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Poesias Colombianas


Enviado por   •  9 de Diciembre de 2012  •  2.738 Palabras (11 Páginas)  •  585 Visitas

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EL DUELO DEL MAYORAL

¿Que cómo fue, señora...?

Como son las cosas cuando son del alma.

Ella era linda y él era muy hombre,

y yo la quería y ella me adoraba;

pero él, hecho sombra, se me interponía

y todas las noches junto a la ventana

fragantes manojos de rosas había

y rojos claveles y dalias de nácar.

Y cuando las sombras cubrían las cosas

y en el ancho cielo la luna brillaba,

de entre las palmeras brotaba su canto

y como una flecha a su casa llegaba.

¡Cómo la quería! Cómo le cantaba sus ansias de amores

y cómo vibraba con él su guitarra.

Y yo tras las palmas con rabia le oía

y entre canto y canto colgaba una lágrima.

Lágrima de hombre, no crea otra cosa,

que los hombres lloran como las mujeres

porque tienen débil, como ellas, el alma.

No puedo evitarlo, la envidia es muy negra

y la pena de amor es muy mala,

y cuando la sangre se enrabia en las venas

no hay quien pueda, señora, calmarla...

Y una noche, lo que hacen los celos,

lo esperé allá abajo, junto a la cañada;

retumbaba el trueno, llovía, y el río

igual que mis venas hinchado bajaba.

Al fin a lo lejos lo vi entre las sombras,

venía cantando su loca esperanza,

en el cinto colgaba el machete,

bajo el brazo la alegre guitarra.

Llegó hasta mi lado, tranquilo, sereno,

me clavó con los ojos su fría mirada;

me dijo: -¡Me espera?... Le dije: -¡Te espero!

y no hablamos más, ni media palabra.

Que era bravo el hombre, cual los hombres machos,

y los hombres machos pelean, no hablan.

¡Cómo la quería...! El machete dijo

su amor y sus ansias, roncaba su pecho,

brillaban sus ojos, y entre golpe y golpe ponía su alma.

No fue lucha de hombres, fue lucha de toros,

eso bien lo sabe la vieja cañada,

pero más que el amor y el ensueño

pudieron la envidia y la rabia,

y al fin mi machete lo dejó tendido

sobre su guitarra...

No tema, señora, con cosas pasadas...

Todavía en el suelo me dijo llorando:

-¡Quiérela... que es buena...!

Quiérela... como yo la he querido

¡Quiérela... que es santa...

que aunque muero...

la llevo metida en el alma!

Y tuve celos, señora, del que así me hablaba

y tuve celos de aquel que moría

y aun muriendo la amaba...

Y la sangre cegó mis pupilas

y el machete en la mano temblome con rabia

y lo hundí en su pecho con odio y con furia

y rasgué su carne buscándole el alma...

Porque en el alma se llevaba mi hembra...

y yo no quería que se la llevara.

HAGAME UNA CARTA

Una sola puerta da paso al olvido

y a la remembranza;

puerta de oficina que el teclear monótono

sobre el cauce seco de la calle vacía.

Un roído estante con sabor a escuela

( el abecedario los destinos marca)

es para el que pasa de ilusión promesa

porque cada sobre guarda una esperanza.

Un viejo en la puerta

temeroso aguarda

a que se apacigue y no salte en el pecho

éso que ignoramos si es músculo o alma.

Es un campesino de los nuéstros, de esos

cíclopes de grava,

titanes de un siglo de dioses caidos,

atlas que sostienen en hombros la patria.

Tímido y valiente como son los hombres

de pico y azada,

por quienes los bosques florecen laureles

y la tierra misma se plasma en medalla.

"Señorita" -roto su dique de angustia-

la pregunta ansiosa de su boca escapa

como torbellino:

"Pa Olegario Montes haberá una carta...?

Revuelan -pichones implumes- las manos

que el temblor acusan de loca confianza

y ya la baranda conoce la fuerza

con que esas dos manos estrujando hablan.

Hace mucho tiempo que viene al correo

con la misma pena pintada en la cara:

...

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