Para Cursos Cuentos
ronyh30 de Junio de 2013
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Recuentos para
Demián
Jorge Bucay
ÍNDICE
Prólogo
--El elefante encadenado
– Factor común
– La teta o la leche -
-- El ladrillo boomerang
– El verdadero valor del anillo
– El rey ciclotímico
– Las ranitas en la crema
– El hombre que se creía muerto
– El portero del prostíbulo
– Dos números menos
– Carpintería “El siete”
– Posesividad
– Torneo de canto
– El tesoro enterrado
– Por una jarra de vino
– Solos y acompañados
– La esposa sorda
– ¡No mezclar!
– Las alas son para volar
-- ¿Quién eres?
– El cruce del río
– Regalos para el maharajá
– Buscando a Buda
– El hachero esforzado
– La gallina y los patitos
– Pobres ovejas
– La olla embarazada
– La mirada del amor
– Los retoños del ombú
– El laberinto
– El círculo del noventa y nueve
– El centauro
– Dos de Diógenes
– Otra vez las monedas
– El reloj parado a las siete
– Las lentejas
– El rey que quería ser alabado
– Los diez mandamientos
– El gato del ashram
– El detector de mentiras
– Yo soy Peter
– La esposa del ciego
– La ejecución
– El juez justo
– La tienda de la verdad
– El plantador de dátiles
– Autorrechazo.
Epílogo
Porque un cuento:
A las puertas del cielo llegaron un día cinco viajeras.
- ¿Quiénes son ustedes? – les preguntó el guardián del cielo.
- Somos – contestó la primera – La religión...
- La juventud... – dijo la segunda
- La comprensión... – dijo la tercera.
- La inteligencia... – dio la siguiente.
- La sabiduría – dijo la última.
- Identifíquense!! – ordenó el cancerbero.
Y entonces...
La religión se arrodilló y oró.
La juventud se rió y cantó.
La comprensión se sentó y escuchó.
La inteligencia analizó y opinó.
Y la sabiduría... contó un cuento
(tomado de una idea de Anthony de Mello, modificada por el autor)
EL ELEFANTE ENCADENADO
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a alguna tía por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado—
Hice entonces la pregunta obvia:
—Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre— que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
Todos somos un poco como ese elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad.
Vivimos creyendo que un montón de cosas “no podemos” simplemente porque alguna vez, antes, cuando éramos chiquitos, alguna vez, probamos y no pudimos..Hicimos, entonces, lo del elefante: grabamos en nuestro recuerdo:
NO PUEDO... NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ
Hemos crecido portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar.
Cuando mucho, de vez en cuando sentimos los grilletes, hacemos sonar las cadenas o miramos de reojo la estaca y confirmamos el estigma:
¡NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ!
FACTOR COMÚN
Mi abuelo era bastante borrachín.
Lo que más le gustaba tomar era anís turco.
Él tomaba anís y le agregaba agua (para rebajarlo), pero igual se emborrachaba.
Entonces tomaba whisky con agua y se emborrachaba.
Y tomaba vino con agua y se emborrachaba.
Hasta que un día decidió curarse.. ¡Y suspendió... el agua!.
LA TETA O LA LECHE
Tú tienes hambre de saber hambre de crecer hambre de conocer hambre de volar...
Puede ser que hoy yo sea la teta que da la leche que aplaca tu hambre...
Me parece bárbaro que hoy quieras esta teta.
Pero no te olvides: No es la teta lo que te sirve... ¡Es la leche!.
EL LADRILLO BOOMERANG
Había un tipo que andaba por el mundo con un ladrillo en la mano. Había decidido que a cada persona que lo molestara hasta hacerlo rabiar, le tiraría un ladrillazo.
Método un poco troglodita pero que parecía efectivo, ¿no?
Sucedió que se cruzó con un prepotente amigo que le contestó mal. Fiel a su designio, el tipo agarró el ladrillo y se lo tiró.
No recuerdo si le pegó o no. Pero el caso es que después, al ir a buscar el ladrillo, esto le pareció incómodo.
Decidió mejorar el “sistema de autopreservación a ladrillo”, como él lo llamaba:
Le ató al ladrillo un cordel de un metro y salió a la calle.
Esto permitiría que el ladrillo no se alejara demasiado. Pronto comprobó que el nuevo método también tenía sus problemas.
Por un lado, la persona destinataria de su hostilidad debía estar a menos de un metro. Y por otro, que después de arrojarlo, de todas maneras tenía que tomarse el trabajo de recoger el hilo que además, muchas veces se ovillaba y anudaba.
El tipo inventó así el “Sistema Ladrillo III”:
El protagonista era siempre el mismo ladrillo, pero ahora en lugar de un cordel, le ató un resorte..Ahora sí, pensó, el ladrillo podría ser lanzado una y otra vez pero solo, solito regresaría.
Al salir a la calle y recibir la primera agresión, tiró el ladrillo.
Le erró... pero le erró al otro; porque al actuar el resorte, el ladrillo regresó y fue a dar justo en su propia cabeza.
El segundo ladrillazo se lo pegó por medir mal la distancia.
El tercero, por arrojar el ladrillo fuera de tiempo.
El cuarto fue muy particular. En realidad, él mismo había decidido pegarle un ladrillazo a su víctima y a la vez
también había decidido protegerla de su agresión.
Ese chichón fue enorme...
Nunca se supo si a raíz de los golpes o por alguna deformación de su ánimo, nunca llegó a pegarle un ladrillazo a nadie.
Todos sus golpes fueron siempre para él.
—Este mecanismo se llama retroflexión y consiste básicamente en proteger al otro de mi agresividad. Cada vez que lo hago, mi energía agresiva y hostil es detenida antes de que le llegue al otro, por medio de una barrera que yo mismo pongo. Esta barrera no absorbe el
...