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Posmodernismo: El Kitsch Como Fundamento De La Razón Sensible


Enviado por   •  21 de Abril de 2013  •  3.271 Palabras (14 Páginas)  •  452 Visitas

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Introducción

Es muy difícil resistirse al kitsch; siempre encuentra una forma de seducirnos. Por si su carácter seductor fuera poco, el kitsch es, además, accesible. Encontramos imágenes, música e incluso olores kitsch, en todos lados. Y cuando no lo encontramos, lo buscamos.

El cambio que ha producido el desarrollo de la industria tecnológica es cualitativo. En nuestros días se ha dado lugar a un espacio mediático que interrelaciona un sustrato de la cultura popular, como el folclore por ejemplo, y la cultura de elite. Así, a través del consenso de los medios de comunicación se ha producido una especie de vulgarización y diseminación de la cultura, puesto que ahora puede ser alcanzado por todas las capas de la sociedad e incluso los más bajos.

¿Pero qué parte de nosotros es la que busca y adora el kitsch? ¿Por qué nos sentimos tan atraídos por este imperio posmoderno? Lo que pasa es que el kitsch nos llega directo al hueso. No tenemos que pensar ni analizar nada para entenderlo, sino que apela inmediatamente a nuestra sensibilidad. Lo intelectual queda de lado cuando se trata del goce estético que nos produce esta cultura masiva, brillante y multicolor.

El kitsch no discrimina, todos podemos rendirle culto. Por lo demás, nuestro entorno nos incita a este amor: es cosa de pensar en las tiendas y los malls chinos que han ido invadiendo de a poco las calles de Santiago. No hay nada más kitsch que las lámparas chinas de globo con flecos, esas rojas y doradas que son tan horribles que llegan a ser hermosas. ¿Y qué hay de los gatitos de la suerte, que mueven su patita al ritmo del hip-hop o el nacional socialismo?

Todos estos elementos forman parte de nuestra cotidianeidad y sin quererlo, se configuran como una constante de la identidad social. En las próximas páginas, indagaremos sobre el impacto de esta tendencia y como su posicionamiento ha servido para instaurar una mirada crítica y protestante sobre la tradición y el conservadurismo.

El encanto kitsch

Durante la segunda mitad del siglo XIX, artistas alemanes hicieron parte de su vocabulario una palabra cuyo origen sigue siendo tema de discusión: el monosílabo kitsch. Comenzaron a utilizarla para referirse al material artístico que consideraban de baja calidad, pero, con el pasar de los años, el término llegó a convertirse en un vocablo de uso común a nivel internacional y a abarcar otras áreas, tanto que el día de hoy no sólo hablamos de kitsch cuando nos encontramos frente a cierto tipo de manifestación artística visual, sino que también de música, literatura, cine, moda e incluso personas kitsch.

La palabra en definitiva se convirtió en un comodín y, su significado original, en víctima de la tergiversación. Entonces, para poder entender de qué se habla cuando se utiliza la palabra kitsch, debemos tomar en cuenta ciertos conceptos básicos y aplicarlos en primer lugar a lo visual, que fue lo primero en recibir el apelativo.

“(…) el kitsch, es arte sintético”. (Greenberg, AC, p. 27). Este conciso enunciado parece ser una buena forma para comenzar a adentrarse en el imaginario que concierne a este ensayo si nos apoyamos en la definición de Arte propuesta por la Real Academia de la Lengua Española: Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros, además de comprender lo sintético como un conjunto de productos obtenidos gracias a procedimientos industriales.

A pesar de la existencia de la posibilidad de crear un objeto kitsch prescindiendo de una fábrica propiamente tal, lo industrial siempre está presente en la esencia de este imaginario por su carácter de ejecución automática, prácticamente sin previo ejercicio intelectual.

“(…) es kitsch aquello que se nos aparece como algo consumido; que llega a las masas o al público medio porque ha sido consumido; y que se consume (y, en consecuencia, se depaupera) precisamente porque el uso a que ha estado sometido por un gran número de consumidores ha acelerado e intensificado su desgaste”. (Eco, AI, p. 118).

Al tratarse de algo tan incorporado en la sociedad, la creación de un objeto o imagen kitsch se entiende casi como una capacidad innata del ser humano contemporáneo. El imaginario kitsch puede entenderse como un lenguaje universal cuyas primeras palabras tienen siglos de antigüedad, mientras que sus célebres textos datan de la no tan lejana revolución industrial y sus best-sellers no han parado de ser escritos desde la llegada del imperio contemporáneo que llamamos cultura de masas.

Entonces, considerando al kitsch como algo sintético y universal, faltaría una característica fundamental: es considerado de mal gusto. Sobre este último consideramos acertado decir que “(…) todo el mundo sabe perfectamente lo que es, y nadie teme individualizarlo y predicarlo, pero nadie es capaz de definirlo”. (Eco, Op. cit. p. 78). Se trata de otro lenguaje universal, tan amplio que incluso abarca toda la estética kitsch. Pero, ¿Hasta qué punto viene a ser correcto hablar de kitsch como sinónimo de mal gusto?

A pesar de que el rechazo hacia lo que pueda considerarse de mal gusto sigue vigente en el pensamiento de muchos de nuestros contemporáneos, en los últimos años se ha cambiado la visión, sobre todo en los jóvenes y mujeres con alta escolaridad respecto al kitsch. No son pocos quienes valoran, buscan y compran elementos correspondientes a esta estética, estando completamente conscientes de lo que este imaginario aún representa. De un momento a otro, el gusto por lo kitsch pasó a ser una tendencia y, el inocente placer de las clases populares y placer culpable del mundo letrado, pasó a embrujar con toda naturalidad a quienes nunca fue dirigido.

Los ojos de la sociedad juvenil y femenina de hoy se ven deslumbrados por el brillo, la saturación y el carácter lúdico de la estética kitsch que, además, tiene un contenido sentimental, nostálgico e histórico capaz de hechizar a cualquiera.

“La condición previa del kitsch, (…) es la accesibilidad a una tradición cultural plenamente madura, de cuyos descubrimientos, adquisiciones y autoconciencia perfeccionada se aprovecha el kitsch para sus propios fines. Toma sus artificios, sus trucos, sus estratagemas, sus reglillas y temas, los convierte en sistema y descarta el resto. Extrae su sangre vital, por decirlo así, de esta reserva de experiencia acumulada”. (Greenberg, Op. cit. p. 22-23).

Los atractivos, maquiavélicamente intencionales del kitsch, han estado presentes en él desde antes de haber sido bautizado como tal. De hecho, el kitsch “construye el mensaje como

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