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Proceso De Administraciones Para Las Instituciones

Judithyleo20 de Junio de 2014

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UNIVERSIDAD MARISTA DE GUADALAJARA

“La especulación financiera como delito contra la humanidad”

Antropología Filosófica

Judith Silva Velázquez

1. INTRODUCCIÓN: CRISIS DE LA ECONOMÍA ACADÉMICA Y PAPEL DE LA FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA

¿Por qué debe la filosofía abordar problemas como el injusto orden social o las implicaciones de la crisis económica mundial?

En una entrevista reciente, Thomas Pogge (2007a) explicaba por qué el problema de la pobreza en el mundo y la justicia global ha pasado a ser un tema crucial de la filosofía moral y política en los comienzos del siglo XXI. ‘Filosofía’ –afirma- quiere decir ‘amor a la sabiduría’, entender qué es lo que importa, aquello por lo cual tenga sentido preocuparse. Y añade:

“Lo que debemos esperar de los filósofos es que ellos vuelvan a tener cosas interesantes para decirnos acerca de lo que importa y, específicamente, acerca de lo que importa moralmente. Cuando lo hagan, estarán contribuyendo con el movimiento hacia la justicia social – pasarán a ser el tábano de la sociedad o la conciencia de la sociedad, para decirlo de otro modo. Esto requerirá trabajo, no meramente trabajo en filosofía moral o filosofía política, sino también trabajo en economía, políticas de salud, ciencias políticas, historia y derecho, porque cualquier acercamiento adecuado a la justicia global requiere de un gran manejo de conocimiento de datos, causalidades y posibilidades histórico-políticas.”

En efecto, para cualquier observador mundial que vaya más allá de la realidad mediatizada cotidiana, los contrastes no pueden ser mayores: junto a los más grandes recursos científicos y técnicos y los avances en organización social que la humanidad haya tenido nunca, dos tercios de la población humana permanecen bajo el nivel de la pobreza y una sexta parte –más de mil cien millones de personas en 2010- están ya en proceso de malnutrición y muerte por hambre. Esta situación además se ha agravado como consecuencia de la crisis económica y financiera de los últimos años, echando por tierra, entre otras cosas, muchos de los programas internacionales de reducción de la pobreza relacionados con los Objetivos del Milenio de las Naciones Unidas para 2015. Compárense estas cifras con los miles de millones de dólares y euros de los flujos financieros globales que circulan cada día vinculados a la especulación, o a los más de 10 billones de dólares que los gobiernos de las naciones desarrolladas han puesto a disposición de las grandes corporaciones financieras desde 2007, para evitar su bancarrota.

En estas circunstancias, como señala Pogge, la sociedad en general y sus instituciones científicas y académicas no pueden menos que asumir la importancia de lo real y “modificar críticamente aquello que nos preocupa”, como es –en palabras de Ballesteros- “la defensa de la dignidad humana frente a las distintas formas de indigencia así como la posibilidades de regulación jurídica de los desórdenes económicos” (Ballesteros, 2010).

Además de la sofistería ajena a la realidad -que ha acompañado buena parte del pensamiento filosófico de la posmodernidad-, la crítica de Pogge se dirige también a la economía como ciencia académica. En ello coincide con un creciente número de estudiosos en diversos campos que cuestionan el papel la economía académica y su estatus científico para prever situaciones de crisis como la que ahora vive el mundo y para encontrar soluciones efectivas a los problemas que se padecen (García Neumann). Sobre esto dice Pogge:

“Al momento de elaborar este tipo de pensamiento trans-disciplinario, los filósofos políticos tienen una gran ventaja sobre los profesionales de esas otras áreas - ciencias económicas y políticas especialmente- donde la presión hacia la complacencia es mucho mayor. Los filósofos políticos saben que, no importa qué es lo que digan, no se les van a ofrecer consultorías, ni puestos bien/sobre pagos en el Banco Mundial o en el FMI, ni páginas en The Economist, ni van a ser evitados por sus pares por desafiar la ortodoxia dominante. (En lo personal, me quedé muy sorprendido cuando conocí lo fuerte que son las presiones que existen sobre los economistas académicos, y cuánto de esa producción se elabora al revés: desde las conclusiones deseables hacia los argumentos que las respaldan).”

Desde el ámbito de los economistas, uno de los más fuertes críticos de la ortodoxia hasta ahora predominante es Paul Krugman. En un trabajo titulado “¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?” (2009a), hace un recuento histórico de cómo el liberalismo clásico de Adam Smith se vio en gran parte invalidado con la crisis del 29 y la Gran Depresión que le siguió, siendo corregido en el campo académico por las teorías de corte keinesiano que incorporaban la acción reguladora del estado. Y de nuevo, “vuelta atrás”, a partir de los años 70, con el nuevo paradigma de los dogmas neoliberales, cuyos aparentes éxitos tanto teóricos como prácticos –las ‘finanzas de casino’-, parecían conducir a la profesión de economista a su edad dorada. “El año pasado -afirma Krugman- todo esto se vino abajo”. Califica las afirmaciones de economistas de la escuela de Chicago como “el producto de una Edad Oscura de la macroeconomía, donde el conocimiento tan arduamente conseguido ha quedado olvidado”. Y concluye “¿Qué le ha sucedido a la profesión de economista? ¿Y adónde va a partir de ahora?”.

Otro economista crítico con el paradigma académico neoliberal predominante y con algunos aspectos de la globalización (pese a haber sido vicepresidente del Banco Mundial y recibido el Nobel de economía) es Joseph Stiglitz. En un artículo titulado “¿El fin del neoliberalismo?” (2008), Stiglitz menciona también los dos aspectos señalados antes sobre la economía académica en general que ha imperado en las últimas décadas al mismo tiempo que se imponía la globalización económica: su discutible consistencia teórica básica y su complacencia con los intereses predominantes. Reafirma que la ortodoxia neoliberal se ha convertido en un “fundamentalismo de mercado” cuya incoherencia se ha puesto de manifiesto con la crisis económica:

“El mundo no ha sido amable con el neoliberalismo, esa caja de sorpresas de las ideas que se basa en la noción fundamentalista de que los mercados se corrigen a sí mismos, asignan los recursos con eficiencia y sirven bien al interés público. Este fundamentalismo del mercado estuvo detrás del thatcherismo, la reaganomía y el denominado "consenso de Washington", todos ellos a favor de la privatización, de la liberalización y de los bancos centrales independientes y preocupados exclusivamente por la inflación”.

Y concluye: “El fundamentalismo de mercado neoliberal siempre ha sido una doctrina política que sirve a determinados intereses. Nunca ha estado respaldado por la teoría económica. Y, como debería haber quedado claro, tampoco está respaldado por la experiencia histórica. Aprender esta lección tal vez sea un rayo de luz en medio de la nube que ahora se cierne sobre la economía mundial.”

Pero las críticas a las teorías económicas predominantes en la era de la globalización no sólo provienen de nuevos economistas. Ahora se comienzan a valorar las advertencias de los viejos sabuesos de la economía, como John Kenneth Galbraith y Paul Samuelson ( 2009), desplazados durante décadas de los ámbitos académicos y que dedicaron sus últimos años a demostrar el rumbo descontrolado de los procesos económicos y financieros en Estados Unidos y a nivel global, así como las carencias teóricas de sus fundamentos.

Para Galbraith, que trabajó en el New Deal de F. D. Roosvelt y luego colaboró con el presidente Kennedy, los grandes avances en la econometría y los modelos matemáticos no añadían un ápice a la teoría económica sino que más bien encubrían con un velo cientificista sus propias carencias y los intereses a los que servían, desviándola de su verdadero objetivo como es el estudio de las consecuencias sociales de las políticas económicas. En Breve historia de la euforia financiera (1991), publicado a principios de los años 90, tras analizar diversas crisis provocadas por la especulación, incluyendo la de 1987, anticipa lo que ocurrirá con una economía dominada por el auge financiero generalizado, sin mayores regulaciones.

Paul Samuelson, autor de los viejos manuales de economía y partidario siempre de una línea intermedia entre las distintas corrientes económicas, se convirtió en un fuerte crítico de la desregularización de los mercados y del tráfico de intereses entre los administradores y políticos con las grandes corporaciones, como una peligrosa desviación del verdadero capitalismo. En uno de sus últimos artículos -una suerte de testamento intelectual- titulado “Adiós al capitalismo de Friedman y Hayek”, de octubre de 2008, no duda en establecer que “los sistemas de mercado no regulados acaban destruyéndose a sí mismos” y en señalar con dureza a los culpables:

“¿Qué es entonces lo que ha causado, desde 2007, el suicidio del capitalismo de Wall Street? En el fondo de este caos financiero, el peor en un siglo, encontramos lo siguiente: el capitalismo libertario del laissez-faire que predicaban Milton Friedman y Friedrich Hayek, al que se permitió desbocarse sin reglamentación. Ésta es la fuente primaria de nuestros problemas de hoy. Hoy estos dos hombres están muertos, pero sus envenenados legados perduran.” (2008).

En resumen, la crisis

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