderia

ozielbautista30 de Noviembre de 2011

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Emilio Azcárraga Jean

Las apuestas de la pantalla

Jenaro Villamil

A los 29 años de edad, Emilio Azcárraga Jean tuvo que dejar a un lado su pasión por los deportes acuáticos para concentrarse en el rescate del consorcio más importante de medios de comunicación en habla hispana. En marzo de 1997, el tercero en la dinastía de los Azcárraga, varón único del tercer matrimonio de Emilio, “El Tigre”, Azcárraga Milmo, heredó de su padre un enorme desafío más que el goce de una fortuna valuada en 5 mil,400 millones de dólares por la revista Fortune.

La situación no era nada fácil para Azcárraga Jean. Televisa tenía una deuda que entonces parecía impagable: MIL,480 millones de dólares, derivada en su mayoría de la compra de la participación accionaria de Rómulo O’ Farrill, de la deuda Alameda cuyos intereses crecieron en forma exponencial, de la deuda de 320 millones de dólares con su tía Laura Azcárraga y de 200 millones de dólares con los bancos, más una serie interminable de intrigas y ambiciones de parientes y ex socios de su padre; las ventas netas de televisión habían disminuido drásticamente: 17.9 por ciento entre 1994 y 1995, como resultado del “error de diciembre”; los gastos de capital también se redujeron drásticamente, de 2 mil,168.8 millones de pesos en 1994 a 955.8 millones en 1995. Televisa terminó el año de 1996 con pérdidas netas por 598.5 millones de pesos, según el informe del consorcio ante la Securities and Exchange Commission (SEC), el organismo de Estados Unidos que regula la actividad del mercado de valores.

A la muerte del magnate, las acciones de Televisa cayeron 1.35 por ciento en un solo día.

Por si fuera poco, el principal producto de Televisa —sus contenidos audiovisuales— registraban una caída sostenida ante la audiencia mexicana. Su competidora TV Azteca, con apenas cuatro años de existencia, le quitaba audiencia a sus telenovelas, noticiarios y programas de espectáculos. La empresa IBOPE México informó que en el horario triple A, el más caro de la televisión privada, Televisa “bajó progresivamente a lo largo de 1996, de un promedio anual de participación en el mercado de aproximadamente 81 por ciento en 1995 a poco más de 74 por ciento en 1996”.

Al 31 de diciembre de 1996, la compañía que controlaba el 65 por ciento de las concesiones de televisión privada y las compañías de televisión restringida Sky y Cablevisión, poseía el 50 por ciento de la empresa satelital Panamsat y ramificaba sus intereses en la industria editorial, radiofónica y en el mercado norteamericano a través de Univisión, tenía un número total de 20,700 empleados entre la compañía y sus subsidiarias. El problema no sólo era el gran número de empleados, sino el oneroso gasto de mantener 46 vicepresidencias que, en muchos casos, no cumplían con funciones claves. Hoy tiene 16,205 empleados, después de sucesivos recortes y reestructuraciones que le permitieron eliminar salarios tan onerosos como el del médico personal de su padre y otros afectos de “El Tigre”, que sin hacer nada ganaban entre 500 mil y 1 millón de pesos.

Televisa estaba tan enferma como su dueño y artífice de la transformación en el imperio mediático de habla hispana, Emilio, El Tigre, Azcárraga Milmo. Y el elegido para enfrentar la terapia de choque, su hijo Emilio Azcárraga Jean, no tenía ni la edad, ni la experiencia ni el control accionario suficientes para revertir la situación. Poseía apenas el 10 por ciento de las acciones de la empresa, un porcentaje menor al que tenía la familia de Miguel Alemán Velasco, con 11 por ciento del total, los Burillo Azcárraga con el 16 por ciento, y los Cañedo White con el 10 por ciento.

“El Tigre” Azcárraga Milmo enfermó de gravedad a fines de 1996 y no había tomado las previsiones suficientes para pasarle a alguien la estafeta. Miguel Alemán Velasco, el segundo accionista más importante y amigo desde años atrás de “El Tigre” jugó un papel clave en este proceso de transición en el mando de la empresa.

A finales de febrero de 1997, Alemán fue a visitar a su amigo para recomendarle que tomara medidas urgentes en la sucesión. “El Tigre” quería que él se quedara al frente durante un período de transición. Él le confió que buscaba hacer una carrera política, ahora que ya nadie

Jorge Vergara

Chivas en cristalería

Jorge Zepeda Patterson

Jorge Vergara Madrigal no se parece a ningún otro de los empresarios importantes de México. Ni a los buenos ni a los malos; simplemente entra en otra categoría por la naturaleza de su negocio y las características de su trayectoria. No ha construido empresas famosas y los productos que fabrica y vende no pueden encontrarse en las tiendas; no cotiza en bolsa y prácticamente está ausente de las secciones de negocios y las columnas financieras de la prensa especializada. Hasta hace muy poco tiempo era un perfecto desconocido entre la élite de la iniciativa privada. Y sin embargo, luego de Carlos Slim, es el empresario mexicano más mencionado en los medios de comunicación en los últimos años, particularmente en el extranjero. Y aunque por su facturación de mil,200 millones de dólares anuales Omnilife se ubica apenas en el lugar 118 entre en la lista de las primeras 500 empresas, su dueño es actualmente uno de los hombres con mayor liquidez en el país, gracias a los enormes márgenes de utilidad con los que opera.

La chequera veloz de Jorge Vergara no está sujeta a un consejo de administración, a las restricciones de una calificadora de bolsa o la exigencia de alguna consulta familiar. Eso le ha permitido gastarse 30 millones de dólares en planos de arquitectos famosos de un centro cultural que no se construye, 160 millones de dólares en equipos de fútbol o 50 millones en el avión privado más caro de América Latina.

No está mal para alguien que hace 17 años pedía prestado a un amigo para pagar un boleto de avión, y 20 años antes de eso surtía carnitas a distintos puestos.

Hoy Vergara encabeza un corporativo con presencia en 19 países, a través de cuatro millones de vendedores de productos para el cuerpo y el alma, quienes lo reverencian con sentimientos normalmente reservados a un líder espiritual o a un ídolo del rock. Ha convertido a Las Chivas en una máquina de hacer dinero y en una plataforma que igual le permite enmendarle la plana a Hugo Sánchez por el manejo de la selección nacional, que encarar a Televisa y a los americanistas con desplegados en prensa para anunciar una presunta goliza. Un empresario que ha salido a comprar equipos de futbol a Europa y a ganar concursos de cine como productor en Cannes. Una mezcla de Donald Trump, y predicador mesiánico. Pero, probablemente, el único empresario mexicano que está decidido a hablar mandarín con fluidez (y con él sus hijos y colaboradores) como parte de la estrategia para conquistar el mercado chino y triplicar sus ventas en cinco años.

El vertiginoso encumbramiento de Jorge Vergara es una de las historias más peculiares en los anales del empresariado. Su imperio no es producto del espaldarazo de un presidente, ni requirió contratos oscuros que le permitieran ordeñar al erario; su dinero no procede del lavado de dinero, como algunos de los ricos tradicionales de Guadalajara llegaron a decir en algún momento; tampoco es resultado de un golpe de suerte bursátil. Nada le ha llegado a Vergara de manera gratuita. Su fortuna es producto de su portentosa habilidad para vender, su temeridad y una vocación natural para enzarzarse en todo tipo de litigios para salirse con la suya. Además, claro, de 30 años de ensayo y error y no pocos fracasos.

Olegario Vázquez Raña

El amigo de todos los presidentes

Marco Lara Klahr

El de los Vázquez Raña cabe en ese puñado de clanes empresariales mexicanos a los que, al menos de acuerdo con su imagen pública, no puede dejar de mirárseles sino adosados al poder político. “Más que dueños […] son representantes de intereses”, propone el académico Roberto Garduño. Ahora mismo, uno de su estirpe ha puesto al aire lo que parecía imposible y constituye la base de la tercera opción televisiva comercial del país, Cadena Tres. Por la pujanza y envergadura de sus negocios, su figura controversial y su pragmatismo al contemporizar con políticos y burócratas del más alto nivel, Don Olegario es quien ostenta hoy el liderazgo de aquella familia, originalmente fundada por esforzados inmigrantes gallegos que aprendieron de negocios ejerciendo en México de aboneros, tenderos y administradores de un hotel de paso, desde la tercera década del siglo 20.

A despecho de sus más de 70 años de vida, este ex camionero y ex mueblero nacido el 10 de diciembre de 1935 en la colonia Guerrero, va y viene por los aires, literalmente, gobernando su vasto conglomerado, con su pinta afable, estatura media, toscas manos de labriego gallego y unos anteojos de levísimas monturas de oro que, armonizando con el peinado, confieren a su rostro ancho un toque juvenil. “Viajo el 90 por ciento en helicóptero. Tengo helicóptero, tengo avión. Soy una persona […] que le gusta usar las cosas. Nunca he sido esclavo del dinero, el dinero me sirve para darme los gustos que yo quiera, pero no para presumirlo. Me gusta darme buena vida. Tengo tantos negocios, que no puedo estar dos o tres horas en el periférico; tengo el helicóptero porque es muy obligatorio para mi trabajo”.

Durante décadas parecía ser alguien condenado a vivir a la sombra de su hermano tres años mayor, Mario, magnate

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