Sed De Oalabras
Cinsalta12 de Noviembre de 2014
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Hambre de agua, Sed de palabras…
Hace un tiempo se escuchó en los medios de comunicación argentinos la expresión de un niño: “Mamá, tengo hambre de agua”… Más allá de la evidente carencia de lo elemental para la supervivencia y el extremo riesgo social en el que se encontraba este niño, como tantos otros, esta expresión ponía de manifiesto otra “carencia”, otra pobreza que no se sopesa en su real dimensión, la de las palabras… Pobreza lingüística que podría afectar su vida futura de no mediar acciones de los adultos para atender y “nutrir simbólicamente”, torciendo así un destino, que para muchos niños en riesgo social y cultural, parece inexorable.
Todos sabemos de la importancia de la nutrición biológica y emocional en los primeros años de vida de un niño para poder desplegar las conexiones corticales, el potencial con que nace cada niño, favorecer la construcción de la subjetividad y la creación de lazos sociales que le permitirá desplegar un proyecto vital propio. Pero poco se habla sobre la vital importancia de las palabras en esos primeros años que determinarán un mejor o peor futuro emocional, psíquico, social, cognitivo, escolar y laboral.
En los últimos años hemos sido testigo de la infinidad de productos comerciales para “tener niños más inteligentes” tales como Baby Einstein, Nanas de Mozart, juguetes educativos, entre muchos otros. Pero para cimentar un futuro promisorio para nuestros niños necesitamos algo que no se puede comprar: nuestras palabras y que paradójicamente “son gratis”. Los niños necesitan de otros adultos para ayudarles a crecer, a humanizarse, a comunicarse, a “prosperar” en todos los órdenes del desarrollo y la estructuración como sujeto.
Según los investigadores hay un “número mágico”, 30.000 palabras. Según informes de la Universidad de Kansas basadas en investigaciones de Betty Hart, Ph.D. y Todd Risely, Ph.D. confirman que para que un niño ingrese al mundo simbólico y pueda interactuar con los otros en diversos entornos incluidos los espacios de aprendizajes es fundamental un adecuado desarrollo lingüístico que se inicia desde antes de nacer, se desarrolla y enriquece durante los intercambios cotidianos con adultos y pares con los que el niño se vincula.
Luego de muchas horas de observación de interacciones entre adultos (padres, educadores, cuidadores) y niños provenientes de un amplio espectro social, económico y cultural se confirmó el estrecho vínculo existente entre desarrollo lingüístico y desempeño escolar que se cimenta en los tres primeros años de vida de un niño y aun antes.
Algunas investigaciones plantean un número crítico, 30.000 palabras. Pueden parecer muchas pero son las que usamos cuando les contamos a los niños el cuento de Caperucita Roja una vez por semana en menos de un año. Las investigaciones de Hart y Risely registraron adultos que les dirigían más de las 3000 palabras por hora a los niños mientras otros solo 500. Del mismo modo se constató que había padres que registraban en una hora, 40 minutos hablándoles a sus niños mientras otros solo 15 minutos durante las actividades cotidianas, cuidado biológico, alimentación, cuidado, etc. Así también revelaron que los padres profesionales eran más proclives a hablarles más y mejor a sus niños lo que determinaba que cubrieran rápidamente este “número mágico” en comparación con aquellos padres provenientes de niveles socioculturales más carenciados o en riesgo social. Esta riqueza de palabras amplía las posibilidades de los niños de tener un mejor desarrollo emocional, simbólico y académico.
Hasta aquí nada nuevo pero hay más. Aquellos niños provenientes de niveles socioculturales medios, bajos o en riesgo social y/o emocional que obtenían una adecuada “nutrición de palabras” tenían semejantes posibilidades de mantenerse en el sistema
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